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Recuerdos Raros I - Lynnae

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Cirkadia's avatar
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Su infancia había sido una farsa.
No era que no hubiera tenido infancia. De hecho, había sido feliz, con unos padres que la cuidaban e instruían, un colegio, niños con los que jugar, primeros amores…
Pero sus padres no estaban hechos de lo mismo que ella. En el colegio le enseñaban un mundo que nada tenía que ver con ella, un mundo donde los seres oscuros eran los extraños, los malos. Los niños, luminosos todos, eran agradables con ella, la querían, pero sólo porque no conocían la verdad. Sus primeros amores habían sido niños de orejas puntiagudas que no querían saber nada de besos.
Todos cantaban canciones que ridiculizaban a los oscuros. Todos hablaban de lo malos que eran los oscuros. Todos insistían en que las brujas no eran de fiar, que eran astutas y arteras, que había que matarlas en cuanto se tuviera ocasión.
Y, aun así, sus padres no la habían matado, la habían tratado como si fuera su verdadera hija. Pero la habían condenado a vivir como una elfa de puertas para afuera, con sus orejas puntiagudas de pega, sus luminosos y recatados vestidos, sus modales amables y educados, su sonrisa dulce e inocente… Al menos, de puertas para adentro, sus padres habían hecho un esfuerzo por aprender krotsiano y conocer las costumbres de las brujas. Nunca le habían negado que lo fuera y no le habían mostrado demasiado rencor por pertenecer a una raza oscura, pero, fuera, en la calle, en el colegio, con los otros niños, tenía que ser una elfa impecable.
Había terminado acostumbrándose, claro. Sonreír y tener modales era fácil, simple teatro. Pero no mostrarse herida por lo que dijeran de las brujas había sido más complicado. Había tenido que aguantar que dijeran de todo sobre su raza, había tenido que crearse un muro impenetrable.
Su infancia había sido una farsa. Un teatro continuo. Una mentira cuidadosamente organizada para toda una ciudad. Teniendo en cuenta todo lo que decían de las brujas, pronto se había empezado a ver a sí misma como como un lobo con piel de cordero, o una serpiente con aspecto de niña mona. Mentir se convirtió en hábito con demasiada facilidad. Decir la verdad, en un recurso escaso que reservaba para sus padres, y para la Princesa y el sanador en los contados encuentros. Su vida era una fantasía continua. Desde siempre. Para siempre.
No, desde siempre no. Había habido una vez… una lejana vez… Tras las brumas se agazapaba otra vida. Una vida al completo. Otros padres. Otra casa. Otros vecinos. Otro bosque alrededor.
Había habido una casa de madera, lo que no venía bien cuando el fuego manaba de sus manos sin control al estar jugando. Por suerte, llovía sin parar y todo estaba demasiado húmedo como para arder adecuadamente. Se había organizado una buena humareda. Había habido mucho humo negro. Su madre había corrido a apagarlo. Después había reído. Habían reído las dos.
Era tan feliz.
Allí, en aquella otra vida más allá de las brumas, no había tenido que fingir nunca nada. Sus orejas redondeadas estaban bien. No se había armado ningún alboroto si se rompía o manchaba el vestido y optaba por quitárselo. No había tenido que fingir que era otra persona, no había tenido motivos para forzar la sonrisa, la suya real estaba bien. Estaba bien jugar con sapos. Estaba bien mirar a papá hacer pociones. Estaba bien hacer fuego con mamá y bailar alrededor con frenesí.
Había sido tan feliz.
Sus padres, sus verdaderos padres, la querían, la mimaban, sus sonrisas eran amplias y cálidas.
¿Por qué había tenido que irse?
Su nombre tallado bajo la mesa. Arin. Su verdadero nombre. Un nombre tallado en la madera de su verdadera casa. Su padre la había ayudado a grabarlo. Antes de que le dieran otro nombre. Un nombre que no era suyo, sino de una elfa candorosa.
Había sido tan feliz…
Tan feliz que dolía.


Lynnae despertó con un intenso dolor en el pecho y tuvo que acurrucarse. Tardó unos segundos en ubicarse. Estaba en Arcania, era guardiana, había dejado de ser una chiquilla hacía tiempo. Aunque siguiera comportándose como tal…
…porque su disfraz se había hecho uno con ella y ya no supiera cómo hacer para dejar de sonreír inocente, para no seguir actuando despreocupada.
Suspiró.
¿A qué demonios venía aquello ahora?
Descubrió que había estado llorando al notar la humedad en las orejas. Sus orejas romas. Resopló y se escondió bajo la sábana.
Maldita sea. ¿Por qué de repente se sentía así? El pasado era el pasado. Había tenido dos infancias, sí, y podrían no haber sido perfectas, sobre todo la segunda. Pero ya estaba hecho, no había vuelta atrás. ¿Por qué demonios tenía que…?
¿Demonios? No. ¿Y si era más bien cierto nigromante? Al fin y al cabo, había estado jugando con su mente cuando había estado a punto de arrastrarla a su reino de cuerpos decrépitos. ¿Y si aquel cabronazo era quien le estaba provocando aquella nostalgia brutal?
Plantearse aquella posibilidad la hizo sentirse mejor. No era culpa de su mente, porque era una artimaña del enemigo para desestabilizarla. Y si no lo era… bueno, a ella se le daba bien mentir, incluso a sí misma. Se limpió las lágrimas resecas con la sábana e intentó volver a dormirse.


La esquina requemada.
Las marcas en la mesa.
La selva…

Lynnae abrió los ojos como platos. Decididamente, no era momento de dormir. Había mucho que hacer. Entrenar, leer, ir a la taberna a enterarse de chismorreos y difundir otros, tocarle la moral a Bal para ver hasta dónde aguantaba… Lo que fuera, menos dormir, menos soñar.
Salió de la cama de un salto y se estiró como una gata, con grandes e impudorosos bostezos que arrancaran los últimos retazos de sueño nostálgico. Se rascó el cuero cabelludo y le hizo muecas al espejo.
Todo perfecto y en orden. Demasiado perfecto.
Fue a la puerta de su cuarto para asegurarse de que estuviera cerrada y regresó frente al espejo. Con cuidado, sin apartar la mirada del reflejo de sus ojos azul intenso, se sacó el sencillo anillo de oro que Balthazar le había regalado. Cuando el metal perdió contacto con la piel que rodeaba, el último disfraz adquirido por Lynnae se desvaneció como un velo sedoso.
Había estado comiendo y durmiendo bien, incluso había rebajado la cantidad de alcohol durante unos días; también había hecho ejercicio para recuperar el tono muscular; por lo que la mayoría de sí misma había adquirido su habitual tono pálido rosado, suave y tierno. Pero había zonas que seguían igual que el primer día en que Raphael le había quitado las vendas. La piel continuaba grisácea, Lynnae sólo había conseguido que pasara de gris ceniza a gris hueso, seguramente si seguía cuidándose lograría alcanzar el blanco hueso. Uno de sus ojos ya no era azul intenso como una mañana de verano, estaba apagado y mate como una encapotada tarde de invierno. Una de sus comisuras seguía resentida, tenía que domarla para que volviera sonreír inocente y no con aquella mueca tan tirante. Y el pelo que enmarcaba la zona afectada tenía mechones encanecidos; con mucho cuidado, Lynnae había pasado del amarillento nicotina a un color más nevado y puro. Era a todo lo que podía aspirar.
Se quitó el camisón de elfa y se quedó un rato mirando el resto de sus marcas: el brazo y el costado. Suspiró. Aquello tampoco le quedaba tan mal. Sólo había un par de cosas que le fastidiaban y eran haber perdido el color intenso de su iris y el no poder sonreír adecuadamente. El resto, incluida su ceja fina y despeluchada, o el grado de menos de temperatura corporal que tenían aquellas zonas, eran secuelas de guerra perfectamente asumibles.
Lo que más la fastidiaba era era no poder aparentar ser una niña inofensiva. Le echó un vistazo al camisón blanco y recatado, y resopló. ¿Por qué se empeñaba en actuar como una pequeña elfa cuando estaba claro que no lo era? ¿Por qué se aferraba a sus disfraces si ya había descubierto su verdadero lugar de pertenencia?
Cerró los ojos con fuerza y sacudió la cabeza. Fuera ideas absurdas, fuera preocupaciones que no llevaban a ningún lado.
Volvió a ponerse el anillo, de modo que, al abrir los ojos, se encontró de nuevo con su anterior apariencia. Ojos vivaces, sonrisa nítida.
Se puso el primer vestido de bruja que pilló, se peinó un poco y salió de su cuarto. Necesitaba despejarse.
Vestido de bruja. Camisón del elfa.
Era como si fuera una bruja jugando a ser una elfa que fingía ser bruja.
Sacudió la cabeza de nuevo.
“Bob, si esto es cosa tuya, te voy a crujir”, rumió para sus adentros. Se puso a tararear “Bob, Reinona de Palanthos” para exorcizar su mente de pensamientos negativos.
Entró en el baño con la idea de que grandes cantidades de agua lavarían tanto su cuerpo como su mente, y escuchó el chapoteó de alguien sobresaltándose. Había vuelto a pillar a Yarel en la bañera y, por las estrellas, no había echado ni una pizca de jabón a su agua clara, y seguramente helada.
-No miro, no miro -canturreó llevándose una mano a los ojos para avanzar por la estancia a tientas.
¿Había pensado “por las estrellas”? Pues sí que lo tenía interiorizado. Al menos no se ruborizaba ni una pizca, como haría una joven elfa.
-He tenido un sueño -dijo Yarel a su espalda-. De mi infancia.
Una voz en la cabeza de Lynnae exclamó “¿En serio? ¡Yo también!”, pero lo que llegó a salir de su boca pasó primero por distintos filtros, por lo que se quedó en un cínico:
-¿Te has puesto nostálgico?
Alcanzó el lavabo sin tropezarse ni resbalar con nada. Sonrió orgullosa.
-No, que va -contestó Yarel de inmediato, con sinceridad cortante-. No hecho de menos a mi familia. Pero...
-¿Sí? -se interesó ella. Percibía que había algo interesante esperando tras los puntos suspensivos.
-Puede que sí que haya algo de aquella época que... ¿Quieres que te lo cuente?
-Uyuyuy, tú quieres que me vuelva a meter en la bañera contigo -ronroneó dirigiéndole una mirada a través del espejo. El brujo se removió incómodo.
-Es sobre... el Bhorram.
Lynnae controló muy bien su sobresalto, tanto que se giró con excesiva contención.
-El Bhorram, ¿dices? ¿Lo conoces de tu infancia? -interrogó hambrienta de información.
A quién le importaban estúpidos sueños moñas que la hacían pensar en tonterías que no llevaban a ninguna parte. Lo único que merecía la pena en la vida eran las buenas historias, y la del Bhorram era tan buena que seguía encontrándose capítulos nuevos una década después.
-Sí... -respondió Yarel, parecía extrañado. Seguramente había reaccionado con demasiada intensidad.
Con un par de movimientos rápidos, Lynnae se quitó su vestido de bruja y se quedó en ropa interior frente a él. Yarel se quedó boquiabierto, impactado. Así no haría preguntas sobre por qué le interesaba tanto la Criatura de la Selva de Krots. Terminó de desvestirse por completo y se metió en la bañera. Tal como esperaba, el agua estaba fría, pero aquello tampoco importaba, el fuego del hambre de leyendas se había prendido en ella.
-Cuéntame -pidió acomodándose, era como estar en un lago de montaña.
-Pues... -balbuceó algo atontado. Intentaba por todos los medios fijar la mirada en su cara, pero los ojos tendían a resbalarse hacia su busto, aunque no fuera muy generoso. De todas formas, debía de tener la imagen de su desnudo integral grabada en la retina- ¿No te ha quedado ninguna cicatriz? De lo de…
Vaya, parecía que le quedaba alguna neurona en funcionamiento. Chico listo.
-Ah, no, Raphael es un hacha a la hora de curar -mintió a medias con una amplia sonrisa-. Uy, qué fresquita tienes el agua -añadió para cambiar de tema-. Cuéntame esa historia antes de que se te caliente la bañera de mirarme tanto -remató para asegurarse de que Yarel no regresaría al asunto de su ausencia de cicatrices.
Yarel parpadeó aturdido por el sutil ataque a sus nervios. Lynnae se encontró cayendo en su nuevo hábito de acariciar el anillo que le había regalado Balthazar. Se preguntaba si el brujo continuaría mirándola así de conocer su verdadero aspecto. Sí, probablemente no cambiaría demasiado, el sexo era un impulso demasiado fuerte. Pero también era un impulso que a Lynnae no le interesaba demasiado poder controlar en los demás. Prefería la confianza y el aprecio, ¿y quién confiaría en una niña con la mitad de la cara muerta?
-Pues... Yo tendría... ocho años o así -comenzó Yarel arrancándola de sus estúpidos pensamientos-, cuando la guerra y empezaron a encontrarse cadáveres de guerreros colgados de los árboles.
Lynnae abrió los ojos con todo su interés. ¿A quién le importaba un ojo algo más apagado o una sonrisa algo torcida cuando podía imaginarse la estampa de soldados del emperador colgando de los árboles como truculentas ofrendas del Bhorram a Yolcat, misteriosa Diosa de las Selva.
Más recuerdos raros, ahora para mi personaje principal de Arcania.

Este relato va haciendo pareja con el de Yarel.

Pues eso, que esto es para rollo este de Arcania, de :iconcuentos-por-colores:
Comments1
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Kastarnia's avatar
Ya te lo dije antes, pero el final es precioso. Eso lo dice mi lado más oscuro. xd

+5 puntos para Ly!


La cicatriz D: y los verdaderos padres ;________; grogorgro