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Puedes creertelo o no

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-Llegan tarde –refunfuñó la enfermera golpeando el suelo con el pie, con un ritmo que ya quisieran muchos baterías.
Miré el reloj que estaba colgado de la pared blanca del vestíbulo, un cuarto de hora de retraso no era para tanto. Seguramente estuviera deseando deshacerse de mí.
-Sabes que sí –respondió al pensamiento no formulado el chico rubio que se sentaba junto a mí, sus pintas de roquero desentonaban mucho en aquel lugar aséptico y aburrido-. Mis conciertos la vuelven loca –rió para sí mismo.
Puse los ojos en blanco y cogí una revista con siete meses de antigüedad, la actualidad no era algo que se llevara allí. Mientras, mi impertinente acompañante, se dispuso a componer otro de sus diabólicos punteos de guitarra.
-Bonita guitarra –dijo Renardo, uno de los pacientes que paseaba por allí, señalando la silla de plástico azul que había junto a mí.
Yo levanté la vista del sobado artículo sobre "¿Qué hacer si a tu caniche se le rizaba el pelo antes de tu boda?" y asentí con la mirada, no podía arriesgarme a más o volverían a ponerme una de esas puñeteras camisas llenas de correas. El paciente se sentó en la mesa baja que había frente a nosotros y aplaudía cada vez que el roquero hacía una pausa.
-Mercedes, llévatelo al patio –ordenó hastiada la enfermera que cuidaba de mí, o mejor dicho, me vigilaba.
Una segunda enfermera agarró al paciente con el codo y suavemente pero sin piedad se lo llevó.
-¡No! ¡¿No veis que no volverá?! ¡Dejadme escucharle una última vez! ¡Dejadmeeee!
Sus gritos le valieron para un viaje al esponjoso mundo de los tranquilizantes y le sacaron a rastras para limpiar el vestíbulo de locos que pudieran enturbiar la apariencia de aquella institución.
-Parece que te van a echar de menos –me dijo la enfermera sin dejar de marcar el ritmo con el pie, sin saberlo ella estaba danzando al son de mi acompañante.
-Eso parece… -murmuré devolviendo los ojos a "¿Cómo eliminar una mancha de brócoli si estás de cena con unas amigas y se te acerca el chico que te gusta?", yo sabía que no sería a mí a quién echaran de menos, si no al roquero. Bueno, quizás un poco a mí sí.
-¡Veinte minutos de retraso! ¡Esto es inadmisible! Empiezo a dudar que vayas a vivir bien con ellos, por muy familia que sean –parloteó la insufrible enfermera.
-El centro está alejado de la ciudad, se habrán perdido –respondí sin mirarla-. Además, la gente normal llega tarde de vez en cuando, solo los obsesos llegan siempre puntuales. Y la obsesión no es sana, ¿verdad?
-No, claro que no, pero…
Mi acompañante se levantó, rodeó la mesa baja y se plantó delante de la mujer. Le vi las intenciones, pero no podía hacer nada sin delatarme, además, me daba igual. El roquero puso un pie sobre el reposabrazos de la silla cutre donde se sentaba la enfermera y le dedicó un punteo demencial a escasos dos palmos de su cara.
-Estoy harta de esperar, tengo cosas más importantes que hacer –exclamó ella enajenada.
-Podré esperar sola –le respondí amablemente, al fin y al cabo, me habían dejado aislada una semana muchas veces.
Sonreí maliciosa al ver como se alejaba llevándose las manos a la cabeza, aunque la verdad es que a mí también empezaba a dolerme.
-Van Halen, o Hendrix, o quién coño seas hoy, ¿puedes tocas algo más suave? –le sugerí escondiendo la boca tras la revista, toda precaución era poca.
-¿Qué te parece el chelo?
-Sí, por favor –suspiré aliviada al escuchar las primeras notas, grabes y relajantes del impresionante violonchelo que estaba plantado delante de mí.
Podría ser que nadie más en aquel vestíbulo pudiera verle y oírle, pero todos, médicos, enfermeros y visitantes se adaptaron al ritmo sosegado.
-Señor Duque –un joven vestido con levita y el pelo rojo atado en una coleta baja hizo una reverencia junto al músico-, el Príncipe le reclama.
-¿Qué será ahora? ¿Otra guerra? –refunfuñó mi acompañante dejando de tocar y, automáticamente, las personas allí presentes comenzaron a hablar más alto-. Nos vemos luego.
Asentí ligeramente y capté el sonrojo del sirviente. ¿Le gustaba de verdad? En fin, aquello no era lo importante en ese momento. El reloj marcaba las doce y media ya. Media hora de retraso. Rezaba para que no se hubieran echado atrás en el último momento, aunque no tenía muy claro de dónde iban a parar mis súplicas.
Por fin, cuando el minutero rozaba ya el nueve, apareció una pareja, él era bajo y rechoncho, ella alta y seca. Muy típico, pensaréis, pero eran lo más alejado que había encontrado a la primera pareja que me había adoptado. Les reconocí, cómo hacerlo si les había espiado, pero, como buena espía, ellos no lo sabían, de modo que continué fingiendo leer "Los diez pasos para conquistar a tu chico según tu color de uñas" y les dejé ir a preguntar a recepción.
-Caprice, han venido tus tíos –me informó Mercedes.
Sí, me llamo así, ¿algo en contra? Por lo visto, la que me encontró en la puerta del orfanato se estaba leyendo un libro así titulado y no se rompió mucho la cabeza.
Dejé la revista a un lado, me puse en pie y les miré con ojitos asustados, al fin y al cabo, se suponía que yo no tenía ni idea de quiénes eran ellos.
-Hola –murmuré.
-Uy, qué niña más mona –exclamó mi "tía" echándose sobre mí como una urraca para plantarme dos besos.
"¿Niña? Señora, que dentro de cuatro meses cumplo diecinueve y soy tan alta como tú".
Me aferré a mi maleta medio vacía y el estuche de mi violín mientras rellenaban en papeleo, estaba deseando salir de allí de una vez.
-Anda, ¿y estos mechones blancos? –me preguntó la mujer mientras descendíamos las escaleras de la puerta principal, refiriéndose a cada mechón de canas que me nacía detrás de cada oreja, entre mi pelo castaño encrespado-. ¿Son mechas?
-No, son naturales. Tuve… una experiencia traumática –o eso me habían dado a entender.
-Ay, pobre, con nosotros vivirás bien, ya verás –le aseguró el hombre.
"Sí, eso me dijeron los otros también… Pero esta vez será diferente, yo me encargaré de ello"
-¿Ahí llevas el violín? –preguntó estúpidamente ella señalando con e mentón el estuche.
Yo me tragué las ganas de echarle en cara que aquello era lo único que les importaba y asentí.
Me observé en la ventanilla del coche en el que me dijeron que me metiera. Alta, desgarbada y flacucha, sin demasiado pecho, el pelo castaño cayendo sin ningún control sobre mis hombros junto con las mechas que parecían ser fruto de alguna moda juvenil, ojos de un verde muy claro que solían asustar a la gente cuando me enfadaba (estoy segura de que antes no eran tan claros), piel pálida con algunas inexplicables manchas aún más blancas y una cicatriz alargada en la mano izquierda, tanto en el dorso como en la palma.
A la una dejamos atrás la verja del Psiquiátrico.
Venga, decidlo. "Oh, dios mío, está loca". Pues no, no lo estoy, pero podéis tacharme de chalada como la inmensa mayoría del mundo o podéis leer mi historia y juzgar después.
Mi vida ha transcurrido entre un orfanato y un psiquiátrico, entremedias estuve en un lugar difícil de ubicar. Yo nunca he conocido a mis padres, sé que alguna vez los tuve porque no me creo que un pajarraco de largas patas me trajera desde ninguna ciudad del amor, pero desde que tengo memoria he vivido en instituciones públicas. Cuando tenía doce años, una pareja fue a adoptarme, él era alto y apuesto, ella más baja y delicada. Fueron muy amables conmigo, me dijeron que tenía un pelo castaño precioso, unos ojos verde oscuro preciosos, una piel pálida preciosa… y prometieron ser los mejores padres del mundo. Me llevaron a las afueras de la ciudad, a una gran mansión. Durante unas horas fui feliz pensando que mis padres iban a ser unas personas buenísimas y muy ricas además, así que no tendría que morder más brazos para conseguir proteger mi juguete de las manos ansiosas del resto de niños huérfanos.
Me extrañó un poco que no me dieran de cenar a las nueve, como me tenían acostumbrada, y que a las once y pico, en vez de ponerme un pijama de ositos, me vistieran con un amplio vestido blanco. Debería haber sospechado, lo sé, pero era joven, inocente y estaba feliz. Me bajaron a un enorme sótano, dónde había más gente adulta vestida con largas túnicas oscuras, ocultando sus caras bajo capuchas. Mis padres adoptivos me subieron a una mesa de piedra y me ordenaron que me quedara quieta. Pero yo ya me estaba poniendo nerviosa, allí hacía frío, olía raro y la gente que me rodeaba murmuraba cosas que me daban miedo. Empecé a adormilarme y caí seca contra la piedra.
Me desperté en un infierno, no uno de verdad, pero bastante parecido: cientos de velas ardían procurando una luz anaranjada, los encapuchados me rodeaban cantando con voces guturales, estaba atada de manos y piernas, y un puñal danzaba a medio metro sobre mí. Acompañando un grito unísono, el arma bajó hundiéndose en mis tripas. Yo grite de puro dolor y terror, ellos aullaron, el tiempo se detuvo y él suspiró sentado junto a mí.
-Pensaba que ya no quedaban más legajos de la versión para idiotas de cómo llamarme –murmuró alborotándose el pelo rubio con una mano-. A ver, ¿qué queréis?
No me hagáis mucho caso, al fin y al cabo yo estaba al borde de la muerte por haber sido sacrificada en un rito satánico, pero juraría que aquella secta se quedó de piedra con el aire desenfadado del demonio. Seguramente se imaginaban una cabra roja de cuernos de fuego, voz gutural, aliento de no haberse lavado los dientes después de haber comido cadáveres putrefactos y con más parafernalia que todos los grupos heavy del mundo juntos. Pero se les apareció un chico de unos veinte años, de pelo rubio corto disparado en todas direcciones como agujas, ojos color arena, que vestía una sencilla camiseta gris y unos pantalones vaqueros.
-¿E-eres tú Agarés, Duque de los Infiernos, comandante de treinta y un legiones…?
-Sí, mucho título pero no se te ha ocurrido hablarme de usted –le cortó el demonio.
Menudo corte. Os juro que me hubiera tronchado de la risa si el corte que habían hecho a mí no hubiera sido peor y mis intestinos no saludaran a los presentes.
-L-lo sentimos, Duque, no volverá a pasar, se lo prometemos –se adelantó otro sectario haciendo una profunda reverencia después de haberle dado una colleja al que había hablado primero.
-Ala, que sí, dejad lo de los cargos nobiliarios, que no es lo vuestro –se volvió hacia mí-. ¿Acostumbras a airear tus tripas a menudo? –me preguntó con un susurro volviendo su atención a los sectario-.  ¿Qué queréis?
Alguno de ellos dio una larga y enrevesada explicación, yo veía colorines y me daba igual, ya no me dolía tanto.
-A ver si me he enterado. ¿Me habéis sacado de mi cómodo sillón de mi lujoso salón con vistas al Infierno para que os conceda poder a tooooodos vosotros a cambio del alma de "una" niña que os habéis encontrado hoy mismo? –a pesar del aturdimiento, la voz de Agarés sí que la escuché alto y claro-. ¿Os habéis leído la letra pequeña, panda de inútiles? –le respondieron murmullos afirmativos-. Bien, de acuerdo, pues entonces me pondré a vuestro servicio.
Yo ya notaba cómo me elevaba entre nubes nacaradas por un eterno amanecer…
-Eh, ¿dónde vas? –el demonio me agarró del brazo-. Tú tienes un lugar esperando ahí abajo.
Me lanzó contra la tierra, pero no golpeé la mesa de piedra, ni el suelo ni las tuberías ni el metro. Caí y caí hasta que una llamarada pareció consumir mi cuerpo, aunque en realidad solo se trataba de mi alma, y de repente me encontré sentada en un cómodo sillón de un lujoso salón con vistas al… ¿Infierno?
-Bienvenida sea, señorita, al Palacio del Señor Duque –me saludó un joven que vestía un elegante traje de sirviente, de ojos azul oscuro con un toque de morado y que recogía su pelo rojo oscuro en una coleta baja, haciendo una reverencia.
-¿Qué hago aquí? –pregunté yo negándome a aceptar que había muerto a manos de una secta y además estaba en el Infierno.
-Es usted la invitada del Señor. Permanecerá aquí mientras él hace unos recados.
-¿Estoy… en el Infierno?
-Sí, señorita, al este.
-¿Y… qué me va a pasar?
-No sufrirá tormentos, si es a lo que se refiere –dudó unos segundos-. Supongo que mi deber es entretenerla, ¿quiere jugar a algo?
-¿Podrías… dejar de hablarme en usted, por favor? Me suena fatal. Soy Caprice –le tendí la mano, esperaba que cayéndole bien a aquel sirviente demoniaco, mi vida allí no tuviera nada que ver nunca con tormentos.
-Yo soy… Eh… Para pronunciar mi nombre verdadero deberías arrancarte la lengua y atragantarte con ella, si me permites la expresión –hizo un gesto de disculpa.
-¿Puedo llamarte Sebastian?
-Sí, ¿por qué no? Nombres peores me han puesto los humanos –estrechó mi mano y no fue para nada desagradable-. ¿Quieres jugar a algo o prefieres que te enseñe el palacio? El Señor ha dicho que tardaría años en volver, así que tenemos tiempo de sobra.
Me hizo una visita turística por las cientos de habitaciones de las que constaba el edificio, me presentó a los demás sirvientes, músicos todos en su vida terrenal, me enseñó la vasta colección de instrumentos del Duque y el puñado de gigantescas bibliotecas que tenía, jugamos al escondite, me presentó también a las treinta y un legiones infernales… El tiempo pasaba pero yo no estaba segura de si seguíamos en el mismo día o si llevaba meses allí, tampoco es que me importara mucho, ya que nadie me esperaba en el mundo de los vivos, pero sí que me preguntaba si mi eternidad sería así. Salimos a los jardines que rodeaban la propiedad, el ambiente era opresivo, el viento brillaba por su ausencia, los altos y retorcidos árboles se elevaban hacia un cielo rojizo y sentía que miles de ojos me escrutaban desde las tinieblas. Me habría creído en una horrible pesadilla si no fuera porque Sebastian siempre estaba conmigo y no dejaba que nada malo me pasase, por lo que empecé a apreciar la decadente belleza de aquel lugar.
Llegamos a la verja de la entrada, más allá se veían ríos de sangre y lava, llamaradas de fuego y torres espantosas. Con que allí estaba toda la parafernalia de los grupos heavy. Íbamos a regresar al palacio cuando una carroza negra y morada tirada por esqueléticos caballos negros con ojos como ascuas encendidas se detuvo frente a la verja con un chirrido.
-Inclínate, es la Princesa –me informó Sebastian haciendo otro tanto y, además, apañándoselas para abrir la verja.
Yo me doblé por la mitad, con los ojos clavados en el suelo árido y los brazos pegados al cuerpo. Estaba a punto de conocer a la mismísima Princesa de los Infiernos.
-Bienvenida sea, Princesa, al Palacio del Señor Duque –saludó mi guía turístico haciendo una reverencia aún mayor.
-Hola. Estará en casa, ¿verdad? Porque venía a escucharle tocar –habló desde lo alto de la carroza.
-Lo siento, Señora de las Tinieblas, el Señor ha salido a hacer unos recados, no tardará en volver.
-Vaya, pero si me dijo que estaría.
Yo traté de no temblar ante la voz fría y dura de la Princesa, pero la verdad era que, aún no sabía cómo era su cara y ya me producía terror hasta la médula.
-Le surgió un imprevisto, Señora.
-¿Otro de sus músicos locos? Tiene la casa infestada de ellos.
-No, por lo que me dio a entender, una secta que no sabe de música.
-Vaya, qué novedad –murmuró con desdén.
-No tardará en regresar trayendo consigo un puñado de almas condenadas, y dudo mucho que esas quiera quedárselas. Pero no me hagáis mucho caso, al fin y al cabo soy un simple sirviente.
-Ayuda de cámara, se supone que sabes todo lo que puede saberse de él, por lo que me fiaré de ti. Pero, dime, ¿qué es eso que tienes al lado?
-Ella es la invitada del Señor Duque –explicó Sebastian.
-¿Ah, sí? ¿Y qué instrumento toca?
-Ninguno, Señora de las Tinieblas –me atreví a hablar-. No soy uno de los músicos locos del Duque, solo soy el sacrificio que utilizó la secta para llamarle.
Unas carcajadas estridentes resonaron en mis oídos. Durante un instante creí haber metido la pata y que mis días sin tormentos se habían acabado.
-Yérguete, pequeña, quiero verte la cara –me ordenó recuperando la compostura y aplicando una nota de suavidad.
Así fue como estuve cara a cara con la Princesa de los Infiernos, una joven de la que impactaban sus ojos morados en la piel asombrosamente pálida y el pelo negro azabache perfectamente peinado.
-No estás mal, ¿serás la mascota del Duque?
-N-no lo sé, Princesa, no sé qué planea hacer conmigo el resto de la eternidad –a duras penas conseguí mantenerle la mirada.
-Bueno, si el Duque se cansa de ti, quizás puedas ser mi mascota, para una niña de tu edad que baja aquí y no es lerda e insolente… -le hizo una seña al cochero, un rebujo de telas negras del que sobresalía una mano huesuda que guiaba a los caballos-. En cuanto llegue quiero que venga a tocar ese solo de violín que me prometió –dijo antes de que la carroza se la llevara hacia el centro del Infierno.
Sebastian me llevó de vuelta al lujoso salón para que me recuperara de la impresión de haber visto a la Señora de las Tinieblas. Allí me estuvo enseñando a jugar al ajedrez.
-¿Qué haces enseñándole un juego tan aburrido a una cría? –preguntó Agarés, que de repente había aparecido en una de las butacas de cuero.
-Bienvenido sea, Señor Duque. Creo que hay tiempo de sobra para que aprenda todos los juegos del mundo, ¿no, Señor?
-Pues no, no lo hay. Porque ella se vuelve para arriba –respondió balanceando las piernas por encima del reposabrazos-. Por el Averno, estoy agotado, malditos humanos y sus peticiones –suspiró pasándose una mano por la cara.
-Oh, vaya, ¿se tiene que marchar? –preguntó Sebastian un tanto decepcionado.
-Aja –respondió el demonio sin darle demasiada importancia-. Ven aquí, pequeñaja, quizás te guste ver esto –se puso en pie haciéndome un gesto para que me asomara al ventanal.
Abajo, en los jardines, una fila de hombres y alguna que otra mujer, encadenados por el cuello y las manos, eran llevados hacía la verja. Entre ellos creí reconocer a mis padres adoptivos.
-Me dijeron que se habían leído la letra pequeña… idiotas. Yo solo concedo poder a aquellos que a cambio me prometen su alma o algo de valor similar. Tu alma, la de una cría que ni si quiera era hija de ninguno de ellos, no valía para pagar todo lo que pretendían.
-Eso me recuerda que la Princesa ha venido –informó el ayuda de cámara.
-Oh, vaya, por el solo de guitarra.
-Violín, Señor, a la Princesa le gusta el violín.
-Sí, sí, por su puesto. Pero antes… -Agarés me cogió como si fuera un fardo-. Te devuelvo tu cuerpo, más o menos intacto –dijo lanzándome hacia el techo.
Subí y subí, creyendo ya que iba a acabar en el espacio el exterior o el Cielo, pero me choqué contra un cuerpo que resultó ser el mío. Desperté en una habitación de colores pastel, en una cama de sábanas blancas y enganchada con multitud de cables que hacían que una máquina pitara.
-¡Doctor, ha despertado!
Una marabunta de personas vestidas de blanco, azul y rosa entraron para hacerme pruebas, asombrarse de que estuviera intacta, limpiarme, asombrarse de ciertas marcas, decirme "quizás puedas andar mañana" y, por supuesto, asombrarse al ver que iba yo sola al baño. Era todo muy extraño, ya no había llamaradas ni ambiente opresivo, pero la realidad era tan dura que dolía, además hacía tanto que no comía ni tenía otras necesidades fisiológicas que los médicos creyeron que un traumatismo cerebral me había borrado la información necesaria.
Por lo que pude escuchar cuando creían que estaba durmiendo, me encontraron en una mansión a las afueras de la ciudad, después de que una llamada anónima chillara pidiendo auxilio, farfullando cosas como "el demonio nos está matando a todos" y "yo soy el siguiente". La historia oficial es que una secta había querido hacer un rito satánico, usándome a mí como sacrificio, pero se habían intoxicado con alguna sustancia alucinógena que les había hecho ver demonios, se habían vuelto locos y matado entre ellos, y que eso me había salvado. Lo único que no les cuadraba era que yo hubiera aguantado tantas horas con las tripas rajadas.
"Entonces, ¿todo fue un sueño?" os preguntareis, y eso me estaba planteando yo, hasta que un detective vino a hacerme unas preguntas personales el tercer día, sobre dónde me había criado, cuántos años tenía cuando me habían adoptado los dos sectarios… A cada respuesta que daba, el color de su cara se iba tornando cada vez más enfermizo, estaba a punto de preguntarle si sufría una indigestión, cuando salió al pasillo para hacer una llamada.
Un par de horas después, mientras yo fingía dormir, las enfermeras que entraron a controlar mis constantes y, de paso, hablar.
-Es imposible que sea ella –exclamó una de ellas.
-Pues lo es, le han tomado hasta las huellas dactilares y lo es.
-Pero, ¿cómo es que no ha crecido en todos estos años?
-Para mí que en esa mansión hicieron algo, algo demoniaco –murmuró la segunda saliendo de mi habitación.
Abrí los ojos. No lo comprendía. Recordaba que Sebastian me había dicho que el Duque estaría haciendo unos recados durante años, pero no me había dado la impresión de que hubiera pasado tanto tiempo, por no decir que mi cuerpo seguía con aspecto de tener doce años.
Unas carcajadas me hicieron que volviera la cabeza hacia un rincón, en una de las sillas cutres para los familiares que vinieran de visita, estaba sentado el demonio rubio.
-Agarés…
-Ag, odio que me llamen por ese nombre, es horrible.
-L-lo siento, Señor Duque.
-Déjalo en Duque a secas, y tutéame, Caprice.
Yo asentí, ¿entonces todo había ocurrido de verdad?
-Te explicaré lo que ha pasado –se puso en pie y vino a sentarse en mi cama-. Hace diez años una secta te sacrificó para llamarme. Como ya te he dicho, tu alma no me servía como pago, pero les vi tan seguros de sí mismos, tan insolentes, que no pude resistirme a darles una lección. Por eso tomé prestado tu cuerpo y a ti te mandé de vacaciones al Infierno. Espero que mi ayuda de cámara te haya tratado bien.
Yo asentí para indicarle que así había sido.
-Durante diez años he estado cumpliendo todos los deseos de esos inútiles y hace una semana les advertí de que, si no renovaban el contrato, mis servicios habrían acabado. Como me lo esperaba, eran tan avariciosos que se reunieron dispuestos a sacrificar a quién fuera, pero no se esperaban que lo que les pediría sería el sacrificio de dos de ellos –rió entre dientes-. Se volvieron locos tratando de decidir quiénes serían las víctimas, empezaron a matarse entre ellos y, cuando solo quedaban cuatro o cinco, decidí terminar yo mismo el trabajo. Se los he regalado a Aamon como mano de obra.
-Caprice, ¿estás bien? –me preguntó uno de los enfermeros que me traía la comida al encontrarme asintiendo con mucho interés a un punto indefinido de la habitación.
-Eh, sí, sí.
En un par de segundos deduje que si el enfermero no se había quejado de que hubiera un joven recostado en mi cama fuera del horario de visitas, era porque solo le veía yo. Fui lo suficientemente lista como para disimular y actuar como si el demonio no estuviera allí, pero él me siguió hablando:
-Como ya te dije, te he devuelto el cuerpo más o menos intacto, espero que no te enfades por los pequeños desperfectos.
A duras penas conseguí esperar sentada en la cama hasta que el enfermero me dejó sola y corrí al baño para mirarme. Hasta entonces no había reparado en las marcas inexplicables que tenía repartidas por el cuerpo.
-La cicatriz de la mano izquierda es de una puñalada –me explicó Agarés recostado contra el marco de la puerta-. Uno de los sectarios se puso revoltoso al final y pensó que con un pinchito podría librarse de mí.
-¿Me apuñalaron? –pregunte volviéndome hacia él.
-No te preocupes por ello, como yo estaba dentro se cerró en seguida, por eso no has crecido en esta década. Las del estómago son por las "dos" veces que te han sacrificado.
-¿Cómo que "dos" veces? –repetí levantándome el trapo blanco atado por detrás que me hacía las veces de "vestido", hasta el de los sectarios era más bonito.
Sobre el ombligo tenía dos líneas irregulares que se cruzaban por debajo del centro, formando una "v" muy abierta y torcida.
-La primera es de la que tú recuerdas, la segunda… Verás, no quería que la policía te incluyera como sospechosa de la matanza, así que, cuando terminé, me subí a la mesa de piedra y me rajé a mí mismo.
-¡¿Qué hiciste qué?! –la visión de mi propio cuerpo abriéndose en canal a sí mismo me dio ganas de vomitar.
-Los mechones de canas son fruto de someter a demasiado estrés al cuerpo. Ah, y esos puntos blancos que tienes en el pecho, la espalda y las piernas… recuerdos de las veintiocho balas que descargaron en mí.
-¡EN MI CUERPO QUERRÁS DECIR!
Vale, quizás no tendría que haber gritado teniendo los pasillos llenos de enfermeros y médicos. Quizás no tendría que haberme arrancado la ropa de hospital para verme las cicatrices. Y quizás no tendría que haberles chillado a todos que un puñetero demonio me había poseído para destrozar mi cuerpo mientras se cargaba gente. Puede que metiera un poco la pata y por eso acabé en un psiquiátrico.
Los primeros días los pasé fatal, estaba acostumbrada a ser una huérfana desamparada, pero una huérfana desamparada, paranoide y con trastornos esquizofrénicos se escapaba de mis esquemas. Había estado en el Infierno, el de verdad, pero aquella habitación totalmente blanca donde me tenían atada a la cama me parecía mil veces peor. Llegué a desear que la Princesa de las Tinieblas viniera a reclamarme como mascota. Pero el que apareció fue Agarés.
-Estoy aquí por tu culpa –le acusé, medio ida por alguna sustancia que me habían suministrado.
-Lo he hecho por tu bien –me respondió dándome unas palmadas en la frente.
-¡¿Cómo que por mi bien?! –exclamé debatiéndome.
-Shhh, no querrás que te pongan más opiáceos, ¿verdad? Si te hubieras quedado ahí fuera, rodeada de personas cuerdas y mentalmente sanas, habrías empezado a dudar de tu propia cordura.
-¿Qué chorradas dices? –gruñí de muy mal humor.
-Pórtate bien para que te dejen salir de aquí y comprobarás lo que te digo –dijo antes de desvanecerse.
No me quedó más remedio que hacerle caso, reprimir mis ataques de ira y comportarme como si se me hubiera pasado la locura transitoria. Al día siguiente me soltaron las correas que me ataban a la cama y, dos días después, me permitieron salir a dar una vuelta por el pasillo. Durante ese tiempo había comprobado que ninguna de las enfermeras prestaba la menor atención a los comentarios y chorradas de Agarés, le ignoraban como si no existiera. Y yo empecé a plantearme que quizás él fuera fruto de mi imaginación, un traumatismo craneal, un tumor cerebral…
-Ahora verás a lo que me refería –me dijo acompañándome por el pasillo, vestía unos pantalones vaqueros rotos por una decena de sitios y una camiseta azul claro que le quedaba un poco grande. Cuando sacó el violín le identifiqué como músico callejero.
Un paciente que venía de frente pasó girando la cabeza hasta el punto de que casi se la desenrosca. Pensé que quizás mis mechones blancos le llamaran la atención o el hecho de que fuera nueva, pero, cuando el demonio empezó a tocar una melodía acelerada y demencial, el paciente se detuvo, alucinando, y se acercó dando las palmas al ritmo de la música.
-¡Qué bien toca tu amigo! –exclamó emocionado bailando con saltos cortos, balanceándose de un lado para otro.
Agarés le hizo una reverencia y continuó tocando. El paciente bailó pegando gritos de júbilo y yo me quedé allí clavada de la impresión, no era la única que le veía y escuchaba, no eran imaginaciones mías. A no ser que aquel loco también me lo estuviera inventando…
-Renardo, ¿qué te pasa? –una de las enfermeras se acercó corriendo-. ¡Venid, le ha dado otra crisis!
No, no me lo estaba inventando, entre tres enfermeras se llevaron al pobre loco, que no estaba tan loco como creían, le anestesiaron para callarle y lo sacaron de mi vista.
-Sentimos que hayas tenido que asistir a eso, de vez en cuando se descontrola –se disculpó una de las enfermeras.
-No… no me molestaba –de reojo observé cómo el demonio guardaba el violín en su estuche-. ¿Puedo seguir paseando?
-Solo los locos pueden verme aquí –me explicó mientras caminábamos por los asépticos pasillos del psiquiátrico-. Pero espero que sea suficiente para convencerte de que no soy un producto de tu imaginación.
-Vale, me has convencido –le respondí después de cerciorarme de que no hubiera ninguna persona cuerda por los alrededores-. Ahora quiero irme de aquí.
-¿Y dónde vas a ir? Tienes doce años. ¿Vas a volver al orfanato?
-El orfanato era mejor que esto –me crucé de brazos.
-¿Estás segura? Te prometo que esto puede llegar a ser muy divertido. Vendré a visitarte todos los días.
Bien pensado, no estaba segura de que el orfanato quisiera readmitir a una niña que dieron en adopción diez años atrás a un grupo de satanistas malparados y por quién el tiempo no había pasado. No, pensándomelo mejor decidí darle una oportunidad a aquel antro.
La oportunidad ha durado algo más de seis años, en los que he crecido hasta ser una joven alta y delgaducha como un junco, de pelo indomable, aunque tampoco es que me moleste demasiado en tratar de peinarlo, múltiples cicatrices que atestiguan mi violento pasado y unos ojos verdes mucho más claros que con los que nací. Agarés (aunque odie que le llame así) bromea diciendo que es porque he visto el Infierno, puede que no bromee tanto, ya que, cuando me enfado, mi mirada puede llegar a aterrar.
He aprendido a tocar la guitarra clásica y la eléctrica, el violín y el violonchelo, la flauta travesera, la de pan y la armónica, ahora estaba practicando con el piano y el órgano." ¿Cómo es posible todo esto en un psiquiátrico?" os preguntareis. Pues muy fácil si a diario te visita el demonio de la música, por alguna especie de inspiración infernal las técnicas se te quedan al segundo intento y puedes practicar con instrumentos mágicos, o imaginarios, desde el punto de vista de los enfermeros.
He hecho muchos amigos allí, Renardo volvió corriendo a mí en cuanto le dejaron libre y se trajo consigo a buena parte de los pacientes. Me costó, pero conseguí que disimularan bastante bien. Cuando Agarés tocaba el violonchelo todos nos quedábamos relajados y las enfermeras eran felices, pero cuando sacaba la guitarra eléctrica, la que se podía liar. Uf, y el día de los bongos, en el que, además, se le ocurrió aparecer tan solo en taparrabos, fue el caos absoluto. No recuerdo muy bien qué pasó, solo que desperté en una de las cámaras de aislamiento.
-Te tienen miedo –me dijo el demonio mientras tocaba la armónica, dándole a aquello mayor aspecto de prisión.
-¿Los locos? ¿Por qué? –pregunté, tenía la lengua pastosa, por lo que deduje que me habían inyectado algo.
-No, las personas cuerdas. No comprenden cómo consigues controlar a los pacientes.
-Eso lo haces tú –le acusé.
-Sí, es cierto, pero no es lo que ellos ven. Ellos… -vino a sentarse a mi lado- solo saben que cuando "tú" andas cerca, los locos se quedan tranquilos o se enajenan como salvajes.
-Pues deja de tocar –le solté con brusquedad.
-¿Preferirías que no volviera?
-No te lo tomes a mal –me recosté contra la mullida pared-, pero si solo vas a darme problemas, sí. Tú puedes salir de aquí siempre que quieres, pero yo ya no, he demostrado que estoy tarada gracias ti –suspiré.
-De acuerdo, no me volverás a ver –dijo antes de disolverse en el aire como si nunca hubiera existido.
Transcurrieron los días, las semanas y los meses sin que yo supieran nada de Agarés. En seguida sentí un vacío en el estómago, pero me negué a aceptar que echaba de menos a un demonio que solo me metía en problemas. Cada día era peor, las crisis de ansiedad se acrecentaron, no solo las mías, las de medio psiquiátrico, no era la única que arañaba las paredes y aullaba por las noches. Los médicos discutían si era por el cambio de medicación, si les había llegado alguna partida caducada de morfina, si estábamos envenados con plomo…
-¿Dónde está tu amigo? ¿Dónde? –exigió saber Renardo un día, saltándome encima.
-No lo sé, ha vuelto a casa –le respondí asustada.
-¡Pues haz que vuelva!
Un par de fornidos enfermeros se encargaron de quitármelo de encima.
-¡O toca tú! ¡Él te enseñó! ¡Te enseñoooooooooooooooooó!
En soledad de mi habitación, pensé en sus alaridos. Era verdad, no le echaba de menos a él, si no a su música. Se había convertido en una adicción para nosotros. Pero, ¿cómo iba a tocar yo si no tenía instrumentos? Bueno… instrumentos reales y sólidos, porque siempre podía ponerme a arañar las cuerdas de aire con mi arco de aire. Cerré los ojos y lo intenté, al fin y al cabo, ¿no se suponía que estaba loca? Para mi sorpresa, escuché un acorde, un poco chirriante, la verdad, pero era un acorde, y noté la solidez del instrumento. Toqué Vivaldi lo mejor que pude, esperando que Renardo pudiera escucharlo desde el esponjoso mundo de la morfina al que le habrían mandado.
De repente, surgido de la nada, otro violín se unió a mi melodía. Sin dejar de tocar, abrí los ojos y me giré esperando encontrar a Agarés, pero…
-¡Sebastian! –exclamé dejando mi instrumento imaginario sobre la cama y corriendo a abrazarle-. Cuánto tiempo.
-Yo también me alegro de verte, Caprice. ¿Qué tal estás?
-Muy aburrida… desde que se fue el Duque –reconocí bajando la vista al suelo.
-Me lo suponía, pero el Señor Duque es muy orgulloso y no quiere volver. En los últimos meses se ha dedicado a aleccionar a tres nuevos músicos, posiblemente salgan en las noticias.
-Aquí no tenemos noticias del exterior –le recordé.
-Oh, sí, es verdad…
-¡Y yo buscándote para que me sirvieras una copa! –gruñó Agarés.
-Discúlpeme, Señor, no sabía que iba a volver tan pronto –Sebastian hizo una profunda reverencia.
-Tú deberías estar siempre donde te necesito, no visitando mocosas impertinentes.
-Le ruego que me perdone, Señor Duque –añadió disolviéndose en el aire.
-¡Y tú! –me señaló con el dedo-. Desafinas una barbaridad, empieza otra vez desde el principio.
Así fue cómo volvió a visitarme, aunque había días en los que era Sebastian quien aparecía.
-¡Anoche tocaste! –me gritó Renardo nada más verme días después.
-¡Era el Invierno de Vivaldi! ¿A que sí? ¿A que sí? –intervino otro de los locos.
-Hiciste que volviera –me dijo una de mis compañeras de encierro-. Menos mal, con lo guapo que es…
Por suerte, algún otro paciente había tenido una crisis y no estábamos vigilados en ese momento, porque si no, nos habían separado, por si acaso.
-Sí, ha vuelto, pero tenéis que prometerme que no armareis demasiado alboroto, porque, si no, no volverá –mentí.
Por supuesto, la promesa duró una semana y no más, un concierto de Paganini les volvió locos (más aún) y yo, que había estado haciéndole los acompañamientos a Agarés, acabé de nuevo en la cámara de aislamiento. Pero esa vez me lo tomé con mucha más tranquilidad e invertí el tiempo en tocar música y aprender un par de idiomas. Y es que el demonio que me ha tocado resulta que, aparte de incitar a la danza, también tiene don de lenguas. Menudo chollo, ¿a que sí?
Así fue mi vida los siguientes dos o tres años, daba con mis huesos en la cámara de aislamiento una vez al mes como mínimo, pero aprovechaba para aprender idiomas y me vengaba tocando melodías tan delirantes que hasta a los médicos y enfermeras se les iba la cabeza muchas veces. Ahora ese es uno de mis poderes, los locos me escuchan, pero los cuerdos me intuyen, por lo que no entienden porqué sus pies marcan el compas de una música que sus oídos no escuchan.
Hasta que un día me harté, me habían dado permiso para dar una vuelta por el jardín y yo lo aproveché para correr como alma que lleva el diablo, nunca mejor dicho, en dirección a la ciudad. Estaban a punto de pillarme en mitad de la carretera cuando Sebastian apareció, agarró de la mano y tiró de mí hacia la cuneta. Corriendo campo a través más rápido de lo que lo he hecho en mi vida, llegué en pocos minutos a los barrios periféricos de la ciudad.
Caminé hacia el centro con la horrible sensación de que iban a encontrarme con los enfermeros a la vuelta de cualquier esquina, pero Sebastian me tranquilizó diciéndome que él me avisaría si les veía, y que su vista abarcaba muchísimo más que la mía. Guiada por mi oído, en unos arcos, encontré a un músico callejero tocando un violín muy usado. Me detuve junto a él y le estuve observando cerca de una hora, hasta que se cansó y se dispuso a guardar el instrumento.
Entonces me acerqué a él y le rogué que me lo dejara probar un poco. Él, receloso, tardó en decidirse a dejar su bien más preciado en una niña de dieciséis años. Yo estaba hecha un flan, temiendo que lo que había aprendido solo funcionara con los instrumentos imaginarios, pero todas nuestras dudas quedaron disipadas con el principio del "Caprice No. 24" de Paganini. Yo fui tremendamente feliz, al músico callejero se le cayó la mandíbula de la impresión y los viandantes se viraron hacia a mí atraídos por la música. Cuando terminé, llovieron las monedas al estuche del violín. Yo no me conformé con aquello, era la primera vez que tenía un violín de madera en las manos y quería sacarle el máximo partido. Un puñado de canciones más nos proporcionaron dinero para un par de bocadillos y pasar la noche en un albergue. El músico callejero me dio las gracias una docena de veces, parecía que tenía problemas para sacar para comer, no entendí porqué, tocaba bastante bien.
Al día siguiente tocamos unas diez horas seguidas, en cada una de las plazas de la ciudad. Yo no me cansaba de tocar y el hombre no se cansaba de escucharme tocar, solo tomaba el relevo cuando mis dedos se quejaban y pedían un descanso. Amasamos dinero como para dormir un par de noches en el hotel, mis melodías conseguían que estirados hombres de negocios se detuvieran emocionados y soltaran un par de billetes. Frente al escaparate de una tienda de música me di cuenta de que necesitaba tocar un rato más para poder coger uno de los medianamente buenos, por lo que me puse a ello allí mismo. Cuando tuve el dinero, corrí dentro a comprarlo.
-Te lo regalo si me prometes que vendrás cada día a tocar en mi puerta –me ofreció el dueño-. En los minutos en los que tú has estado ahí, se ha duplicado el número de clientes. Tú les inspiras para querer aprender.
A pesar de saber que tras sus bonitas palabras existía el ánimo lucrativo de utilizarme como reclamo, acepté y salí a la calle a exhibir mi nuevo violín, un coro de vítores y aplausos me recibió a mí y al que calculé que era mi regalo de decimoséptimo cumpleaños, más o menos. Aunque no necesitábamos más dinero por aquel día, no pude resistirme a probarlo ahí mismo, creando un dúo con el músico callejero que fue la delicia de los viandantes durante una hora, hasta que el dolor en los dedos nos obligó a parar. Entre el público vi a dos jóvenes aplaudiendo con fuerza, mis dos demonios particulares, parecían muy orgullosos de mí y eso me hizo aún más feliz.
Al día siguiente, después de que hubiéramos dormido en un hotel de tres estrellas, tocamos en un par de plazas antes de cumplir la promesa de ir aposentarnos delante del escaparate de la tienda de música, en plena hora punta, para que el dueño estuviera contento.
¿Os preguntáis cómo es que yendo mi vida tan bien, unos supuestos tíos han tenido que sacarme del psiquiátrico? Pues por tener la mala manía de tocar con los ojos cerrados.
-Eh, Caprice –me susurró Sebastian al oído-, deberías abrir los ojos.
-¿Por qué? –pregunté, poseída por completo por la melodía.
-Enfermeros.
Del susto, dejé de tocar de golpe. Abrí los ojos, les vi abriéndose paso entre el público, me agaché a por la funda, y con ella en una mano y el violín en la otra, salí corriendo sin darles opción a tocarme. Corrí por la calle regando el suelo con dinero, torcí calles bruscamente, crucé la calzada con temeridad, subí y bajé escaleras, y cuando ya me creía a salvo, me pillaron.
El resultado de mi escapada fue que me confiscaron el violín, me incomunicaron una semana y nunca más me dejaron salir al jardín sin vigilancia estricta. A mí las últimas dos cosas me dieron igual, pero la primera… quería mi violín, lo ansiaba, y como mis pataletas no sirvieron de nada, opté por la huelga de hambre. La respuesta fue atarme a la cama con vías para el suero en los brazos. Aprovechando que Sebastian y Agarés iban mucho a visitarme, les pedí que tocaran lo más desquiciante que supieran, lo que hiciera que hasta las médicos se volvieran locos. Mi contraataque fue evidente en las ojeras de las enfermeras que me traían el suero y en el temblor crónico fruto del estrés al que estaban sometidas.
-Si me devolvéis mi violín y me dejáis tocar, les calmaré –le prometí con voz dulce.
Tardaron otro día más en soltarme, pero lo hicieron presas de una histeria colectiva. Me pusieron el instrumento en las manos, me empujaron al interior del comedor y cerraron con candado. Aquello era un campo de batalla, las mesas tiradas y partidas, las paredes manchadas, las bombillas rotas, los cristales también, los pacientes con mirada de depredador salvaje, un par de enfermeros inconscientes en el suelo e incluso otro que estaba tan chalado como los pacientes.
Toqué y, tal como había prometido, relajé los ánimos hasta que todo fue paz y armonía. Los médicos prefirieron no hablar nunca de aquel hecho y lo explicaron diciendo "La música amansa a las fieras". Para los pacientes (y el enfermero con locura transitoria) pasé a ser un ídolo, lo cual era agradable, pero después de haber probado la libertad, no me conformaba con dar conciertos entre aquellas paredes.
Así fue como empecé a maquinar un plan de huída más elaborado. Tenía que encontrar a alguien dispuesto a rellenar el papeleo jurando que se encargaría de mí y así me dejarían marchar en paz. Pero, ¿quién querría adoptar a una loca?
-El dinero es el que mueve el mundo, ¿no, Chopin? –le pregunté a Agarés, el pianista. Ya que no le gustaba el nombre que le habían dado los humanos y yo no era capaz de pronunciar el verdadero sin tener que arrancarme la lengua y atragantarme con ella, le daba el primero que se me ocurría, cosa que no le disgustaba.
-¿Pretendes hacer que alguien te adopte atrayéndole con dinero? –preguntó sin dejar de tocar.
-Sí, ¿por qué no? Soy una buena violinista, podría ganar mucho dinero si me dedicara a ello.
-Se te darían bien muchos instrumentos si les dedicaras tiempo, no sé porqué te has obcecado con el violín.
-Le gusta a la Princesa de las Tinieblas –respondí sin pensar.
-Atraer gente con dinero y gustarle a su Majestad, y luego el demonio soy yo –rió divertido.
El Duque me ayudó a encontrar la pareja adecuada llamando un amigo demonio, Aamón. Pero, tal y como me explicó, mi sacrificio había sido para llamar a Agarés, por lo que solo él y su ayuda de cámara podían utilizarme de portal, de modo que, una noche cualquiera, las pastillas que siempre me daban surtieron un efecto imprevisto y me dejaron en coma.
Yo me esperaba que Aamón fuera un hombre alto, fornido, de piel oscura y rasgos egipcios, eso era lo que me sugería su nombre, por lo que me quedé de piedra cuando, sentada en un cómodo sofá del lujoso salón del Palacio del Duque, me encontré a una niña pequeña, más o menos de la edad que yo tendría cuando me adoptaron. El pelo negro lo tenía recogido en dos graciosas coletas a los lados, que caían sobre la capa de pelo blanco y el amplio vestido azul con el que iba vestida. Aquella era Aamón, una de las grandes al servicio no se qué General importante de los Infiernos.
-¿Podrías buscar en tus listas una pareja dispuesta a adoptar a una violinista muy buena, interna en un psiquiátrico? –preguntó Agarés, mientras Sebastian nos servía el té, o lo que hiciera las veces de té en el Averno.
-¿A cambio de qué? –a Aamón le brillaron los ojos de pura avaricia.
-¿He de recordarte que me debes un par de almas de los últimos managers ambiciosos que iban pegados a mis músicos geniales?
La niña hizo un gesto de fastidio y sacó un rollo de pergamino del interior de su capa fabricada con conejitos.
-¿Quién es ella para que gastes un favor conmigo de esta manera? –quiso saber mientras buscaba.
-Mi mascota –respondió con tono divertido.
Yo le saqué la lengua automáticamente.
-Pues deberías adiestrarla mejor –recomendó sin levantar la vista del pergamino.
-Me gusta que sea rebelde.
-Tú y tus músicos rompedores… -murmuró.
-Y el dinero que dan, ¿qué?
-Ahí tienes razón –admitió-. ¡Les tengo!
Así fue cómo conseguí los nombres y la dirección que necesitaba, una pareja antaño adinerada pero que lo habían perdido prácticamente todo por una mala jugada empresarial, pero que se negaban a renunciar a su tren de vida, por lo que estaban en serios apuros. Incluso pude espiarles como si fuera un fantasma. En nombre del Psiquiátrico les mandé una carta donde les explicaba que sus nombres eran los únicos que aparecían en mi expediente, por lo que se deducía que tenían alguna relación conmigo, y que, puesto que mi rehabilitación estaba prácticamente completada, lo mejor sería que pasase a vivir en un ambiente familiar. Añadí "Siempre se comporta bien y es muy sosegada, su único defecto es tenerle demasiado apego a su violín, que toca varias horas al día, pero lo hace como una profesional, por lo que esperamos que no sea una molestia. Les adjuntamos una cinta para que comprueben su maestría". Después de cerciorarme que aquella misiva tenía aspecto oficial, me grabé tocando, lo metí todo en un paquete y se lo di al cartero para que se lo llevara.
Con ayuda de Sebastian, estuve alerta para cazar la respuesta. Tuve que robarla del despacho del director y, tras comprobar que la pareja se había mostrado interesada (seguramente atraída por el dinero que suponía mi talento musical), la cambié por una carta escrita por mí donde una pareja creía haber encontrado por fin a la hija de una hermana de ella. Me encargué de interceptar todas las cartas para que no hubiera errores ni malentendidos, por lo que al final conseguí que la avariciosa pareja diera una fecha para ir a recogerme.
-¿Qué piensas hacer ahí fuera? –me preguntó Agarés ayer.
-Vivir como música callejera, supongo, de ciudad en ciudad para que no me vuelvan a atrapar –respondí, había decidido dedicarle un tiempo a mi piano imaginario.
-Me refería a que no tienes porqué molestarte en hacer buenas acciones.
-Por fin actúas como un demonio, incitándome a hacer el mal.
-Yo no te incito a hacer el mal, solo te advierto que no hace falta que te molestes en hacer el bien. Da igual lo que hagas, por ser una especie de portal demoniaco, no querrán tu alma en el Cielo.
-Ya me lo suponía –dije sin abrir los ojos ni dejar de tocar a Mozart.
-¿Qué harás cuando llegues al Infierno?
-¿Acaso me van a dar opción de elegir? –pregunté con sorna-. Pensaba que te ponían los grilletes directamente.
-Pero tú tienes enchufe –hizo una pausa antes de continuar-. ¿Qué te parecería servirme?
-¿Dónde está la trampa? ¿Por qué de repente este interés por quedarte con mi alma? –dejé de tocar.
-¿De repente? Los humanos sois frágiles, mejor que vayas haciendo el testamento. No hay trampa, solo quiero buscarte un buen sitio. Mejor limpiando mi palacio que nadando ríos de lava y sangre, ¿no?
-Sí, supongo que sí… pero algo me ocultas –entrecerré los ojos.
-No serías una sirvienta cualquiera, podrías ser mi segunda ayuda de cámara.
-Aja…
Agarés suspiró resignado.
-Ese al que tú llamas Sebastian me ha servido fielmente durante milenios, y hace unos días olvidó su cargo como sirviente para obligarme a jurar que quedarás bajo mi tutela cuando mueras. Parece preocupado porque vayas a parar al tormento eterno o que seas la mascota de la Princesa durante los siguientes siglos, y yo, que aunque sea un ángel caído no soy de piedra, he tenido que jurárselo.
-Oh, tendré que agradecérselo…
El demonio asintió y se quedó callado, pero se le notaba que quería decir algo más.
-¿Qué?
-¿Le darás una oportunidad? –preguntó cruzando las piernas sobre mi cama, de repente se le veía más joven, y cotilla.
-¿A quién?
-A mi ayuda de cámara.
-¿A qué te refieres?
-Le gustas, tonta.
-¡¿Qué?! –me tapé la boca con las manos, no debería gritar.
-Que él sea un demonio y tú una humana no tiene porque interferir. Solo hay que ver a la Princesa de las Tinieblas, ella no es ningún ángel caído, lleva con su Majestad unos siglos tan solo, pero todos la respetamos. Como para no hacerlo, con la mala leche que tiene… -murmuró.
-Espera, espera, vas muy rápido –dije notando cómo me sobrevenía una de mis crisis de ansiedad-. Yo… yo no…
-Shhh, tienes razón, ¿por qué correr cuando se tiene toda la eternidad? –sacó el violonchelo para calmarme.
Así es cómo estoy ahora montada en un coche, en mitad de la ciudad en hora punta. La pareja ha aprovechado que iba ausente para empezar a hablar de si deberían apuntarme a un conservatorio o no, de qué amigo puede ayudarles a introducirme en el mundo de la música profesional… Aamon no se equivocó, solo me quieren por el dinero. Mucho mejor, así no me dolerá lo que voy a hacer.
-Señora…
-Llámame mamá, pequeña.
-De acuerdo, "mamá". Vosotros solo me queréis por el dinero que podría ganar tocando el violín, ¿verdad?
-¿P-pero qué cosas dices?
-Pero yo prefiero vivir de lo que gano en la calle –digo a modo de despedida agarrando el estuche del instrumento y tratando de abrir la puerta, pero está atrancada.
-¿A dónde te crees que vas? –grazna la mujer.
No importa, si no puedo salir como una persona civilizada y normal, lo haré como una que puede crear notas muy agudas tan solo arañando el cristal, que se fractura cayendo como arena blanca.
-¡Ha sido un placer conoceros! –digo escurriéndome por el hueco que acabo de abrir antes de que me echen el guante.
Corro entre los coches dando gracias porque hayan llegado tarde y así nos hayamos metido en la ciudad en plena hora punta. He dejado la maleta en el coche, pero solo llevaba un par de mudas limpias y una camiseta que alguien había dado a la beneficencia. Mi único tesoro lo llevo en las manos.
No tengo muy claro qué voy a hacer. ¿Amigos? ¿Transporte? ¿Rumbo?
Ya veremos qué improviso sobre la marcha, no necesito un plan, al fin y al cabo, estoy loca, ¿no?
"Pequeña" autobiografía de Caprice, protagonista que he inventado para "La caza del Tesoro" que tenemos en :iconcuentos-por-colores:

Aún no me he leído el resto de partes para que no me influenciaran y tengo miedo, mucho miedo, porque a ver cómo nos las apañamos para encajarlo...
Y es que Caprice es rara de narices ^^;

Ficha técnica XD:
Nombre: Caprice (se lo puso la que la recogió en el orfanato)
Apellidos: No tiene (es huérfana)
Nació hace casi 29 años, pero tiene casi 19... para entenderlo mejor leeros el texto ^^;
Talentos: tocar un montón de instrumentos de manera profesional y manejarse en varios idiomas como si fuera nativa.
Poderes: Influenciar a las personas con su música y romper cristales con notas agudas.
Marcas de nacimiento: Ninguna, pero tienes unas cuantas fruto de una experiencia... ¿paranormal?
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Skrull4PT's avatar
O.O
estoy empezando a leer lo de CDT para ponerme al dia e intentar participar y termine ahora esto, asi que comento aunque ya lo subieras hace tiempo :P
¿que decir? no creo haber dicho nunca tan asi de nada que hay leido en internet, pero ¡fabuloso! ¡fantastico! ese toque inesperado, desenfadado y pasota a los demonios, esa capacidad de influenciar con la musica, vaya originalidad, genial hasta en el más minimo detalle, me a gustado muchisimo, lo unico que me fallo un poco es que si sebastian puede ver mucho más que ella la avisara de los enfermeros en la plaza cuando ya estaban cerca XD pero absolutamente genial, si me uno a CDT sea un placer usar a esta chica para la historia, no pensaba que fuera a haber cosas paranormales pero te doy las gracias por meterlas asi XD desde ahora tienes otro seguidor solo por esta historia^^