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Era una noche fría de finales de otoño, el viento azotaba los árboles y provocaba remolinos en la perpetua bruma que rodeaba el castillo. En lo alto de una de las picudas torrecillas que coronaban la imponente y tétrica fortaleza, un vampiro estaba echado sobre las tejas. Vestía un cómodo jersey naranja de cuello vuelto, ajado y cedido por los años, le gustaba llevarlo a pesar de que su cuerpo no sufriera por el clima. Tenía una oscura melena corta y oblicua, desperdigada en ese momento por las tejas de pizarra enmohecida. Junto a él descansaba una taza blanca con restos granates de sangre reseca.
El arrullo del viento le adormiló a pesar de que hiciera poco del atardecer, llevaba unos días durmiendo fatal. Bostezó y cerró los ojos. "Sólo un momento, para descansarlos" se dijo. Pero, como era inevitable, cayó en brazos de Morfeo.
-Kestrel.
El aludido se sobresaltó, abrió los ojos y trató de enfocar.
-E-estoy despierto –aseguró a pesar de no saber dónde se encontraba.
-Eh, tranquilo, soy yo.
-Valentine –suspiró al reconocer a su novio, nórdico, rubio platino y con un carácter tan frío como su tierra natal.
-Pero sí que te habías dormido –le advirtió sentándose a su lado.
-¿Cómo sabes que no estaba sólo con los ojos cerrados? –murmuró desviando la mirada.
-Porque llevo diez minutos observándote.
Kestrel suspiró abatido.
-Últimamente el Maestro Supremo no me deja pegar ojo –se quejó por lo bajo.
-Teme una revuelta y quiere que les mantengas calmados.
-Lo sé –volvió a suspirar-. Pero podría pensar un poco en mi salud…
-Eh, no decaigas –le susurró Valentine al oído-. Acabo de pasarme por Oráculo a preguntar.
-¿Y… qué ha dicho esta vez? –preguntó en el mismo volumen de voz.
-Que tenemos que seguir esperando, pero que ya queda poco para el fin de la esclavitud.
-Ah… -intentaba prestar atención a sus palabras, pero sentir el aliento de su novio en la oreja le descentraba con escalofríos de placer-. ¿Cuánto?
No recibió respuesta, Valentine posó los labios sobre los suyos, incendiando su espíritu. Kestrel se giró para subirse a sus piernas, le agarró por la nuca y le besó con pasión, espabilándose considerablemente. El nórdico le correspondió con calma, colocando sus manos en su cintura, contagiándose poco a poco del deseo que le transmitía. Se tumbaron sobre las tejas y golpearon sin querer la taza, que se precipitó al vacío para hacerse añicos ciento cincuenta metros más abajo.
Una violenta y ronca tos les interrumpió cuando Valentine empezaba a animarse.
-¡Maestro Supremo! –exclamó Kestrel al reparar en el iracundo anciano que se había encaramado al mismo tejado y al que le ondeaban los negros ropajes.
-Señor –añadió Valentine.
-Kestrel… -comenzó el jefe del clan-. ¿Continuas teniendo el poder de transmitir tus emociones a los que te rodean?
-S-sí, Señor –balbuceó quitándose de encima de su novio.
-Entonces explícame qué estás haciendo –su mirada furibunda le quemaba como ascuas al rojo.
-Eh… necesitaba despejarme y…
-¿Pretendes que haya otra gran orgía, Kestrel? –le cortó con sequedad.
-N-no, Señor –bajó la mirada, de haber podido, se habría sonrojado de pura vergüenza.
-Pues que no os vuelva a pillar revolcándoos como animales en celo –añadió antes de desaparecer con un rápido movimiento.
Kestrel se quedó quieto, cohibido, encogido y abochornado. Aquella esclavitud le estaba matando, si es que podía considerarse que viviera.
-Ven –Valentine, que como era habitual en él, no estaba afectado para nada, le cogió de la mano, le instó a ponerse en pie y a saltar de la torre.
Aterrizaron como gatos junto a los restos de la pobre taza y el rubio tiró de él hacia el interior del oscuro bosque que rodeaba el castillo.
-¿A dónde vamos? –preguntó dejándose guiar.
-El Oráculo me ha dicho algo más cercano, mucho más cercano.
-¿De ahora? –se sorprendió.
-De "justo" ahora –remarcó la inmediatez.
-¿Y qué es?
-Ya lo verás –le hizo subir a un árbol y sentarse en una gruesa rama-. Debería ser por aquí.
Kestrel esperó pacientemente, preguntándose qué iría a ocurrir allí. A pesar de que se encontraban cerca de la fortaleza, desde allí no se podían ver sus muros. El bosque estaba como cualquier otra fría y ventosa noche de finales de otoño.
Entonces lo escuchó, unos pasos apresurados sobre la hojarasca que alfombraba el suelo, y no eran pasos vampíricos. Lo siguiente fue un apetitoso olor a humano impulsado por las ráfagas, que activaron sus glándulas salivares.
-Huele dulce –se deleitó.
-Lástima que no le podamos tocar.
-¿Quién es? –preguntó entreviendo a un jovencito rubio.
-Alguien importante para nuestro futuro, por lo visto.
El chico, que no parecía haber alcanzado aún la mayoría de edad, se acercó a su posición. Los vampiros no se movieron, los ojos del humano no estaban preparados para verles ni aunque pasara a dos metros de ellos. O quizás si pudiera, ya que no se valía de ninguna luz.
-¿Y qué hace aquí? –susurró.
-Huir de ellos –señaló hacia adelante, por donde se acercaban otro par de hombres, estos sí que portaban luces mágicas.
-¿Tenemos que dejarle pasar? –los colmillos se le alargaban por cuenta propia.
-Así es, ni un rasguño.
-Jo…
Le vio pegar un quiebro y cambiar la ruta radicalmente, alejándose del castillo.
-Pero de los otros dos no ha dicho nada –trató de animarle Valentine.
-No huelen tan bien –refunfuñó observando con desdén a los hombres que rastreaban el terreno para seguir al fugitivo.
-Podríamos cogerles como mascotas, alimentarles bien y…
-No me convence…
Valentine hizo oídos sordos de sus reticencias y saltó al suelo. Cazó a los dos humanos, que al principio se resistieron un poco, pero a los que dejó en seguida fuera de combate.
-Venga, son cazarrecompensas o algo así, nadie les echará en falta –se echó uno al hombro.
-Vaaaaaale –bajó junto a él-. Mmmh, con un buen aseado y afeitado podrían resultar atractivos… -consideró encargándose de llevar al otro.
-Me juraste que sólo me mirarías a mí –le recordó Valentine, aunque sin que los celos pudieran alterarle.
-Bueno… eso no impide que pueda apreciar el atractivo de otros, ¿no? –planteó mientras regresaban a la fortaleza.
-¿Eso significa que puedo fijarme en otros sin que te sientas celoso? –respondió cruzando el puente sobre el abismo.
-Eh… sí, claro.
Atravesaron el gran portón principal.
-Lo dices porque, por mi carácter frío, consideras mínimas las posibilidades –le echó en cara con su permanente seriedad-. ¿Y si fueran otras?
Kestrel frunció el ceño, por "suerte" el Maestro Supremo acudió a interrumpirles cuando subían por las escaleras del vestíbulo.
-Eh, ¿qué hacéis con esos dos humanos? –interrogó plantándose delante.
-Son cazarrecompensas que han penetrado en nuestro territorio –se encargó de explicar Valentine con aplomo-. Los hemos encontrado prácticamente en la puerta, por lo que se nos ha ocurrido invitarlos a entrar.
El jefe del clan volvió la cabeza y allí estaba el Oráculo, otro anciano vampiro de rostro más afable y surcado por centenarias arrugas. Asintió conforme, sin ponerle pegas al secuestro.
-¿Os habéis dejado a alguien?
-No, Señor.
Kestrel negó con la cabeza, guardándose el secreto de que habían dejado escapar al apetecible jovencito.
-¿Qué pensáis hacer con ellos? –preguntó con un poco menos de dureza.
-Alimentarles, serán nuestras mascotas –declaró el vampiro insomne.
El Maestro Supremo no dijo nada, pero siguió adelante, lo que daba visto bueno a sus planes. Llevaron a los dos humanos a sus habitaciones, le sentaron en sillas y les espabilaron. Los hombres despertaron sobresaltados, al instante, una oleada de intenso olor a miedo inundó el lugar, pero no era aquel el sabor que querían conseguir.
-¿Os apetece tomar algo? –ofreció Kestrel agarrando a su novio por la cintura-. ¿Café, zumo, agua? Sea lo que sea, le voy a añadir siete cucharadas de azúcar –advirtió risueño.
El arrullo del viento le adormiló a pesar de que hiciera poco del atardecer, llevaba unos días durmiendo fatal. Bostezó y cerró los ojos. "Sólo un momento, para descansarlos" se dijo. Pero, como era inevitable, cayó en brazos de Morfeo.
-Kestrel.
El aludido se sobresaltó, abrió los ojos y trató de enfocar.
-E-estoy despierto –aseguró a pesar de no saber dónde se encontraba.
-Eh, tranquilo, soy yo.
-Valentine –suspiró al reconocer a su novio, nórdico, rubio platino y con un carácter tan frío como su tierra natal.
-Pero sí que te habías dormido –le advirtió sentándose a su lado.
-¿Cómo sabes que no estaba sólo con los ojos cerrados? –murmuró desviando la mirada.
-Porque llevo diez minutos observándote.
Kestrel suspiró abatido.
-Últimamente el Maestro Supremo no me deja pegar ojo –se quejó por lo bajo.
-Teme una revuelta y quiere que les mantengas calmados.
-Lo sé –volvió a suspirar-. Pero podría pensar un poco en mi salud…
-Eh, no decaigas –le susurró Valentine al oído-. Acabo de pasarme por Oráculo a preguntar.
-¿Y… qué ha dicho esta vez? –preguntó en el mismo volumen de voz.
-Que tenemos que seguir esperando, pero que ya queda poco para el fin de la esclavitud.
-Ah… -intentaba prestar atención a sus palabras, pero sentir el aliento de su novio en la oreja le descentraba con escalofríos de placer-. ¿Cuánto?
No recibió respuesta, Valentine posó los labios sobre los suyos, incendiando su espíritu. Kestrel se giró para subirse a sus piernas, le agarró por la nuca y le besó con pasión, espabilándose considerablemente. El nórdico le correspondió con calma, colocando sus manos en su cintura, contagiándose poco a poco del deseo que le transmitía. Se tumbaron sobre las tejas y golpearon sin querer la taza, que se precipitó al vacío para hacerse añicos ciento cincuenta metros más abajo.
Una violenta y ronca tos les interrumpió cuando Valentine empezaba a animarse.
-¡Maestro Supremo! –exclamó Kestrel al reparar en el iracundo anciano que se había encaramado al mismo tejado y al que le ondeaban los negros ropajes.
-Señor –añadió Valentine.
-Kestrel… -comenzó el jefe del clan-. ¿Continuas teniendo el poder de transmitir tus emociones a los que te rodean?
-S-sí, Señor –balbuceó quitándose de encima de su novio.
-Entonces explícame qué estás haciendo –su mirada furibunda le quemaba como ascuas al rojo.
-Eh… necesitaba despejarme y…
-¿Pretendes que haya otra gran orgía, Kestrel? –le cortó con sequedad.
-N-no, Señor –bajó la mirada, de haber podido, se habría sonrojado de pura vergüenza.
-Pues que no os vuelva a pillar revolcándoos como animales en celo –añadió antes de desaparecer con un rápido movimiento.
Kestrel se quedó quieto, cohibido, encogido y abochornado. Aquella esclavitud le estaba matando, si es que podía considerarse que viviera.
-Ven –Valentine, que como era habitual en él, no estaba afectado para nada, le cogió de la mano, le instó a ponerse en pie y a saltar de la torre.
Aterrizaron como gatos junto a los restos de la pobre taza y el rubio tiró de él hacia el interior del oscuro bosque que rodeaba el castillo.
-¿A dónde vamos? –preguntó dejándose guiar.
-El Oráculo me ha dicho algo más cercano, mucho más cercano.
-¿De ahora? –se sorprendió.
-De "justo" ahora –remarcó la inmediatez.
-¿Y qué es?
-Ya lo verás –le hizo subir a un árbol y sentarse en una gruesa rama-. Debería ser por aquí.
Kestrel esperó pacientemente, preguntándose qué iría a ocurrir allí. A pesar de que se encontraban cerca de la fortaleza, desde allí no se podían ver sus muros. El bosque estaba como cualquier otra fría y ventosa noche de finales de otoño.
Entonces lo escuchó, unos pasos apresurados sobre la hojarasca que alfombraba el suelo, y no eran pasos vampíricos. Lo siguiente fue un apetitoso olor a humano impulsado por las ráfagas, que activaron sus glándulas salivares.
-Huele dulce –se deleitó.
-Lástima que no le podamos tocar.
-¿Quién es? –preguntó entreviendo a un jovencito rubio.
-Alguien importante para nuestro futuro, por lo visto.
El chico, que no parecía haber alcanzado aún la mayoría de edad, se acercó a su posición. Los vampiros no se movieron, los ojos del humano no estaban preparados para verles ni aunque pasara a dos metros de ellos. O quizás si pudiera, ya que no se valía de ninguna luz.
-¿Y qué hace aquí? –susurró.
-Huir de ellos –señaló hacia adelante, por donde se acercaban otro par de hombres, estos sí que portaban luces mágicas.
-¿Tenemos que dejarle pasar? –los colmillos se le alargaban por cuenta propia.
-Así es, ni un rasguño.
-Jo…
Le vio pegar un quiebro y cambiar la ruta radicalmente, alejándose del castillo.
-Pero de los otros dos no ha dicho nada –trató de animarle Valentine.
-No huelen tan bien –refunfuñó observando con desdén a los hombres que rastreaban el terreno para seguir al fugitivo.
-Podríamos cogerles como mascotas, alimentarles bien y…
-No me convence…
Valentine hizo oídos sordos de sus reticencias y saltó al suelo. Cazó a los dos humanos, que al principio se resistieron un poco, pero a los que dejó en seguida fuera de combate.
-Venga, son cazarrecompensas o algo así, nadie les echará en falta –se echó uno al hombro.
-Vaaaaaale –bajó junto a él-. Mmmh, con un buen aseado y afeitado podrían resultar atractivos… -consideró encargándose de llevar al otro.
-Me juraste que sólo me mirarías a mí –le recordó Valentine, aunque sin que los celos pudieran alterarle.
-Bueno… eso no impide que pueda apreciar el atractivo de otros, ¿no? –planteó mientras regresaban a la fortaleza.
-¿Eso significa que puedo fijarme en otros sin que te sientas celoso? –respondió cruzando el puente sobre el abismo.
-Eh… sí, claro.
Atravesaron el gran portón principal.
-Lo dices porque, por mi carácter frío, consideras mínimas las posibilidades –le echó en cara con su permanente seriedad-. ¿Y si fueran otras?
Kestrel frunció el ceño, por "suerte" el Maestro Supremo acudió a interrumpirles cuando subían por las escaleras del vestíbulo.
-Eh, ¿qué hacéis con esos dos humanos? –interrogó plantándose delante.
-Son cazarrecompensas que han penetrado en nuestro territorio –se encargó de explicar Valentine con aplomo-. Los hemos encontrado prácticamente en la puerta, por lo que se nos ha ocurrido invitarlos a entrar.
El jefe del clan volvió la cabeza y allí estaba el Oráculo, otro anciano vampiro de rostro más afable y surcado por centenarias arrugas. Asintió conforme, sin ponerle pegas al secuestro.
-¿Os habéis dejado a alguien?
-No, Señor.
Kestrel negó con la cabeza, guardándose el secreto de que habían dejado escapar al apetecible jovencito.
-¿Qué pensáis hacer con ellos? –preguntó con un poco menos de dureza.
-Alimentarles, serán nuestras mascotas –declaró el vampiro insomne.
El Maestro Supremo no dijo nada, pero siguió adelante, lo que daba visto bueno a sus planes. Llevaron a los dos humanos a sus habitaciones, le sentaron en sillas y les espabilaron. Los hombres despertaron sobresaltados, al instante, una oleada de intenso olor a miedo inundó el lugar, pero no era aquel el sabor que querían conseguir.
-¿Os apetece tomar algo? –ofreció Kestrel agarrando a su novio por la cintura-. ¿Café, zumo, agua? Sea lo que sea, le voy a añadir siete cucharadas de azúcar –advirtió risueño.
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Regalito para una amiga, acabado en "ito" porque me parece muy cortito para lo que soy yo
Feliz cumpleaños
Kestrel es el personaje que me sugirió para Lirio de Sangre y Valentine fue el personaje que existía a medias que le adjudiqué como novio XD
No he podido resistirme a meter algún personaje conocido y algún que otro spoilercillo >__<
Feliz cumpleaños
Kestrel es el personaje que me sugirió para Lirio de Sangre y Valentine fue el personaje que existía a medias que le adjudiqué como novio XD
No he podido resistirme a meter algún personaje conocido y algún que otro spoilercillo >__<
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Uh...
¿Otra orgía?¿Por qué no estuve en la prim---
EJEM
Me gusta, me gusta DD
¿Y a qué huele el otro humano? -guiño guiño- Me lo imagino con olor a tarta de queso *¬*
-déjame, desvarío, llevo todo el santo día leyendo Lirio-
¿Otra orgía?¿Por qué no estuve en la prim---
EJEM
Me gusta, me gusta DD
¿Y a qué huele el otro humano? -guiño guiño- Me lo imagino con olor a tarta de queso *¬*
-déjame, desvarío, llevo todo el santo día leyendo Lirio-