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Por ti hasta la locura

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Cirkadia's avatar
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La primera vez que Fran vio a Mariam tenían los dos doce y no fue un amor a primera vista, ni mucho menos. Ella era nueva en la ciudad y en la escuela, sus padres se habían trasladado por trabajo, aunque en seguida corrió el rumor de que había sido por culpa de la hija, que en realidad habían huido. Mariam acabó sentada dos pupitres por delante de él, parecía una chica normal, menuda y delgada, de grandes ojos color miel siempre soñadores, pelo dorado y ondulado. Tenía sonrisas tímidas para todos, pero nunca jugaba con nadie, en los recreos permanecía sentada en un rincón, mano sobre mano, rechazando las invitaciones de sus compañeras de clase. Después de observar aquella actitud durante semanas, Fran, en su infinita sabiduría de niño de primaria, llegó a la conclusión de que o ella era tonta o no le gustaban los juegos de chicas, así que, sintiéndose un gran benefactor, se acercó para preguntarle si se uniría a su equipo de fútbol.
-No –respondió ella con los ojos fijos en el suelo.
-¿Y por qué no? –insistió insolente, ya que se había molestado en acercarse, quería una buena razón.
-No sé jugar –murmuró ella sin levantar la vista.
Claro, ¿cómo iba a saber si era una chica? Se encogió de hombros y volvió con sus amigos. Transcurrieron las semanas y Mariam estaba cada vez más sola, ya nadie se molestaba en invitarla a jugar, pues siempre les rechazaba, y ya la apodaban la "rara" Él, que tras su decimotercer cumpleaños se sentía generoso, decidió darle una segunda oportunidad.
-¿Juegas al baloncesto? –preguntó botando la pelota naranja delante de ella.
-No.
-¿Y por qué no?
-No sé jugar.
-Yo te enseñaré –añadió con suficiencia.
Mariam levantó la vista, sorprendida, pero acabó negando con la cabeza.
-No quiero molestaros.
-Solo jugaremos tú y yo. Venga, levanta –le agarró del brazo y tiró de ella-. No seas tan aburrida.
Finalmente la niña se dejó llevar frente a una canasta y observó atentamente cómo se debía lanzar la pelota, pero, llegado su turno, la esfera naranja no se alzó más de medio metro sobre sus cabezas.
-Más fuerte –exigió Fran, sabía que las chicas eran más débiles, pero aquello era demasiado.
Mariam lo intentó de nuevo, pero le faltó mucho para alcanzar el aro.
-No puedo más fuerte –murmuró bajando la cabeza.
-¿Cómo no vas a poder? –exclamó yendo a buscar la pelota-. Mira, así.
La tiró con todas sus fuerzas, haciendo que, en vez de encestar, golpeara sonoramente el cuadro de madera y rebotara yendo hacia el campo de fútbol. Se giró hacia ella esperando un "qué fuerte eres" o por lo menos un "qué lejos la has mandado", pero se encontró con un…
-Menos mal que no se ha roto –murmuró para sí misma con los ojos fijos en el tablero de madera.
Para cuando volvió con la pelota, Mariam había regresado a su rincón. La dejó por imposible y, durante días, la abandonó en su terca soledad, hasta que uno de los chulitos de clase llegó una mañana pavoneándose.
-Yo sé porque los padres de la "rara" vinieron aquí –pregonó aprovechando que la profesora aún no había llegado, esperó a que sus compañeros de clase le prestaran la ansiada atención-. A la "rara" la echaron del colegio.
Las exclamaciones de sorpresa y escándalo no se hicieron esperar y se montó una buena algarabía. Lejos de preguntarle a la aterrada aludida, todos se volvieron hacia el chulito en busca de información.
-Le echaron del colegio por pelearse, por lo visto, le dio una paliza a uno y casi lo mata.
-¡Eso no es verdad! –gritó Mariam poniéndose en pie y su pupitre acabó por los suelos, las miradas se clavaron ahora en ella.
-¿Y entonces qué fue lo que pasó, "rara"? –interrogó el chulito.
La niña apretó los labios y no respondió, estaba a punto de llorar. La llegada de la profesora interrumpió el interrogatorio.
-Mariam, se puede saber qué hace tu pupitre en el suelo –le reprochó y la alumna no atinó a darle nunca respuesta satisfactoria.
Ella fue el motivo de rumores durante todo el día, entre clase y clase, los cotillas la acribillaban a preguntas y la mayor parte del recreo estuvo siendo acosada, excepto los minutos en los que consiguió atrincherarse en el baño. Mariam desapareció nada más sonar la sirena para evitar que algún pesado la siguiera a casa. Pasaron los días y Fran asistió a cómo medio colegio se unía al interrogatorio, mientras el otro medio inventaba absurdas historias. Según fue transcurriendo la semana, cada vez eran menos los que creían que realmente hubiera dado una paliza, pero no por eso dejaron de insistir. El lunes siguiente, la plantilla de alumnos al completo se lo tomaba a broma, componía rimas, canciones y leyendas sobre las pillerías de las que supuestamente era culpable la "rara".
-¡Dejadla en paz! –salió en su defensa a la hora del recreo, en el que había triunfado el nuevo deporte: incordiar a Mariam hasta hacerla llorar-. ¡Largaos! –gritó haciendo escudo delante de ella.
-No sabía que la "rara" fuera tu novia, "hierritos" –se burló uno de los acosadores.
-¿Y te da palizas cuando estáis solos? –rió otro.
Un chirrido metálico se extendió por todo el patio. Fran solía ser un chico muy tranquilo, pero era fuerte y, cuando se enfadaba, podía llegar a ser muy peligroso, sobre todo por su poder de manipular los metales a su gusto.
-¡Fuera de aquí! –junto con su grito, las barras de la barandilla se combaron hacia ellos.
-¿O si no qué? –se le ocurrió preguntar a un estúpido-. Los profesores no te dejan… -se interrumpió al ver que la columna de la canasta se doblaba cerniéndose sobre su cabeza.
-¡No puedes hacerlo, te castigarán! –chillaron otros retrocediendo espantados.
Fran gruñó como un tigre furioso y dobló un poco más la canasta para que les quedara claro. En pocos segundos estaban solos.
-¿Estás bien? –se interesó limpiándose el sudor de la frente con orgullo.
-Sí… -dio un paso atrás-. Gracias –añadió antes de salir corriendo a esconderse en algún rincón.
-¡Espera! Ag, perfecto, la he asustado –masculló poniendo la canasta derecha antes de que se presentara algún profesor.
Los poderes naturales eran un hecho aceptado, una de cada cinco personas nacía con un don y el resto podían conseguir más o menos los mismos efectos con esfuerzo, años de práctica y el hechizo adecuado. En su misma clase había tres telequinésicos y una conjuradora de luz. Era algo normal, pero, aún así, un crío de trece años que doblaba vigas de acero sin esfuerzo alguno, impactaba.
Tuvo el tiempo justo para enderezar la barandilla y volver a clase. Mariam se ausentó durante toda una hora y, cuando apareció, le dirigió una tímida mirada. Fran estaba desconcertado, no sabía si la había asustado o no. Decidió hablar con ella, aunque no hizo falta, pues fue ella quien se acercó al terminar las clases.
-Fran, yo… gracias –murmuró retorciéndose las manos.
-Eso ya me lo has dicho antes –respondió él con tono bromista mientras metía los libros en la mochila.
-Yo… debería… deberías mantenerte alejado de mí… por tu bien.
-¿Y eso por qué?
Ella parecía tener problemas para contestar estando rodeada de sus compañeros de clase, por lo que pensó en invitarla a merendar a su casa, pero uno de los telequinésicos, uno de los que había espantado a la hora del recreo, les interrumpió.
-Esto no va a quedar así, "hierritos" –le amenazó.
-¿Y qué vas a hacer, chivarte, nenaza? –le respondió sin amilanarse.
Aquella breve y tensa conversación le permitió a Mariam escapar sin aclarar nada más. Fran se dijo que de aquella tarde no pasaba, que tenía que averiguar qué era lo que atormentaba a la chica. Salió a toda prisa del colegio, pero no encontró ni rastro de ella. No sabía dónde vivía, pero sí que atajaba por el callejón que había tras el gimnasio, de modo que corrió en aquella dirección. Alcanzó a verla cuando estaba a punto de doblar la esquina para internarse en la estrecha calle donde se acumulaban los trastos que el colegio había dado por inservibles, también vio que el chulito que había iniciado la leyenda sobre la paliza la perseguía. "Tendré que arrearle para que la deje en paz de una vez"  se dijo a pesar de que no disfrutaba con la violencia.
-¡Déjame! –el grito de Mariam fue seguido de un fortísimo golpe.
El chico dobló la esquina dispuesto a partirle la cara al chulito por haberla tocado, pero resultó que no hacía falta. Ella estaba bien, exceptuando el hecho de que lloraba desconsoladamente tapándose la cara con las manos, aunque no se podía decir lo mismo del otro, que yacía en el suelo, inconsciente, junto a él, un contenedor metálico tenía una abolladura.
-¿Le he matado? –sollozó Mariam.
-No… Mira, respira –respondió atónito, no comprendía qué podía haber pasado.
Se escucharon pasos y voces, en seguida estuvieron rodeados por alumnos.
-Mariam, ¿qué has hecho? –preguntó una asustada profesora abriéndose paso.
Fran miró a su compañera de clase de reojo, continuaba llorando a moco tendido.
-No, he sido yo –mintió-. Él se estaba metiendo con ella, la ha insultado y… -bajó la cabeza, nunca se le había dado bien mentir, pero tenía que hacerlo para que no la castigaran.
-¡¿Tú?! –exclamó la mujer, atónita.
-Sí, lo siento, se me ha ido la mano.
Creía que el castigo recaería en él, estaba dispuesto a asumirlo, pero la profesora consideró de mayor urgencia atender al chulito inconsciente. Mariam salió corriendo en busca del final del callejón, rumbo a su casa, y él la siguió.
-¡Espérame! –la alcanzó un par de calles después, lejos de las miradas curiosas, y la agarró del brazo.
-¡Suéltame, suéltame! –chilló como si le hubiera caído una araña en el pelo.
-Vale, pero no huyas, ¿de acuerdo?
La chica asintió secándose las lágrimas y Fran la dejó libre.
-Cuéntame qué te pasa –le exigió sin andarse con rodeos.
-No puedo.
-¿Por qué no?
-Porque te asustarías –respondió tras unos segundos de duda.
-No lo creo. ¿Tienes algún poder? –preguntó al ver que ella no arrancaba-. Yo puedo controlar el metal y algunos se asustan. Mira –pasó la mano por la verja de una de las casas, los barrotes chirriaron y se doblaron sumisamente.
-Yo también puedo hacer lo mismo –confesó la niña.
-¡¿Controlas el metal?! –exclamó emocionado.
Mariam negó con la cabeza y le hizo un gesto para que la siguiera. Fran estaba tan interesado que se olvidó de enderezar la verja. Caminaron hacia las afueras del pueblo y salieron a campo abierto, hasta llegar a la cantera abandonada, donde cubos de piedra de diferentes tamaños descansaban olvidados entre la vegetación.
-Coge esa –ella señaló una piedra más grande que sus cabezas.
Él lo intentó con todas sus fuerzas durante un buen rato, hasta que, sudoroso y dolorido, tuvo que rendirse. Entonces fue ella quien se acercó pausadamente y, con una sola mano, como si no fuera más que un balón de fútbol, la levantó hasta el pecho.
-¿Cómo lo has hecho? ¿Es un poder de hacer ligeras las cosas?
-No –alzó la piedra por encima de su cabeza-, tengo súper-fuerza –la cambió de mano y la lanzó al aire sin esfuerzo alguno.
-Pero… si no podías ni encestar…
-Estaba reprimiéndome –lanzó la bola contra una de las moles cúbicas y sonó un estallido al chocar, la pequeña quedó pulverizada, mientras que la grande perdió una esquina-. Hubiera roto la canasta… y me hubieras odiado porque ya no podrías jugar… -le dio la espalda.
-Eh, no… no creo…
-Por eso tienes que alejarte de mí, ya has visto lo que le he hecho al que me seguía… y solo le he dado un empujón –apretaba los puños y temblaba de los pies a la cabeza.
-No quiero. ¡Entrenaré!
-¿Entrenar?
-Sí, me esforzaré para ser tan fuerte como tú. ¿Desde cuándo las chicas son más fuertes que los chicos? –bajo aquella estupidez ocultó su verdadero motivo: no dejarla sola.
Ella sonrió un poco y se dieron la mano (Mariam con cara de concentración para no romperle los dedos). Fran cumplió su palabra, a partir de entonces, entrenó todos los días para cumplir su objetivo, hizo pesas y abdominales, subió escaleras, corrió en torno al pueblo… y, cada vez que se sentía lo bastante fuerte, la retaba a pulso, que demostraba que no era suficiente. Como resultado, a los quince años era el chico más fuerte del instituto, incluidos los de último curso, Se apuntaron juntos a kárate y, en cuanto interiorizaron las técnicas básicas, fueron imbatibles.
Tres años después de conocerse eran inseparables, los mejores amigos, pero él se dio cuenta de que el corazón le latía más rápido cada vez que ella le sonreía, que la echaba terriblemente de menos si pasaban un día sin verse… pero ella no dio muestras de estar interesada en ser algo más que su amiga, por lo que él se calló sus sentimientos.
Una tarde de primavera fueron a la capital, Dirdan, al norte de su pueblo, para dar una vuelta, olvidarse de los exámenes finales y, secretamente para Fran, tener una cita. La tarde caía y ellos iban camino de las caballerizas a por sus monturas cuando vieron acercarse corriendo desesperadamente a un tipo, en un principio pensaron que sería alguien que llegaba tarde a un compromiso, pero todo cambió cuando él agarró a Mariam por el cuello y la uso de escudo.
-¡Si continuáis siguiéndome la mataré! –amenazó estrangulándola.
Fran, aterrado, vio que hablaba a dos hombres vestidos de negro que estaban plantados en la bocacalle, uno llevaba una chaqueta hasta los muslos y el otro iba montado en un trasto metálico muy raro, con dos ruedas. El fugitivo echó a correr llevándose a la chica consigo y desapareció por un callejón.
-¡MARIAM! –gritó desgarrándose la garganta-. ¡NO TE REPRIMAS! –les persiguió encolerizado, no iba a dejar que se la quitara así como así.
El callejón era estrecho, obstaculizado por grandes contenedores de acero en los que se depositaba la basura, de la pared de ladrillos de la derecha colgaban unas ruinosas escaleras de incendios. Fran hizo una mueca, estaba en su terreno, pero no era momento para celebrarlo. El delincuente había recorrido la mitad cuando soltó un alarido y dejó caer al rehén, parecía que Mariam le había partido el brazo por tres sitios. El adolescente no lo dudó ni un segundo, una de las escaleras cayó desde lo alto para ir a clavarse delante de él, impidiéndole lanzar la maldición con la que pretendía contraatacar. Su segundo impulso fue lanzarle uno de los contenedores y apresarlo contra la pared de la izquierda, con la mala suerte de llevársela a ella por delante también.
-¡Estoy bien! –anunció la joven abollando el metal y abriéndose camino, airosa y risueña. Junto a ella, el fugitivo parecía haberse desmayado por el golpe.
-Menos mal, ya lo siento –se disculpó, aunque no se había preocupado demasiado, ya tenía aprendido que nada de lo que él hiciera podría dañarla-. Menudo susto, ¿eh?
-Sí… -la cara de la adolescente se convirtió en una máscara de pánico cuando se encontró clavada al suelo, unas sombras trepaban por sus piernas como boas constrictor.
Fran no tardó en encontrarse en la misma situación, las sombras subían estrangulándole sin piedad. Maldijo por no saber el contramaleficio para el hechizo de magia negra que el criminal, a pesar de sangrar por la sien atrapado entre el contenedor y la pared de ladrillos, estaba conjurando. Alargó el brazo hacia ella y se agarraron la mano, mirándose a los ojos, aterrados. Entonces Mariam tuvo una idea.
-Pocas maldiciones sobreviven a su creador –susurró con el poco aliento que le quedaba.
Él asintió, cerró los ojos y lo último que escuchó fue un coro de chirridos metálicos seguidos de un estruendo colosal que hizo temblar la tierra.
Silencio. Silencio, oscuridad y un intenso olor a óxido. También había una respiración que acompañaba a la suya. El joven entreabrió los ojos, dolorido, y, con la escasa luz que se colaba por los huecos de la intrincada cárcel de metal que se había formado alrededor, alcanzó a ver que la tenía sobre él. "¿Cómo no me habré dado cuenta antes?" se preguntó deseando quedarse un poco más, pero unos golpes vinieron a interrumpirles.
-Chicos, ¿estáis ahí? –oyó preguntar a una voz masculina.
La adolescente despertó y se apresuró a abrir un boquete con sus propias manos en el amasijo de hierros, rompiendo así la apacible fantasía de Fran.
-¡Menudo milagro! –exclamó un chico algo mayor que ellos, de pelo rubio y encrespado, ojos azules y vestido con un uniforme de soldado FOBOS: pantalones de cuero, botas altas y chaqueta negra hasta la cadera-. ¡Es la parejita de acero!
-Algo así… -murmuró Mariam sentándose en el suelo, mareada y polvorienta.
-¿Qué ha pasado… con él? –preguntó Fran enfocando la vista.
A parte del chico rubio, también había un hombre de unos cuarenta años bien conservados, con un par de cicatrices decorándole la cara angulosa, una melena canosa recogida en un pañuelo gris estampado con calaveras negras, una nariz algo deformada, como si se la hubieran roto en alguna pelea, unos inteligentes y divertidos ojos negros que les escudriñaban y una chaqueta hasta el muslo, era el Capitán del equipo. Tras ellos, una chica baja de pelo corto y negro, con una amplia colección de piercings en las orejas y la boca, las mangas de su chaqueta de soldado subidas dejando ver que tenía los antebrazos cubiertos con unas vendas amarillentas, se entretenía encendiendo cerillas que dejaba consumirse hasta que la llama rozaba sus dedos, daba la impresión de que el dolor no existiera para ella.
-A saber, tendríais que apartar todo esto para que pudiéramos saberlo –respondió el Capitán.
Fran asintió y comenzó las labores de desescombro, Mariam le echó una mano apartando retorcidas pasarelas de la escalera de incendios con sus propias manos. Al final llegaron al contenedor de basura, que estaba completamente deformado y comprimido, y, segundos después, al fugitivo, o lo que quedaba de él. Dos tortuosas barras de un los pasamanos se le habían clavado en el pecho y los abdominales, mientras que un pedazo de lo que alguna vez fue una ventana le había seccionado limpiamente la pierna derecha por el muslo, ya no sangraba, por lo que estaba claro que había muerto. Mariam emitió un grito de horror y Fran se quedó blanco como la tiza.
-¿Le he… matado? –murmuró notando cómo el suelo desaparecía bajo sus pies.
-Él iba a mataron a los dos –aseguró el chico rubio-. Sin dudas ni piedad.
Aquellas palabras eliminaron cualquier remordimiento, si su amiga había corrido peligro, estaba justificado.
-Además, somos Alfa, veníamos precisamente a eso –añadió la joven FOBOS con tranquilidad y dos cerillas encendidas entre los dedos-. ¿Puedo calcinar el cuerpo? –pidió emocionada.
-Lía Rotten, ya sabes que tenemos que llevárnoslo para verificar su muerte. Después podrás quemarlo –concedió el Capitán.
-Harley, ¿no deberíamos comprobar si les ha lanzado una maldición? –preguntó el joven FOBOS.
-Tienes razón, Zakkeny. Rotten, encárgate de la chica.
-¿Qué? –exclamó Fran dejando de observar el cadáver.
-Que os tenéis que desnudar, venga, daros prisa –ordenó el Capitán.
-¿Aquí? –exclamó Mariam avergonzada.
-Vamos al otro lado de la chatarra –dijo Lía.
-Un momento –Fran arrancó dos pasarelas de la escalera de emergencia, las fundió y alisó para crear una gran lámina de dos metros de alto, sin agujeros, que dobló cuatro veces fabricando un cubículo lo suficientemente grande donde pudieran entrar las dos chicas y lo clavó en el suelo-. Listo.
-Qué manitas –apreció Zakkeny-. Venga, tío, quiero ver esos gallumbos de ositos que llevas.
Después de que las chicas se metieran en el probador improvisado, a él no le quedó más remedio que quitarse la camiseta, las zapatillas y los pantalones, demostrando así que sus calzoncillos eran blancos. El adolescente clavó la vista en el suelo, no le avergonzaba su cuerpo, ya que los años de entrenamiento le habían proporcionado una espalda ancha y un estómago fibroso, pero pensar que estaba de esa guisa cerca de Mariam le avergonzaba y que ella estuviera también en ropa interior le turbaba, pero esos sentimientos quedaban ahogados por el poder intimidatorio de los FOBOS, que además eran de la división Alfa, conocidos por ser tan crueles y brutales como los criminales a los que daban caza.
-Estás limpio –informó el Capitán después de escrutar su piel con un detector de maldiciones-. Puedes vestirte.
-Ella también –escuchó gritar a Rotten.
Poco después aterrizó otro Doberman (así se les apodaba a aquellos uniformados de negro por cumplir las órdenes recibida como perros rabiosos), de unos treinta años y con la ropa llena de tintineantes cadenas, usando una de ellas, kilométrica, para descolgarse por la pared.
-¿Quién es el culpable del destrozo? –fue lo primero que preguntó emitiendo un silbido de admiración.
-Estos dos –señaló Zakkeny.
-Mola, ¿me vais a decir que también se han cargado al capullo que perseguíamos?
-Sí, los mamones nos han quitado el trabajo –bromeó el rubio-. Espero que nuestro Capitán esté pensando lo mismo que yo.
Harley asintió.
-¿Cómo os llamáis?
-Ella Mariam, yo Fran.
-¿Cuántos años tenéis?
-Dieciséis –respondió él.
-Yo los cumpliré pronto –añadió ella colocándose bien la chaqueta.
-¿Cuáles son vuestros poderes?
La mirada de Mariam brilló de emoción, él no comprendió porqué.
-S-soy fuerte, bestialmente fuerte.
-Cualquiera lo diría con ese cuerpecito –murmuró el recién llegado.
-¿Tienes algo en contra de las chicas bajas, Alac? –se le encaró Rotten con agresividad-. Por cierto, ¿dónde estabas?
-Yo controlo el metal –murmuró Fran.
-Viendo que no me necesitabais, me he dedicado a controlar la zona desde las azoteas. Ah, y la pasma se acerca.
-¿Desde cuándo llegan a la escenario del crimen antes de que haya pasado media hora? –exclamó Zakkeny escandalizado.
-Ya ves, deben de haber escuchado el jaleo.
-Zak, llévatelos, no creo que les apetezca que les interroguen –ordenó el Capitán-. Pero antes dejad que yo os haga una pregunta más, ¿qué queréis ser de mayor?
-Bombero –respondió Fran cohibido, ¿de qué iba aquello?
Mariam no respondió, se limitó a sonreír ampliamente, radiante de felicidad.
-Mira, bombero, tu enemigo natural, Rotten –picó Alac, el FOBOS de las cadenas.
No pudieron escuchar la respuesta porque el rubio les agarró a cada uno por un brazo para arrastrarles a la boca del callejón, hacia un armatoste metálico que tenía dos ruedas de goma.
-Os voy a llevar en mi moto, pero como me la ralléis, pequeños bastardos, os desollaré vivos –amenazó montándose en ella-. ¿Qué pasa, nunca habéis visto una? –dio unas palmaditas en el asiento de cuero como si se tratara de su fiel corcel-. Tecnología del otro lado de la Frontera.
Aquel trasto, seguramente fruto del contrabando ilegal, era lo suficientemente grande como para que los tres cupieran en fila. Fran se sentó detrás, agarrándose tímidamente a la cintura de Mariam, mientras que ella se aferró al Doberman. La moto arrancó con un rugido y se lanzó a la calle como un caballo desbocado, el adolescente abrazó con fuerza a la chica y cerró los ojos, se consoló pensando que, si se caían, ella se llevaría las costillas de Zakkeny como mínimo.
Les dejó ilesos en las caballerizas un escaso minuto más tarde y se despidió como si pensara volver a encontrarse con ellos algún día. Durante todo el viaje de vuelta a casa, Mariam no paró de decir lo guays que eran los FOBOS, los temidos Dobermans para ella eran héroes. Fran, que aquella experiencia cercana a la muerte le había hecho replantearse la situación, quería declararse de una vez, pero se sentía tan poca cosa… Entonces, escuchando la cháchara acelerada de su amiga, llegó a la conclusión de que un cambio de aspecto podría ayudarle a conseguir que Mariam le considerara algo más que un amigo.
Como no se atrevía a cambiar de un día para otro, empezó con las botas, no eran militares y altas, pero sí unas buenas botas de monte, negras y por encima de los tobillos. Nadie se dio cuenta, excepto ella, que las consideró muy bonitas. Eso le dio coraje para enfundarse, en vez de sus habituales pantalones vaqueros azules algo anchos, unos azabaches ajustados. Aquel día le llovieron un montón de miradas en clase, muchas dirigidas a su trasero y sospechaba que otras tantas a la paste delantera, prefirió ignorarles y centrarse en Mariam, que le dedicó un unas cuantas miradas turbadas. "Perfecto, funciona" se dijo satisfecho. El siguiente paso fue la camiseta negra de tirantes, que primero ocultó bajo un jersey y después bajo una camisa que se atrevió a abrir la una semana más tarde. Sabía que era demasiado vergonzoso, que tenía que ser más lanzado, los FOBOS lo eran. Por eso una tarde de invierno, de vuelta a casa, se tomó la libertad de rodearle la cintura con un brazo.
-Uy, ¿y esto? –preguntó ella sorprendida por el gesto, pero para nada molesta.
-M-me apetecía –respondió luchando por no apartarse, un Doberman no lo haría.
-Sí, hoy hace frío –asintió dejándose abrazar.
A Fran no le quedó muy claro si aquello era una invitación a que continuara, si le estaba ignorando deliberadamente (no, Mariam no podía ser tan mala) o si simplemente no se había enterado.
Transcurrió el invierno y el continuó dando sutiles pero claras muestras de lo que sentía, a las que ella respondía con una amplia y amistosa sonrisa, nada más. Entrada la primavera, haciendo acopio de valor, desechó sus abrigos habituales a favor de una chupa de cuero sobre la camiseta negra de tirantes, era lo más parecido que había podido encontrar a la chaqueta de los FOBOS, pensando que así compensaría llevar vaqueros. "Parezco más un macarra que un Doberman" se lamentó mirándose en el espejo de cuerpo entero de su cuarto. Pero se equivocaba, pues, al llegar al instituto, sus compañeros de clase le recibieron con una mirada extraña.
-Tío, que susto nos has dado, desde lejos nos has parecido un FOBOS.
-¿Ah, sí? N-no sé porqué –"tengo que aprender a mentir".
-¿A qué viene este cambio? ¿Tratas de impresionar a quién ya sabemos?
Toda la clase se había dado cuenta de que le gustaba Mariam, excepto ella.
-Ala, qué chaqueta más guay –exclamó a su espalda la ansiada voz, que le alegró el día y eliminó la vergüenza que le producía parecer lo que pareciera-. Después quiero hablar contigo –le susurró al oído antes de continuar alegremente pasillo adelante.
Aquel día fue eterno para él, parecía que las holgazanas manecillas no se quisieran mover y que el tiempo se hubiera detenido maliciosamente con el solo propósito de que ellos dos no pudieran hablar. Las horas se arrastraron hasta hacerle perder los nervios, lo que se notó cuando todos los pupitres se torcieron alejándose de él. La profesora le pidió que saliera a tomar el aire (estaba claro que había sido culpa suya) y que regresara a enderezar las patas cuando estuviera más tranquilo. Bajó al patio y se destrozó las uñas mientras daba vueltas como una bestia enjaulada, torciendo todos los objetos metálicos a su paso. ¿Iba a declarársele Mariam? Consideraba bastante patético que tuviera ser ella quien diera el paso, pero él ya había dado muchos pasos sin obtener la respuesta deseada. ¿Seguro que iba a declarársele? Pero, ¿qué otra cosa podría ser?
Finalmente, el director del instituto en persona fue a preguntarle si tenía problemas. Fran  mintió diciendo que era por el estrés de los exámenes finales y el hombre le mandó a casa recomendándole una tila. Pero el joven no fue muy lejos, se quedó en la esquina esperando a Mariam, aunque tuvo que cambiar de sitio tres veces ya que le echaban de todos cuando los objetos metálicos se retorcían a su alrededor.
-¿Has decidido decorar el pueblo a tu gusto? –bromeó ella cuando al fin salió.
-He perdido el control de mi poder… un poco.
Caminaron en silencio hasta el lugar preferido de ambos, la cantera abandonada, estaban demasiado tensos como para mantener una conversación.
-Fran, esperaba decírtelo cuando cumpliera diecisiete años…
"¿Iba a declararse el día de su cumpleaños? Ay, a que no es eso…"
-…pero me he dado cuenta de que tú también lo estás deseando –inspiró hondo.
"¡Oh, sí, por fin!"
-Nos alistaremos juntos en los FOBOS en cuanto cumpla los dieciocho, ¿vale? –propuso emocionada cogiéndole las manos.
"¡¿QUEEEEEEEEEEEÉ?!" La cara que debió de poner tuvo que ser para enmarcarse, porque ella se dio cuenta.
-¿Qué ocurre? –preguntó preocupada-. ¿Tus padres no te dejan?
-Eh… eh… -tardó medio minuto en recuperarse-. Una pregunta… ¿de dónde has sacado que yo quiera ser FOBOS?
-¿No quieres? –puso carita de perrito pachón y le temblaron las manos.
-N-no es eso, tú solo dímelo… -estaba claro que no había nada que hacer-, quiero saber c-cómo te has dado cuenta…
-Pues… por tu ropa, intentas vestirte lo más parecido a ellos, ¿no? Y, desde que nos encontramos con aquel grupo Alfa, te noto más lanzado.
"¡Ay, su madre! Esto no era lo que yo quería…" se lamentó cerrando los ojos un instante.
-¿Estás bien? Estás muy pálido. ¿Fran? –insistió con una nota de alarma, aferrándose a sus manos con más fuerza, aunque no la suficiente como para romperle los dedos.
-S-sí, es solo que… ¿a los dieciocho? ¿No tendríamos que ir a una academia especializada en lucha o maldiciones? –preguntó a media voz.
-Seguro que los FOBOS no enseñan lo que tenemos que saber –Mariam trató de infundirle ánimos-. Además, nosotros ya sabemos luchar muy bien, somos cinturón negro en kárate.
-Solo primer dan –murmuró él-. En serio, ¿no podemos dejarlo para… cuando tengamos treinta años por lo menos?
-¡Pero qué dices! O es que… no quieres… -volvió a poner aquella expresión de ojos grandes y tristes que siempre le hacía ceder.
-Sí, sí quiero –mintió-. Pero preferiría esperar unos años… entrenándome.
-Pero ellos…
-Ellos son muy exigentes –le interrumpió bruscamente-. No quiero ser una carga –añadió para suavizarlo.
-De acuerdo, si necesitas tiempo, lo comprendo –asintió, aliviada-. Te esperaré, para cuando tú entres podré presentártelos a todos.
Fran pasó una mala noche de insomnio, dando vueltas en la cama tratando de encontrar una solución al dilema. En las semanas siguientes todo siguió igual entre ellos, continuaban siendo grandes amigos, pero él estaba carcomido por las dudas. Mariam celebró su decimoséptimo cumpleaños, en el que comunicó a sus padres su intención de ingresar en los FOBOS. Ellos le preguntaron varias veces si estaba segura, pero no tardaron en aceptarlo, ya sabían de antemano que su hija no era común.
El adolescente se obsesionó con los Dobermans, todos los días revisaba los periódicos buscando noticias sobre ellos y raro era el que no encontrara algo, por pequeño que fuera, y generalmente malo: "Los FOBOS siembran el caos…", "Los FOBOS destruyen un barrio al…", "Los FOBOS arman un gran revuelo al irrumpir en una fiesta y sacar a rastras a…". Aunque también era verdad que el caos desatado acabó con la detención de un brujo oscuro, que el barrio era la sede central de una peligrosa organización de traficantes de objetos malditos y que el que sacaron a rastras resultó ser un asesino en serie. Pero los periódicos siempre le daban la vuelta la noticia y no parecía que a los Dobermans les importara. Por eso Fran decidía alistarse un día y al siguiente se arrepentía.

Continuará...
Edit: he hecho algunos cambios, corregido faltas (seguro que todavía quedan) y quitado alguna absurdez literaria.

Em... er... creo que me he pasado un poco... digo yo... 18 páginas y media a word... (Mejor no preguntéis cuántas horas seguidas y nocturnas he dedicado a escribir a mano y pasar a limpio) Espero que sea verdad que no hay limite de palabras ^^;

Esta es una participación para un concurso de :iconprosaicos:, el tema era: Las desventuras de un muchacho humilde para conquistar los favores de una señorita desinteresada. Yo lo he cambiado un poco y he escrito sobre una peculiar pareja de secundarios de Lirio de Sangre (viva mi obsesión!!)

Prosaicos! es un juego basado en sus escritores y lectores, por favor visita al resto de los participantes y vota por quien te parezca el mejor cuando sea el momento

Os pido perdón de antemano por las faltas de ortografía y expresiones raras que pueda haber, me he dado la matada del siglo para terminarlo, pero no he podido revisarlo ^^; Bueno, esto se lo digo a quien tenga huevos de leerselo XDDD

Como no cabía, lo he tenido que partir.
Siguiente: [link]

El relato va dedicado a:
:iconismael-px: por Cheshire
:iconreigkye: por Rotten
:iconlaiaota: por Krob, esa niña tan mona que les delata XDD

La imagen es de :iconrachelmon: [link]


1º capítulo de Lirio de Sangre: [link]

2º capítulo de Lirio de Sangre: [link]

3º capítulo: Arcano XIII: [link]
___________________

Otros relatos aleatorios de Lirio, por orden cronológico:

"Vencer al Infierno" [link]

"Falsa inocencia" [link]

"Finite Tempus" [link]

"Ángeles del Mal 1" (Vencer al Infierno 2) [link]

"Ángeles del Mal 2" [link]

"Qué más da" [link]

"Memorias de un repudiado" [link]

"Condenada" [link]

"Soy tu esclavo" [link]

"La caza" [link]


#Lirio-de-sangre-FC
Comments111
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CoffeeCupcakes's avatar
Me Ha encantado!! Escribes muy bien (a diferencia de mi, que escribo muy cursi XD)