literature

Lirio de Sangre - Odisea 3.2

Deviation Actions

Cirkadia's avatar
By
Published:
1.2K Views

Literature Text

–¿Por qué llevas esa camiseta? –el terror volvió a reflejarse en su mirada.
Casandra le echó un vistazo a la camiseta negra con supuestos salpicones de sangre.
–No lo sé, me gusta. Es un poco macabra, ¿no? Es como si hubiera apuñalado a alguien.
Su compañera se estremeció.
–Mañana cogeremos habitaciones separadas, ¿vale? –se sentó en su cama con la cabeza gacha–. Así no temerás que te apuñale en plena noche –añadió con acidez–. Lo siento, antes reprimía mis comentarios macabros, debe de ser por el cambio de aires.
–Pues menudo momento has ido a elegir –murmuró Amanda–. Pero ya te he dicho que no me hagas caso, estoy un poco… susceptible.
–Además, tú también te has comprado una camiseta que sangra.
–Ya, pero en morado no es lo mismo –se defendió.
–Creo que ya sé cuál es la especie peligrosa que te… inquieta. ¿Cuáles más hay?
–Pues hombres lobo…
–Bueno, acabamos de entrar en menguante, así que no habrá problemas con ellos, ¿no?
–Supongo. También hay endemoniados, súcubos e íncubos…
–Los que te roban la energía a base de… –tosió.
Amanda asintió.
–Vale, nota mental: no aceptar ninguna proposición indecente de ningún chico guapo –dijo consiguiendo que sonriera–. ¿Y los brujos oscuros, los que lanzan maldiciones?
–Esos se consideran humanos, son criminales, pero humanos.
–Vaya, pues me parece una injusticia. ¿Y si hay algún hombre lobo que sea buena persona? ¿Por qué se le va a tratar peor que a un cabrón que va soltando maldiciones?
Amanda se encogió de hombros, no tenía respuesta para eso. La más joven de las dos suspiró y se levantó para ir a peinarse.
–Este lado es igual de absurdo que el mío –masculló al volver con el pelo liso, pero aún húmedo, y del asco que le daba pensar en la injusticia, no calculó bien al pasar por la puerta y se dejó el antebrazo en el pomo–. Au –se lo frotó como si no le doliera demasiado, aunque notaba pulsaciones en los huesos.
–¿Estás bien? –se interesó Amanda y quedó tranquilizada por un simple asentimiento y su capacidad de reprimir el dolor–. Una vez, un amigo que trabaja en la Frontera me dijo que al otro lado tenéis una expresión para decir que algo no es bonito y seguro, "esto no es un cuento de hadas". Pues es erróneo, esto sí que es un cuento de hadas.
–Pero las hadas no son buenas, ¿verdad?
–Son caprichosas y bastante poderosas, sobre todo si se juntan un puñado de ellas. Por eso evito pasar por las zonas en las que viven, puedes salir siendo la persona más rica de la Tierra o que recaiga en ti una maldición. Ven, que te seco el pelo.
–No hace falta, ya está casi seco.
–Más que nada para que tu aura no esté tan limpia de magia –fue ella quién se cambió de cama y se arrodilló a su espalda–. Al realizar hechizos queda una huella y un poso, los pequeños dejan un rastro que desaparece en unas horas –explicó metiendo los dedos entre los mechones húmedos–. Los grandes manchan toda el aura y, si es un maleficio grave, es como un hedor pringoso, cuesta mucho eliminarlo –murmuró unas palabras en un idioma extraño y la calidez inundó su cabeza–. Pero, si tener el aura demasiado sucia es motivo de sospecha, tenerla demasiado limpia también lo es, porque pueden pensar que eres una hechicera oscura que acaba de hacerse un lavado.
–Aja… –se estaba adormilando–. ¿Y con esto vas a mancharla?
–Un poco sí, durante los próximos días usaré hechizos cotidianos sobre ti, esperemos no tener problemas de mientras. No existe mucha gente capaz de ver auras, pero los detectores se han puesto de moda durante la última década, sobre todo en las grandes ciudades.
–Pero has dicho que desaparecerá en pocas horas…
–Sí, para mañana la mayor parte de la huella se habrá disuelto, pero dejará un poso que, al unirse al que deje el próximo hechizo, creará una mancha perpetua que todos tenemos –le pasaba las manos por la melena–. Es lo que delata a cualquier chapucero que se presente en público con una limpieza integral. Eso o que la vida de la huella sea prácticamente la misma, es decir, que los hechizos cotidianos que se usaron para tratar de ocultar la limpieza fueron conjurados en un breve espacio de tiempo.
–Ah… –bostezó–. Sabes mucho de cómo pasar inadvertida… –"qué suerte que tenga conocimientos útiles para una transfronteriza como yo".
–Lo elemental. Mmm, déjame ver tu antebrazo izquierdo –palpó la zona donde se había golpeado con el pomo de la puerta–. Ahora el derecho –examinó el vendaje negro al que le habían salido multitud de puntitos gris claro, como si estuviera apolillado, sobre todo en la zona de la muñeca–. Voy a cambiarte las vendas –fue a buscar su mochila y regresó con uno de los paquetes que había comprado en el bazar–. Resulta que gracias al poder hemorrágico de Apocalipsis, las vendas curaron una parte de las pequeñísimas heridas que nos hizo por todo el cuerpo.
–Yo sólo lo sentí en la cara.
–En la zona en la que él se concentró, pero el resto recibió daños colaterales. Seguramente ahora tendrás un precioso poso en el brazo –le quitó las vedas y volvió a cubrírselo con unas nuevas, utilizando las usadas para vendarle el otro antebrazo.
–No ha sido para tanto, un golpe nada más.
–Ya, pero así tendrás otra zona manchada, aunque sea ligeramente.
–Ah, pues si es por eso, me golpeo las piernas contra la mesilla de noche.
–No hace falta que te autolesiones, mejor túmbate bocabajo, voy a darte un masaje, que me he dado cuenta de que tienes agujetas.
–Sí, por el entrenamiento de Víctor… –respondió obedeciendo. "Te portas demasiado bien conmigo, no lo entiendo, un ser luminoso como tú debería temer o despreciar a alguien como yo".
Después del masaje acompañado por un hechizo relajante, se fueron a dormir. Casandra cayó rendida, sin tener opción de hacerle preguntas inquietantes a su compañera de cuarto.
La mañana siguiente amaneció con la niebla enganchada a lo profundo del valle, dándole un aspecto hermosamente mágico. Desayunaron, recogieron la ropa de la lavandería y ya estaban preparados para el viaje cuando el sol comenzaba a disolver los jirones blancos. Fue un alivio no oír gruñir a Diego sobre la tardanza, pero tampoco les felicitó por la rapidez.
Cruzaron una cadena de montes y para el mediodía ya divisaban las tierras llanas y amarillas del norte. Casandra suspiró resignada, se echó por la cabeza la capucha. A pesar del calor por culpa del sol de principios de julio, estaba fresca dentro de su inseparable sudadera y los vaqueros grises. "Magia sin duda" se dijo azuzando a su montura para no quedarse atrás. Estaba orgullosa de sí misma, en menos de tres días había logrado manejar con soltura a su caballo, aunque era muy manso, sobre todo comparado con la yegua negra.
–¿Quieres volver a intentarlo? –le preguntó Víctor cuando hicieron un alto para comer a las puertas de la llanura.
–No sé, creo que le caigo mal –respondió mirando al suelo.
–Pues yo creo que huele el miedo.
Le dirigió una mala mirada, se negaba a aceptar que tuviera miedo, pero tampoco dijo nada, porque no podía jurar que no lo tuviera. Podía decir que ya había tenido suficiente, o podía guiarse por el anticuado orgullo y la terquedad de una mula que dominaban sus acciones. Se puso en pie sin pronunciar palabra y se dirigió directa a Tempestad.
–Eh, espera, que me tengo que encargar de tu seguridad –el joven se adelantó para tranquilizar a la yegua.
–Procura que no me parta demasiados huesos –dijo agarrándose a la silla e izándose con relativa dificultad, pero lo consiguió ella sola.
–¿Estás segura de esto? –preguntó mientras acariciaba el hocico del animal.
Casandra le miró impasible y fría, odiaba que le preguntaran aquello, siempre acababan haciéndola dudar.
–Porque tienes que estarlo –continuó Víctor–, tienes que transmitirle seguridad y dominio.
Ella asintió una vez y se aferró con fuerza a la silla. Él se alejó dos pasos y, al igual que el día anterior, Tempestad se encabritó pretendiendo echarla de encima. Pero ella apretó los muslos y luchó por permanecer arriba como si estuviera en un toro mecánico. Al final, no pudo más y salió despedida hacia un costado. Se encogió por instinto, a pesar de que su parte racional ya sabía que Víctor amortiguaría su caída con un hechizo.
–Esta vez has aguantado más –dijo él tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse.
–Sí –respondió con una amplia sonrisa, acababa de descubrir que la adrenalina le subía el ánimo y derribaba la barrera que le impedía tocar a los demás.
–Casandra, ¿pero qué haces? Ese caballo es muy peligroso –le regañó Amanda.
–Lo que yo decía, como una cabra –rumió Diego.
–Como una Doberman –añadió David bromeando, ganándose una mirada de odio por parte del Capitán.
Se internaron en la llanura y Casandra miró decenas de veces hacia atrás, ya echaba de menos las verdes montañas. Por suerte, unas nubes altas disminuyeron la intensidad del sol durante las horas de cabalgata.
–Podemos ir al galope si queréis –propuso, sobre todo para que Diego dejara de quejarse de lo lento que iban.
–Te echo una carrera –le respondió el rubio–. Hasta aquellos árboles de allí.
Ella asintió con una sonrisa (aún le duraban los efectos de la adrenalina) y azuzó a su montura para que se lanzara al galope. La carrera estuvo reñida, hasta que, a pocos metros de la meta, David se quedó atrás. Lejos de celebrar la victoria, se quejó:
–Te has dejado ganar.
–No… que va, al final has acelerado y…
–No mientas –le regañó, medio en broma, medio en serio.
–Si hubiera corrido en serio, no hubieras tenido ninguna posibilidad de ganar, transfronteriza –le dijo Diego con sequedad pasando junto a ella.
–¿Y quién dice que quisiera ganar? –le respondió con fiereza–. Sólo quería galopar –se estranguló la muñeca izquierda con disimulo para reprimir la sarta de insultos que quería dedicarle.
–No le hagas caso –le susurró Amanda.
Pero notaba cómo el odio por el viejo cascarrabias resquebrajaba su fachada de niña buena, él no era un adolescente que hubiera estado haciéndole la vida imposible desde que tenía uso de razón, era un adulto y pocos adultos se habían metido con la buena chica a la que ella representaba. Aquello era algo personal.
No pararon hasta el atardecer, durante el trayecto, no cesó de maquinar métodos de devolverle a Diego el odio recibido y eso se notó en el entrenamiento, en el patio trasero del hotel.
–Hoy pegas fuerte –apreció Víctor–. ¿Piensas en alguien en especial?
–No, que va.
La verdad es que no quería pegar a Diego, su venganza iba a consistir en palabras afiladas como cuchillas, en esa disciplina se consideraba una espadachina aceptable y una asesina implacable… pero no le había dado rienda suelta hasta entonces. "Se va a enterar ese viejo de quién está más jodidamente amargado".
–¿Es una reacción protectora por encontrarte en un lugar desconocido?
–No digas estupideces.
Ya estaba hecho, su lengua se había desatado, su primera máscara de porcelana se fracturaba por momentos y restaba ver cómo reaccionarían ante aquella nueva faceta. Por lo menos nadie le podría decir "¿Qué te ha pasado? Tú nunca has sido así".
–¿Entonces qué es lo que te preocupa?
–¿Por qué tiene que preocuparme algo? –"¿De verdad te interesa saber lo que me pasa?"
–Por la forma en la que lanzas los directos diría que tienes mucha energía reprimida y, por los ganchos a matar, que estás rabiosa. Dirígeme un par de crochets… Rabiosa pero precavida, no se te olvida protegerte la cara con el otro brazo –asintió para sí mismo–. ¿Seguro que no es una reacción contraria a nuestro mundo?
–Pero si me encanta.
–Sí, te gusta la libertad, pero no tienes magia.
Casandra perdió fuerza en mitad del golpe y le miró estupefacta. Tardó un par de segundos en darse cuenta de qué cara debía de haber puesto y se recompuso cruzándose de brazos. Se le ocurrió preguntar cómo lo había descubierto, podía habérselo contado Amanda (no le había pedido que guardara el secreto) o podía haberlo deducido de verla andar por el pasillo a oscuras, pero decidió esperarse callada.
–¿A qué estabas esperando para decírnoslo?
–A que le hicieran una lobotomía a Diego –respondió sin pensar.
Víctor sonrió un poco, pero siguió con la regañina.
–¿Sabes lo peligroso que es no tener magia? ¿Pretendías que viajáramos sin saberlo?
–¿Y de qué sirve que lo sepas, me vas a sobreproteger pensando que soy una inútil? –sintió una punzada en el pecho al inundarle los recuerdos de todas las veces que se había sentido inútil–. ¿O vas a odiarme como Diego? –apretó los puños clavándose las uñas en la palma al descubierto, no quería llorar, tenía que demostrarle que era fuerte.
–Ni lo uno ni lo otro, pero es bueno saber el potencial de los compañeros –respondió con suavidad.
–Cero en mi caso.
–En magia puede que sí, pero en otras cosas nos superas a todos.
–Como no sea en la largura del pelo… o en peso…
–En valentía –le cortó Víctor–. En amplitud de mente. En capacidad de soportar los cambios bruscos y… podrías robar un museo sin que nadie te detecte, como el Ladrón Fantasma.
–Eso le dije a Amanda –se relajó un poco–. Pero todo lo que has dicho no sirve para nada, esto no es una película, no voy a conseguir nada con amplitud de mente.
–¿Cómo que no? Conseguiste una suite.
–Pero eso fue porque…
–Les caes bien a los FOBOS –terminó él–. ¿Y por qué crees que les caes bien?
–Vale, tengo unos protectores súper guays, pero yo, por mi cuenta, no puedo hacer nada.
–Ya lo veremos. La intuición me dice que tendremos problemas por el camino, entonces sabremos si eres una inútil con la lengua afilada o resultas ser una transfronteriza fuera de lo común –añadió con una sonrisa misteriosa–. Venga, a correr en círculos.
La cena fue relajada, incluso menos silenciosa que las anteriores, hasta que a Diego se le ocurrió sacar a colación el tema de la distribución de habitaciones.
–¿Por qué vosotras dos siempre os cogéis habitación doble?
–Las mujeres no tenemos ningún problema para dormir juntas –le respondió Amanda.
–¿Qué más da? –intervino Víctor–. Prácticamente cuesta lo mismo coger una doble que dos individuales.
–Además, como es… una extranjera –cuchicheó David.
–Pues yo creo que la cría tiene miedo, muy protegida de los Dobermans, pero no puede estar sola.
–Créeme, me gustaría estar sola –respondió Casandra mirándole directamente a los ojos para que comprendiera que se refería a él.
–Pues venga, vamos a la recepción y les decimos que te den una individual.
–Diego, no vamos a hacer eso a estas horas –le advirtió Amanda.
–¿Quieres que esté sola por algún motivo en especial, viejo? –continuó destilando odio.
El Capitán se puso en pie descargando los puños contra la mesa.
–¿Qué insinúas?
–Eh, Diego, tranquilízate –le pidió Víctor.
–Todos nos están mirando… –susurró el rubio.
Casandra no comprobó si era verdad, estaba ocupada manteniendo el duelo de frías y fieras miradas con el cincuentón. El arranque de furia y lo que le había parecido ver en el interior de su eterna chaqueta de cuero marrón le intimidaban, pero el ardor de la rabia le permitía no acobardarse.
–Creo que eres tú el que debería estar solo. ¿Por qué no te vas a beber?
Diego le dirigió una última mirada asesina y salió a la calle sin pronunciar ni una palabra más. Estuvieron un par de segundos en silencio, incómodos, hasta que Víctor silbó.
–Tocado y hundido, tienes unos colmillos muy afilados, pequeña.
Amanda, que estaba bebiendo zumo en un intento de disimular ante el resto de comensales, se atragantó y poco le faltó para rociar la mesa de morado.
–¿Por qué no salimos? –propuso David con un murmullo entrecortado.
La gente se apartó cuando pasaron entre las mesas, la violenta discusión había reclamado la atención sobre la sudadera negra con telarañas verdes bordadas.
–Pero tendrías que tener cuidado con él –continuó el joven de ojos grises–, no sé si te habrás dado cuenta de lo que lleva dentro de la chaqueta.
–Entonces no han sido imaginaciones mías –dijo para sí misma.
Por las caras que pusieron el resto de sus compañeros, dedujo que también lo habían visto.
–Pero… ¿cómo vamos a viajar con él? –cuchicheó Amanda–. Ese hombre está desequilibrado, ya os habréis fijado en que bebe bastante y lleva un arma…
–Dos revólveres –especificó David.
–¿Y si algún día se le va la pinza y…?
–No deberías preocuparte por los desequilibrados que lo parecen –negó Víctor–, sino por los que aparentan ser personas normales y corrientes –dijo con seriedad, pero se echó a reír a continuación.
Casandra se sintió aludida, acababa de demostrar que bajo su máscara de niña buena se escondía una víbora de colmillos afilados y envenenados.
Llegaron al hotel y cada uno se encerró en su habitación.
–¿Puedo hacerte una pregunta? –dijo Amanda sentándose en una de las camas para descalzarse.
–Puedes, otra cosa es que te la responda –bromeó ella, aunque en parte lo decía en serio.
–¿Cuál es tu trabajo o misión?
–Eh… –Azogue no le había dicho nada respecto a no desvelar información sobre su cometido.
–Eres una transfronteriza sin magia, quiero decir… no sé, me pregunto qué clase de trabajo le pueden encargar al alguien tan… indefenso como tú, sin ofender.
–Para eso me han puesto escolta, ¿no?
–Pues menuda escolta, que tiene por "Capitán" a un pistolero alcohólico.
–¿Y los demás?
–Diría que Víctor tiene adiestramiento militar y de hechicería, no le he visto hacer nada, pero la intuición me lo dice. No sé a qué podría dedicarse David… en serio, no le veo ninguna utilidad.
–¿Y tú?
–¡Yo tampoco tengo ninguna utilidad! Sé hacer hechizos básicos, sí, pero no estoy preparada para ser guardaespaldas. El viejo tiene razón, deberían haberte puesto una escolta de FOBOS Gamma.
–Así que somos un grupo de inútiles –dijo Casandra con sorna peinándose antes de meterse en la cama–. Quitando a Víctor, quizás Diego en sus momentos de sobriedad.
–¿Y tú? –preguntó esta vez Amanda.
–¿Yo? Ya sabes que soy la más inútil.
–¿Entonces?
Casandra suspiró y se deslizó entre las sábanas.
–Tengo que hacer de recadera –confesó–. Decir que voy en nombre de Azogue y encargarme de transportar unos objetos custodiados… Creo que era algo así.
–¿Custodiados por vanias?
–Si es allí donde vamos, supongo que sí.
–¿Y por qué tú?
–Porque no tengo magia. Por lo visto, las reliquias rechazan a la gente –explicó al ver la expresión de incomprensión de su compañera–. Azogue piensa que, si soy indetectable para las luces, también lo seré para esos objetos.
–Suena a robar…
–Eso pensé yo.
Se sonrieron mutuamente y se dispusieron a dormir. Aquella noche le tocó a Amanda hacer la pregunta incómoda de última hora.
–¿Cuándo vas a decirles a los demás que no tienes magia?
–Víctor ya lo sabe –le respondió a la oscuridad–. Pero temo la reacción de Diego.
–Sí, yo también, pero, aun así… tendrás que decírselo algún día de estos…
No tuvieron que esperar demasiado, al día siguiente, durante el descanso de media mañana, el joven de ojos grises sacó el tema.
–Casandra, ¿por qué no les explicas por qué las puertas no se abren a tu paso?
La aludida, que hasta entonces había estado a la sombra de un roble observando el plano y lejano horizonte, se sobresaltó y le miró sorprendida por su brusquedad. Pensó que quedaría como una idiota si se lo reprochaba. Pero no pudo confesar su defecto delante de Diego.
–Bueno, puedo empujarlas.
–¿Y por qué tienes que compartir habitación con Amanda?
–Dame un par de velas y no habrá problema.
–¿Y por qué no merece la pena enseñarte ni los hechizos más básicos? Ni luz…
–Que me des velas –le interrumpió mirando al suelo, muerta de vergüenza, pero terca como ella sola.
–…ni fuego…
–Un mechero –murmuró abrumada.
–…ni una maldición simple para librarte de algún indeseable.
–Un directo a la nariz seguido de un gancho a la mandíbula –dijo entre dientes con rabia.
–Cuidado con los ganchos a la mandíbula, podrías romperte los dedos –le aconsejó él dejando de chivarse durante unos instantes.
–¿Estás diciendo que no tiene magia? –preguntó David.
–Nada de nada –respondió Víctor.
–¿Es eso verdad?
Casandra apretó los labios reprimiendo las ganas de llorar de vergüenza, se sentía traicionada por el joven de ojos grises.
–Ni pizca, cero –murmuró.
Tal y como esperaba, Diego se puso hecho un basilisco, como si para él fuera el fin del mundo.
–¿Tan importante es? –cuestionó con voz monótona, de la vergüenza y la rabia había pasado a la apatía, aquel lado de la Frontera era tan horrible como el otro.
–¡¿Cómo que si es importante?! ¿Tú qué te crees que es lo que mueve al mundo? Sin magia no se puede hacer nada…
Oía el murmullo acelerado de Diego, las peticiones de Amanda para que se calmara y la incredulidad de David, pero no les prestaba atención. No iba a dejar que sus palabras le hirieran el alma ya rota. Arrastró el culo para alejarse de ellos, volvían a ser totales desconocidos, volvían a caerle tan mal como la inmensa mayoría de la Humanidad, volvía a sentirse sola. Esperó hasta que percibió que los silencios duraban más de un par de segundos.
–Esta noche quiero una habitación individual –susurró con suavidad y seguridad al mismo tiempo.
–Eh, Casandra –empezó la veinteañera–, no tienes por qué…
–Podéis darme velas o no, me las apañaré de todas formas –continuó alzando la cabeza, aunque su mirada estaba vacía, no quería verles.
–Ahora va y te da una pataleta, mira que llegas a ser insoportable –gruñó Diego.
–No hay nada más insoportable que tu sola existencia –le apuñaló con la mirada helada, controlando que no se le desbordaran los sentimientos para no echarse a llorar de rabia–, que tener que viajar con vosotros por algo que no me incumbe y tener que verte cada día.
–Tú no me hablas así, criaja –hizo un brusco ademán de levantarse, pero ella fue más rápida y se puso en pie para dirigirse hacia los caballos con ímpetu–. ¡Eh, no se te habrá ocurrido marcharte!
"Ojalá" murmuró pasando de largo a su montura. No quería regresar a su vida aburrida y apática del otro lado de la Frontera, pero allí también estaba amargada. Estuviera donde estuviese, sufriría. Tempestad bufó al verla acercarse directamente.
–¡Espera! –le gritó Víctor.
–Ya estoy harta de no valer para nada –se agarró a la silla de la yegua, que se removió nerviosa–. Párate quieta –le ordenó metiendo el pie en el estribo, el animal echó a andar para evitar que se subiera–. Serás capulla –dio un par de saltitos a la pata coja antes de tomar impulso para izarse a lo alto.
No había metido aún el otro pie en el estribo correspondiente cuando Tempestad se encabritó. Casandra tiró de las riendas sin piedad con una mano mientras que con la otra se sujetaba a la silla hincando las uñas y trataba de acertar con el pie.
–Párate quieta, bestia del infierno –le silbó con odio inclinándose sobre su oreja.
–Shh, ya está, ya vale –Víctor apaciguó a la yegua–. No sabía que te lo ibas a tomar tan mal –le susurró al jinete.
–Aléjate –había conseguido enganchar el pie en el estribo, estaba preparada–, que te apartes –le hizo un brusco movimiento con el mentón.
–¿Y ahora qué pretendes demostrar? –le preguntó Diego con desdén–. ¿O piensas suicidarte?
–Ojalá eso manche tu currículum, viejo.
No tuvo ocasión de escuchar la respuesta, Víctor había retrocedido un par de pasos y el animal se encabritó de nuevo. Al ver que se agarraba como una lapa, echó a galopar descontrolada por el terreno abrupto y rocoso. Casandra intentó hacerla frenar tirando de las riendas sin compasión, pero no sirvió para nada. Ya se veía tirada en el suelo en un ángulo inhumano.
–Sé que quieres que desaparezca, Tempestad, ya estoy acostumbrada –se estaba escurriendo de la silla–. Da igual, siempre es lo mismo –supo que iba a caerse y que, como mínimo, se partiría unos cuantos huesos importantes–. Esto me pasa por idiota.
Justo en el instante en el que iba a ser lanzada hacia la izquierda, la yegua paró en seco, por lo que casi salió volando hacia adelante. Instintivamente, se aferró al cuello del animal, resoplando por el susto.
–¿Estás bien? –le preguntó Víctor deteniendo junto a ella el caballo que montaba.
–Estoy viva –respondió sin atreverse a mirarle a la cara.
–¿Cómo has conseguido hacer que se pare? No he visto que hayas hecho nada.
–¿No has sido tú?
–¿Yo, cómo iba a hacerlo? Estaba preparado para amortiguarte la caída.
–Pues entonces no sé… –buscó algo frente a Tempestad, lo que fuera que la hubiera hecho detenerse, pero el paisaje era exactamente igual en todas direcciones: rocas y arbustos–. Igual sólo tenía que aguantar unos segundos…
La yegua sacudió la cabeza y bufó molesta.
–Vale, vale, ya me bajo –pero Tempestad echó a andar impidiéndoselo–. ¿Ahora no me dejas bajar?
El animal dio un rodeo tomándoselo con mucha calma y regresó al punto de partida bajo la mirada divertida de Víctor.
–¿Ya has terminado con el numerito? –le preguntó Diego.
Desmontó sin dignarse a responder, apretaba tanto los dientes que sentía que las muelas iban a machacarse entre sí, cómo odiaba a aquel viejo. Quiso intercambiar el caballo con el joven de ojos grises, pero la yegua negra le dio un cabezazo cuando intentó coger las riendas del otro.
–¡Au! ¿Qué te ha dado? –cogió su equipaje con la intención de amarrarlo a la silla de su caballo, pero Tempestad se interpuso en su camino–. ¿Quieres que monte en ti?
Víctor casi se llevó una coz al intentar colocar su equipaje en la yegua.
–¿Ya no me quieres? –se lamentó.
Tempestad dio un paso hacia Casandra.
–Eh… esto no me lo esperaba –murmuró ella con la vista fija en las crines azabaches–. ¿Entonces… puedo viajar en ti?
La yegua no respondió, pero dejó que atara su mochila a la silla.
–Lo siento –le dijo a Víctor, aunque, en realidad, no lo sentía lo más mínimo, podría ser que ella no tuviera magia, pero ahora la preciosa bestia infernal la prefería a ella.
El viaje hasta Ritara fue más bien silencioso. Tempestad pareció captar su deseo de no escuchar preguntas absurdas ni reproches por no tener magia, y se mantuvo siempre separada del grupo, ya fuera a la cabeza o a la cola. Al anochecer llegaron a la ciudad y lo primero que hicieron fue buscar un hotel decente y barato donde dormir. Casandra apreció que todos sus compañeros conocían lugares, precios y calidades, estaba claro que eran viajeros experimentados.
–¿Decías que sería una habitación individual? –le preguntó Diego según se acercaban a la recepción.
–Por supuesto –respondió desafiante.
Pero Amanda se les adelantó.
–Tres habitaciones individuales y una doble, por favor.
–No –gruñó ella por lo bajo, pero la joven no le hizo caso.
Antes de ir a cenar, pasearon por un concurrido mercado. El Capitán se les adelantó en seguida, pero de vez en cuando podían avistarle entre el gentío, comprando provisiones o frente a una herrería o armería. El resto iba a su aire, pero más o menos juntos. David se interesó por un cartel que decía que el puesto pertenecía a una vidente.
–¿Estás interesado en conocer tu futuro, joven? –preguntó Madame Angelina.
–No, gracias, prefiero tomar las cosas tal y como vienen –respondió el rubio con una sonrisa amable.
–¿Y tú? –le planteó a Víctor–. Diría que tienes muchas dudas al respecto.
–Si es verdad que eres adivina, preferiría que no miraras.
Pero la mujer ya estaba echando las cartas, su mirada preocupada hizo que Casandra se acercara a ver cuáles habían salido, sus ojos recayeron en seguida en la carta central.
–La Muerte –murmuró preocupada.
–Tranquila, en realidad significa cambio –dijo el joven de ojos grises poniéndole una mano en la cabeza, pero en su voz se percibía que necesitaba la confirmación de Madame Angelina.
–Sí, el Arcano XIII puede significar cambio, transformación –añadió la mujer con la vista fija en las nuevas cartas que acababa de echar–. También muerte y comienzo –hizo un silencio bastante teatral levantando la cabeza lentamente–. Y no te afecta sólo a ti, joven, pertenece al futuro de todos tus compañeros, empezando por ella –señaló a la transfronteriza, que no pudo evitar estremecerse.
–Gracias por… –empezó Víctor incómodo.
–Espera, déjame ver tu mano, seguramente no sea tan malo como pensáis.
–No, gracias.
–¿Jovencita? –se dirigió a Casandra, que no supo qué responder, pero él se encargó de arrastrarla lejos de allí.
–No le hagas caso, seguro que las tiene trucadas para que siempre salga la Muerte –dijo Víctor sin dejar de tirar de ella zigzagueando entre la gente–. Ha visto que llevas esa sudadera y ha deducido que los problemas te rodean.
–Será eso –concedió dejándose arrastrar, pero, en realidad, lo que quería decir era que ella también se había dado cuenta de su humor sombrío, que auguraba problemas personales, pero para eso necesitaba intimidad–. ¿Hoy no entrenamos?
–Sí, después de cenar –respondió aminorando por fin la marcha, como si ya no temiera que la adivina les persiguiera con sus cartas.
Fueron a un restaurante pequeño y familiar que hacía esquina, pero ellos no eran una familia para nada. O quizás sí. Una familia muy fragmentada, con un padre gruñón y demasiado apegado al vino, una hija mayor alegre que a veces parecía tener la cabeza llena de pájaros y que bien podía acabar de modelo, una hija menor con graves problemas de autoestima y que odiaba a su progenitor, un hijo menor muy agradable pero que no daba un palo al agua, y un hijo mayor que Casandra juraría que tenía secretos y tendencias anoréxicas. En el tiempo en el que los demás hicieron desaparecer el primer y segundo plato, él apuró sin demasiadas ganas una sopa.
–Qué poco comes –comentó David, que también se había dado cuenta y quería romper el incómodo silencio.
–Hay que mantener la línea –bromeó Víctor, pero la sonrisa no alcanzó sus ojos plomizos.
En contraste, sentado en una mesa cercana, un joven comía en solitario. Aunque, más que comer, habría que decir que engullía la mitad de la carta que acababa de pedir. Casandra se preguntaba si pediría algo más que ensalada, croquetas, patatas fritas, espaguetis, chuleta, hamburguesa con mucha cebolla y tarta de queso de postre, y si tendría dinero para pagar. Por la ropa no parecía que nadara en la abundancia: pantalones vaqueros y una sudadera con las mangas arrancadas sobre una camiseta negra de manga corta. A punto estuvo de hacer la gracieta de pedir un paraguas por si el chico reventaba, pero el agujero negro que debía de tener en el estómago se lo tragó todo antes de que Víctor terminara el yogur natural.
Emprendieron el regreso dando un agradable pero silencioso paseo por las retorcidas calles de Ritara. Diego y David se despidieron para desaparecer cada uno por su lado, por lo que Casandra se quedó con Víctor y Amanda, que empezaron una anodina conversación. La quinceañera fue descolgándose cada vez más, hacían tan buena pareja que no quería molestar.
Iba preguntándose cuántos problemas le daría no tener magia cuando se dio cuenta de que se había confundido de camino. Reconocía haber ido inmersa en sus pensamientos, pero no se explicaba cómo había acabado en un estrecho y oscuro callejón. O sí, magia, magia de la mala.
Retrocedió a toda prisa, nada de pasos cautelosos, tenía que llegar a la calle principal antes de que cualquiera pudiera dejarla fuera de combate.
–Un momento –le susurró una voz desde la oscuridad del callejón.
Se quedó anclada, no podía separar los pies del suelo. Abrió la boca para dar la voz de alarma, pero se encontró amordazada por un manto de tinieblas.
–No grites, por favor –le pidió la voz surgida de la mortaja negra como la tinta y de las sombras del callejón–. No voy a hacerte daño, pero necesito que vengas conmigo antes de que tus amigos se den cuenta de que faltas.
Ella quiso preguntar de qué iba aquello, le inquietaba que fuera a secuestrarla con tanta amabilidad, a saber con qué perversiones le salía luego.
–El azucarero me ha advertido de que siempre te pones en lo peor, así que me presento: soy Iskio, Capitán del equipo Gamma-2 y te necesito para una misión.
EDIT: Con menos fallos. Espero.

Continúo subiendo pedazos de Lirio de Sangre - Odisea. Espero que os guste y, en el caso de ya lo tengáis leído, agradeceré que se lo recomendéis a amigos o familiares ^^ O enemigos, con un poco de suerte, les gusta y podrís disfrutar viéndoles zombis (?) XDD

Venga, y aquí va la "sinopsis" que le hice a esta novela (que no se si atrae o si espanta XD):

Para las pobres almas descarriadas que os de por leer esto, se trata de una historia fantástica-paranormal-realista de una quinceañera de humor corrosivo y cargada de traumas que descubre un mundo mágico.
"Bah, lo típico" podreis decir, "como en Harry Potter y otros tantos libros y películas", "como Crepúsculo" quizás añadan otros al enterarse de que hay vampiros pululando por ahí. A los primeros os diré que puede que la base suene típica, pero que al tener Casandra Montenegro una personalidad interesante, da a lugar a situaciones nuevas e interesantes. A los segundos me limitaré a golpearles hasta que retiren su comparación ^^


1º capítulo: "El visitante"

Lirio de Sangre - Odisea 1.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 1.2 [link]

2º capítulo: "Bloqueada"

Lirio de Sangre - Odisea 2.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 2.2 [link]

3º capítulo: "Arcano XIII"

Lirio de Sangre - Odisea 3.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 3.2 [link]

4º capítulo: "Mal bicho"

Lirio de Sangre - Odisea 4.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 4.2 [link]

5º capítulo: "Falsas apariencias"

Lirio de Sangre - Odisea 5.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 5.2 [link]

6º capítulo: "Pánico"

Lirio de Sangre - Odisea 6.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 6.2 [link]
Comments0
Join the community to add your comment. Already a deviant? Log In