literature

Lirio de Sangre - Odisea 3.1

Deviation Actions

Cirkadia's avatar
By
Published:
934 Views

Literature Text

3. Arcano XIII

Lo normal hubiera sido no pegar ojo. Estaba en un mundo donde la magia era tan común como respirar y en el que iba a quedarse una temporada viajando con cuatro desconocidos, de los que sospechaba que uno iba armado y otra dormía a un metro de ella. De hecho, durante una hora, estuvo dándole vueltas a los ojos marrones con reflejos azules de Azogue, los caramelos del General Beta, el encuentro con Apocalipsis y la información que Amanda se negaba a darle. Pero, al final, el cansancio a causa de los cincuenta kilómetros viajados por primera vez a caballo la sumió en un sueño agitado en el que ella caía sin cesar por pasillos oscuros por culpa de no tener ni pizca de magia.
Se despertó con un molesto dolor en la zona de los ojos y la frente, sin duda a causa de no haber descansado bien. La luz se colaba a través de sus párpados como cuando su madre entraba en su cuarto a levantarle la persiana. De repente, tuvo miedo de abrir los ojos, encontrarse en su casa y desilusionarse profundamente porque toda su aventura hubiera sido un sueño de su desequilibrado cerebro. Palpó entre las sábanas, preparada para el momento en el que se le partiera el corazón cuando sus dedos se toparan con la pared verde, pero el colchón seguía y seguía y seguía… Se dio cuenta de que la cama era inmensa, que su mano estaba vendada en vez de escayolada, que había dormido con vaqueros de extrañas costuras y que los pasos que oía por el cuarto no eran los de su madre.
–Buenos días, Casandra. Hace un día espléndido y no hay ningún FOBOS esperándonos –le anunció la voz alegre de Amanda.
"¿Y se supone que eso son buenas noticias?" ¡Pues claro que lo eran! Seguía en el lado mágico de la Frontera. Abrió los ojos con una sonrisa en los labios, raro era el día que se levantaba así. Se alisó la ropa con las manos, se lavó la cara y se peinó para bajar a desayunar. Cuando abrieron la puerta se encontraron con Víctor plantado delante de ella.
–Justo iba a llamar para asegurarme de que no os habíais dormido.
Casandra se preguntó qué hora sería, seguramente una ofensiva teniendo en cuenta que estaba de vacaciones.
–Parece que hemos tenido suerte y no hay Dobermans esperando fuera –celebró la veinteañera.
–No, no hay ninguno ahí fuera, de momento, y menos mal, si no, la leyenda de Casandra sería mundialmente conocida.
–¿Leyenda? –preguntó rompiendo su tradición de no comunicarse verbalmente hasta no haber desayunado.
–Te recuerdo que eres la chica que se enfrentó como si nada a un sádico FOBOS Alfa –el joven de ojos grises le sonrió, pero su cara también tenía un tono gris. ¿Sería por haberse afeitado?
En un salón al que se accedía pasando por delante de la recepción se servía el desayuno buffet. Los cuchicheos se duplicaron al instante de entrar. La transfronteriza odiaba a muerte la sensación de que estuvieran hablando de ella y en aquella ocasión era cierto, pero, como Víctor le recordó, murmuraban su heroicidad de haberse enfrentado a Apocalipsis. Localizaron a Diego al fondo y se sentaron junto a él, se suponía que tendrían que aprender a convivir durante el largo viaje.
Los clientes mencionaban en alto lo que deseaban y el platillo, tazón o cestillo acudía flotando a ellos.
–Amanda, pide un cacao para mí –susurró con la vista clavada en el mantel de cuadros azules–, por favor.
Su compañera se solidarizó con ella y pidió por las dos, incluido un periódico.
–Joe, esos de allí no dejan de mirarme –se quejó echando un puñado de cereales en el cacao y observó cómo se hundían.
–Están dudando si pedirte un autógrafo o no –bromeó la veinteañera pasando una página del periódico con la zurda mientras sostenía una tostada en la diestra.
–Pues no me parece para tanto cenar frente a un FOBOS –movió la silla para que Víctor, que se sentaba al otro lado de la mesa, la ocultase de las miradas indiscretas.
–¿Ni siquiera si la cena te sabe a tu propia sangre? –planteó su barrera humana.
–Me gusta el sabor de mi sangre –respondió antes de meterse en la boca una cucharada cargada de cereales empapados.
Se escuchó un chapoteo y el mantel quedó salpicado de cacao.
–Mira que eres manazas –se quejó Diego.
–Lo siento –se disculpó Amanda tratando de arreglar el destrozo con una servilleta–. Estaba concentrada leyendo sobre el debate de la Ley de Control de Especies Peligrosas que… –rescató lo que quedaba de su tostada con una cucharilla.
–Sí, claro, ha sido eso lo que te ha distraído –murmuró Víctor con malicia.
–Que se dejen de una vez de estúpidos debates y la impongan –gruñó el Capitán.
–La verdad es que no vendría mal que se dieran prisa –añadió la veinteañera con timidez.
Casandra miró a su compañera de reojo, estaba claro que algo la aterraba y empezaba a definir con claridad la respuesta. La joven se alteraba siempre que mencionaban sangre o un corazón que no latiese, mostrándose especialmente susceptible durante la noche. Torció la sonrisa a la izquierda, había descubierto por qué la zona peligrosa era considerada como tal.
–Mirad que sois radicales –les reprochó Víctor–, ¿no entendéis las libertades de las que privará esa maldita ley?
No alcanzaba a leer la noticia sobre la que hablaban, además, sus ojos fueron atraídos por el título de una columna de opinión que rezaba "¿Nuevas pistas sobre el Ladrón Fantasma?"
–¿Radicales? Es lo que se merecen esos bichos –respondió Diego con dureza.
–Van a incluir a los espíritus del bosque y de los ríos –rebatió el joven.
–No creo que a ellos les afecte que tomen ciertas precauciones a la hora de darles trabajo –consideró Amanda con un toque sarcástico.
–Puede que los espíritus no vayan a pedir trabajo, pero sí…
–¿Quién? –le interrumpió el Capitán–. Dime uno solo de esos monstruos que tenga pensado ganarse la vida honradamente.
La mirada de Víctor se endureció.
–Nunca sabes cómo te puede llegar a afectar esa ley en el futuro.
–Si alguna vez llegara a afectarme, preferiría que me frieran a tiros –contestó antes de dar por terminado el desayuno y salir del salón sin despedirse.
–Qué insoportable –bufó el joven de ojos grises.
"Según el testimonio de D. Vera, un conocido miembro de la policía, la edad del ladrón de guante blanco más famoso de los últimos tiempos se acercaría más a los veinte años que a los cuarenta que se le estiman" leyó Casandra. "Poco le importa a este policía que los robos atribuidos al Fantasma se remonten más allá de las dos décadas. Pero, ¿acaso nos podemos fiar de las declaraciones de un policía con complejo de vaquero del lejano oeste cuyos violentos métodos acabaron con dos muertos y una treintena de heridos en una fiesta, entre los que había un niño de doce años? Por lo que tengo entendido, le han suspendido por tiempo indefinido, pero, personalmente, creo que estaríamos mucho más seguros si le enviasen una temporada a Redención."
–¿Pero qué le pasa a ese? –preguntó David sentándose junto a ellos–. Un café y unas galletas –pronunció alto y claro–. ¿Siempre está de mal humor?
–Es un amargado –respondió Amanda pasando la página–. Va a ser un horror viajar con él.
–Puede que tenga problemas personales –opinó el rubio.
–Todos tenemos problemas y no vamos siempre con ese aura tan negativa –la joven apuró lo que quedaba de su cacao de un sorbo.
Cuando terminaron de desayunar, Casandra se puso en pie y metió los brazos en la sudadera negra. Tal y como esperaba, un montón de miradas se clavaron en ella. Escondió las manos en los bolsillos y cruzó el salón para salir y subir de nuevo a la habitación.
–Lo has hecho queriendo, ¿verdad? –le dijo Víctor alcanzándola en las escaleras.
–¿Eh? ¿A qué te refieres? –preguntó colocándose automáticamente la máscara de niña buena.
–Ponerte la sudadera de protegida de los FOBOS delante de todos.
–¿Tendría que esconderla? –planteó con falsa preocupación.
–Ten cuidado, si interesas demasiado a los Dobermans, te pondrán a prueba y no será agradable.
Detenida frente a la suite, a punto estuvo de confesarle que jamás se interesarían demasiado por ella ya que no tenía ni pizca de magia, pero sólo dibujó una sonrisa amable y asintió junto con un pausado parpadeo.
–Tendré cuidado.
Mientras recogía el equipaje, Amanda entró y dijo:
–Hoy se ve a la gente más tranquila, el FOBOS se habrá marchado –la transfronteriza asintió–. Si se mantuvieran fieles a su palabra, nos cobrarían la habitación como una sencilla, pero, en el caso de que no tengamos esa suerte, sígueme el rollo, ¿vale? Tú serás el poli tranquilo, que se te da bien mantener la calma –añadió haciendo que la transfronteriza alzara las cejas.
Bajaron a recepción y, tal y como había predicho, quisieron cobrarles la habitación a precio de suite.
–¡¿Qué?! –exclamó Amanda como si le pillase totalmente por sorpresa–. Pero si ayer nos dijeron que ibais a cobrarla a precio de una habitación simple.
–Mi compañero de tarde no me ha dicho nada.
–Pues debería, porque ayer nos dijo que…
–Señorita, han dormido en una suite, como comprenderá, no podemos regalársela.
–No nos hubiéramos quedado de no ser porque nos dijeron que iban a cobrarla como una habitación normal. ¡Esto es un timo!
Casandra estaba paralizada por la vergüenza, le había dicho que sería el poli tranquilo, pero no sabía cómo actuar. Además, cada vez les observaba más gente, que se asomaba por la puerta del salón de desayuno o se quedaban en el vestíbulo al bajar de sus habitaciones o llegar del exterior.
–Señorita, le ruego que se tranquilice.
–Amanda, ¿por qué no pagamos y…? –murmuró.
–¿Y qué? No podemos permitírnoslo.
La idea que se le ocurrió la golpeó tan de repente que a duras penas controló su sonrisa torcida.
–Tú paga, cuando nos encontremos con Apocalipsis, puede que nos eche una mano –susurró, pero, por la reacción espantada de los que les rodeaban, todos lo oyeron.
–Uy, sí, a saber qué pide a cambio –Amanda se acodó en el mostrador de la recepción, en sus ojos vio que le gustaba el plan.
–Bueno, lo más seguro es que acabemos llorando sangre…
–Si te descuidas, por los oídos. Y querrá venir a "pagar" él mismo.
La inquietud se extendió como una ola fría.
–Joe, no querría… –miró compasiva al recepcionista–. Ya sabes cómo se las gasta –cuchicheó alzando las cejas, como si hablara de aquella vez que nunca había ocurrido.
–Pues ya me dirás qué hacemos, porque seguimos sin poder pagarlo. ¿Llamamos a la Central y hablas con algún General con el que te lleves bien?
Sólo conocía a uno de ellos y jamás se atrevería a pedirle dinero, pero, viendo la cara del recepcionista, no tendría que llegar a hacerlo, o eso esperaba.
–Puede que Mélifer se preste, pero no me apetece deberle un favor –rezongó, el corazón le latía con fuerza, como si pegara mazazos en vez de bombear sangre.
–Pues cruza los dedos para que no se encargue Redención…
Casandra hizo un esfuerzo para que su rostro reflejase pánico y creyó que incluso había logrado empalidecer.
–Si me deja usar un espejo un momento… –pidió la veinteañera.
–Espera, Amanda, espera –le agarró por el codo–. Yo puedo aguantar lo que esos locos me echen encima –le susurró entre dientes, pero el silencio era tal que sus palabras llegaban a todos los presentes–, pero esta gente no tiene la culpa.
–No tenemos otra opción, no vamos a irnos sin pagar, ¿no?
–Sí, ya, pero… –miró de reojo al público, aunque en realidad no les veía, era un gesto teatral–, ¿qué va a pasar con ellos si aparece el General Alfa? –no tenía ni idea de quién era, pero sí la sensación de que alguien muy temido.
–No lo digas como si los fuera a matar –respondió Amanda con nerviosismo y la ella compuso la expresión facial de "poco le faltará"–. ¿No me deja un espejo? –se dirigió a un recepcionista con cara de terror casi cómica.
–Creo que preferiría que viniera Apocalipsis, es más… fiable.
–Eh, señor, ¿está ahí? –le pasó la mano por delante de la cara y el hombre dio un respingo–. ¿Hay espejo o no?
–E-eh, no. Quiero decir, que acabo de recordar que mi compañero me dijo que la suite sería a precio de habitación normal –añadió de carrerilla.
–¿En serio? –exclamó Amanda complacida.
–No queremos molestar… –dijo la transfronteriza, pero no creía que pudieran molestarle más aún–. Podemos conseguir el dinero, llamamos a…
–¡No! –el recepcionista tosió y recuperó más o menos la compostura–. Cortesía de la casa –añadió con temblorosa suavidad.
–Muchas gracias, hablaré a mis amigos muy bien de este sitio –Amanda le dedicó una amplia sonrisa.
–No hace falta, de verdad… –murmuró cobrándole.
El público se apartó dejándoles paso, descubriendo que junto a la puerta de salida estaban Víctor y David.
–¿Te digo que no llames la atención de los FOBOS y utilizas su nombre para conseguir una ganga? –le reprochó el primero de ellos cuando salieron a la calle.
Casandra enrojeció a causa de la vergüenza.
–Nos prometieron una suite a precio de normal, no podían echarse atrás –se justificó Amanda.
–Pero luego no digáis que no os avisé, seguramente ya tendréis algún Doberman vigilándoos.
Rodearon la posada para dar de frente con las caballerizas.
–Habéis estado geniales –intervino David–, os echáis buenos faroles.
La mayor sonrió alagada y la menor pensó que no era tan estúpida cómo le había parecido en un primer momento, lo más probable es que tuviera una fachada tan buena como la suya propia. Empezaba a encontrarle aspectos útiles a su escolta.
–¿Por qué siempre tardáis tanto? –gruñó Diego al verles entrar, ya había ensillado a su caballo y atado bien su equipaje.
–Problemas de última hora –explicó Amanda.
–No me lo digas, habéis tenido que recordarles lo amigas que sois de los Dobermans para que os regalaran la suite –dijo tirando de su montura para sacarla fuera–. Estaba cantado.
Casandra sonrió un poco al reparar en Tempestad, era tan majestuosa. Ella pasaba de que un príncipe azul fuera a rescatarla en un corcel blanco, preferiría mil veces al que montara una yegua como aquella.
–¿Te gustaría subirte a ella? –le preguntó Víctor.
–Eh… sí, bueno, quizás sea mejor que no, soy novata y se ve que le pone nerviosa que me acerque –respondió turbada, acababa de caer en la cuenta de que era él quien montaba en Tempestad.
–Eso es porque la han tratado mal durante mucho tiempo, es normal que se resista a que la toquen.
Sufrió un ramalazo de tristeza al sentirse identificada con aquellas palabras y casi no se enteró de que él le decía que le dejaría probar a la hora de comer.
–Ahora no, que si no, Diego nos mata –le guiñó un ojo con complicidad y un escalofrío subió por la espalda de Casandra.
–S-sí –se apresuró a preparar su caballo para la jornada que les esperaba, que, según las palabras del Capitán, iba a ser muy larga.
–Hoy llegaremos a la llanura –anunció el mayor de ellos cuando salieron del pueblo.
–¡Pero si eso son más de cien kilómetros! –exclamó Amanda.
–¿Tú trabajas contrarreloj o qué? –le soltó Víctor.
–No vamos a poder –añadió David–, y no creo que Casandra lo aguante.
La aludida entrecerró los ojos, acababan de pronunciar las palabras que le incendiaban la sangre.
–Pues tendrá que hacerlo, lo que no te mata te hace más fuerte –respondió encabezando la marcha.
–No le hagas caso, haremos los kilómetros que podamos –le dijo Amanda–, si ves que no puedes…
–Podré –aseguró con sequedad–. Como ya dije ayer, la única queja que oirá el "Capitán" será la que se me escape cuando me parta el cuello.
–Así lo espero –masculló él.
–Pero… no tienes por qué… –el rubio se calló cuando le miró con frialdad.
–No me esperaba menos de alguien que se va proclamando amiga de los Dobermans –bromeó Víctor.
"Ya veremos cuánto aguanto" pensó, pero se negó a exteriorizar su inseguridad. Cabalgaron monte arriba, hasta que el terreno volvió a descender y pudieron ver el valle que se retorcía entre verdes montañas.
–Este sitio me recuerda mucho al lugar donde vivo –comentó echándose la capucha por la cabeza para protegerse del sol–, con más árboles y menos rascacielos.
Por la altura del sol calculó que serían las diez cuando empezaron a descender al valle. De aquel pasaron a otro más amplio y, ascendían rumbo al siguiente, cuando los tres adultos consiguieron que Diego detuviera la marcha. Casandra no dijo nada, seguía en sus trece de no quejarse, a pesar de que ir al trote le hubiera desencajado la espina dorsal, las piernas le dolieran horrores, tuviera hambre y el sol le picara en la cara. Estaba descubriendo lo terca que podría llegar a ser. Se pararon en un cúmulo de casas que había en medio de un prado en pendiente en el que pastaban ovejas.
Casandra desmontó e hizo discretos estiramientos, pero vio que no era la única con dolores. David se quejaba de que le dolía el culo, Víctor se llevó la mano a la pierna izquierda como si le hubiera dado un tirón y Amanda aullaba por el hambre.
Entraron en una sombría cantina en la que los embutidos colgaban sobre la barra. La transfronteriza en seguida localizó la mesa en la que se quería sentar, al fondo, como siempre, lo que le sorprendió fue que sus compañeros de viaje se decantaran por la misma antes de que hubiese dado un solo paso hacia allí.
–¿Qué les sirvo? –preguntó el dueño con tono amable acercándose a ellos.
–Vino tinto –respondió Diego dejándose caer en el banco.
–Una cerveza para mí –dijo David.
–Yo quiero un zumo de frutas del bosque –añadió Amanda.
–Yo… agua –murmuró Casandra, siempre se ponía nerviosa cuando tenía que decirle a un camarero lo que quería.
–También agua para mí –se unió Víctor–. ¿El baño, por favor?
Después de las bebidas, comieron. Aprovechó esos momentos, cara a cara con ellos, pero escudada tras la acción de alimentarse, para descubrir algún detalle más sobre ellos. Recordó que era la segunda vez que Amanda pedía zumo y reparó en que sus uñas brillaban doradas según les diera la luz, cazó los ojos de David escudriñando el lugar como si no se fiara ni de su sombra, contabilizó tres vasos de vino por parte del Capitán y se preguntó por qué Víctor comía tan poco.
Aún no se había recuperado del cansancio cuando el joven de ojos grises le hizo levantarse para salir.
–Vamos, antes de que al Capitán Gruñón le dé por seguir adelante hasta que caigamos muertos –dijo acercándose a Tempestad a paso vivo, ya no tenía molestias con el tirón de la pierna.
La yegua bufó cuando vio que Casandra se le acercaba, pero Víctor la tranquilizó haciendo que a la joven le viniera a la cabeza "El hombre que susurraba a los caballos". Él la ayudó a subir y, una vez arriba, le traicionaron sus labios al sonreír de verdad, ampliamente. Tempestad era preciosa, absolutamente negra y tan elegante… Pero la felicidad poco le duró. En cuanto él se alejó dos pasos, la yegua se encabritó lanzándola al suelo de una violenta sacudida.
Cerró los ojos y se encogió por instinto esperando el brutal golpe contra el suelo, pero aterrizó con suavidad sobre la hierba. Aún así, se quedó quieta, con el corazón latiéndole a mil.
–¡Casandra! –le gritó Víctor desde algún lugar muy lejano–. ¡¿Estás bien?!
Abrió los ojos, enfocó la vista y descubrió que él le ocultaba el sol. Parpadeó y sacudió la cabeza para despejarse.
–¿Me oyes? –preguntó preocupado inclinándose sobre ella.
–Sí… –respondió incorporándose, se sentía extraña, el miedo había dejado paso a una fuerza arrolladora.
–Lo siento, no pensaba que fuera a reaccionar así –le puso una mano en el hombro para evitar que se cayera de espaldas.
–No pasa nada, estoy bien –se miró los brazos–, esta vez no me he roto nada –frunció el entrecejo–. ¿Por qué no me he roto nada?
–He amortiguado tu caída con un hechizo. De verdad, lo siento mu…
Ella sonrió, era absurdo que se disculpara de aquella manera, estaba genial.
–Que no me pasa nada. Sólo una cosa –se sentía un poco borracha–, se supone que tengo que romperme el cuello delante de Diego y que sea su culpa.
Él se relajó y se atrevió a sonreír. De repente, sin previo aviso, razón aparente ni casos precedentes, Casandra le abrazó llevada por unas ganas irrefrenables de estrujarle entre sus brazos.
–Gracias –le dijo antes de darse cuenta de lo que hacía, enrojecer y apartarse como si le hubiera dado calambre.
–¿Por haber hecho que un caballo te tire al suelo? –preguntó sorprendido.
–Por haber hecho que me sienta viva –murmuró avergonzada, pero lo suficiente borracha de adrenalina como para confesárselo.
Víctor la miró atónito a los ojos y su vergüenza pasó a ser turbación. Acababa de darse cuenta de lo hermosos que podían llegar a ser unos irises del color del acero.
–¿Disfrutando de la hierba? –interrogó la voz de David.
Víctor se puso en pie como movido por resorte y casi se le olvidó ofrecerle la mano para ayudarla a levantarse.
–He intentado montarme en Tempestad, pero me ha tirado al suelo –explicó antes de que el rubio sacara conclusiones erróneas de que estuvieran mirándose a los ojos desde tan cerca.
–Montad –ordenó Diego pasando ante ellos sin molestarse en preguntar qué había ocurrido–. Seguimos adelante.
Horas más tarde, cuando hubieron cruzado un larguísimo valle, el sol rozaba las cimas y Casandra estaba a punto de quejarse, se detuvieron en un pequeño pueblecito que colgaba de una pronunciada ladera. Fue un alivio que el Capitán no les forzara a ir hasta la llanura.
–¿Muy cansada? –le preguntó Víctor asomándose a la habitación que habían cogido para las dos.
–Un poco –respondió a pesar de que estaba agotada.
–Te espero en el patio trasero.
–¡¿Eh?! ¿P-por qué?
–Para continuar con el entrenamiento –respondió desapareciendo por el pasillo del pequeño hostal.
–Parece que le has caído bien –opinó Amanda.
–Sí… no sé por qué.
–¿Cómo que no sabes por qué? –repitió la veinteañera dejando de sacar su equipaje de la mochila–. ¿Acaso se necesita un motivo?
–Eh… –¿cómo explicarle a una chica alta, delgada y extrovertida sus dificultades sociales?– Víctor me espera –murmuró.
–Espera –le cortó el paso–. ¿Qué ocurre?
–Nada –bajó la vista percibiendo cómo se acercaba una crisis de ansiedad.
–No me lo creo. Mírame.
Casandra cerró un momento los ojos, podía descargar el peso de su soledad sincerándose, pero dudaba que ella le comprendiera y no quería desnudar su alma si se iba a encontrar la pared de siempre. Se colocó bien su careta de joven despreocupada y alegre, levantó la cabeza y miró a la veinteañera a sus ojos marrones.
–No pasa nada, estoy cansada y encima me hacen entrenar –dijo con ligereza logrando dibujar una sonrisa, a pesar de que sentía que se la estaba abriendo con bisturí.
–¿Entonces a qué ha venido lo de hace un momento?
–¿Eh? Bueno, es que… no me esperaba ser aceptada siendo del otro lado de la Frontera –improvisó desviando el tema.
–¡Menuda tontería! Si lo dices por cómo te trata Diego, ten en cuenta de que nos trata a todos igual.
Asintió adoptando la expresión de "lo tendré en cuenta la próxima vez" y se escapó al pasillo con la mayor naturalidad posible. "Si fuera sólo por la actitud del gruñón, yo no sería así" pensó y la máscara se le resbaló hasta los pies. Le costó unos segundos de soledad en las escaleras recuperar la serenidad, pero tenía un grave problema, la fachada se le escurría de los dedos y no sabía si sería capaz de mantenerla frente a Víctor. Pero dio igual, cuando salió al patio trasero, en penumbra ya, se olvidó de la maldita máscara de porcelana.
Le encontró sentado en el muro bajo que separaba el patio de la pendiente boscosa, miraba el suelo, o podría ser que no mirara a ninguna parte ya que se cubría la cara con las manos y el pelo le caía por delante. Se aproximó despacio, quizás lo mejor fuera dejarle solo. Pero había algo en él que la atraía a la vez que le espantaba, una intuición le reconcomía en lo más profundo de la conciencia.
–Víctor… –llamó tragando saliva.
Él se irguió un poco y la miró entre los dedos, las sombras ocultaban la mayor parte de su cara. A punto estuvo de hacer la estúpida pregunta de "¿Estás bien?".
–¿Mejor dejamos el entrenamiento para otro día? –preguntó clavándose al suelo.
–Eh… no –se irguió completamente–. Sólo estoy cansado.
Por cómo sonó la palabra "cansado", una luz de alarma se encendió en la cabeza de Casandra, se parecía demasiado a la forma con la que lo decía ella misma.
–¿Cansado de qué? –su fachada se hizo añicos por primera vez.
Víctor no respondió de inmediato, la miró directamente a los ojos, como si tratara de comunicarse por telepatía. Ella sintió un pinchazo en el pecho que le cerró la garganta.
–Del… viaje, del largo viaje, pero pronto llegaremos a la meta –respondió con un susurro.
Frunció el entrecejo, algo le decía que aquellas palabras iban con doble sentido, ella era experta en utilizarlo, pero no sabía a qué se refería.
–Bueno, basta de descansos –dijo él poniéndose en pie, repentinamente animado–. Empecemos con el entrenamiento.
Casandra recogió los trozos de su máscara, la pegó con celo y se la puso para volver a ser la buena chica. Repitió los puñetazos directos y los ganchos, además de aprender un nuevo golpe: crochet, que consistía en golpear la cabeza del adversario invisible haciendo un movimiento semicircular, asestándoselo en el pómulo u oreja.
–Te noto distraída –dijo él cuando, al mandarle hacer flexiones, ella asintió con aire ausente.
–¿Eh? Sólo estoy… cansada –respondió, aunque en realidad seguía dándole vueltas a las palabras de su entrenador.
–Ya… Entonces da un par de vueltas por el patio y entremos a cenar.
–Todavía no me creo lo bien que te lo has tomado –le dijo Amanda tras haber cenado cuando subieron al dormitorio que compartían–. Es como si siempre hubieras vivido aquí.
"Siempre he deseado vivir aquí" pensó quitándose las zapatillas.
–¿Cómo tenía que habérmelo tomado, gritar "brujería" y asustarme porque los platos vuelen? –rebuscó en su mochila hasta dar con la ropa que iba a ponerse después.
–Por ejemplo.
–En mi lado de la Frontera han inventado máquinas que tienen usos casi mágicos y tenemos que asimilarlo –se encogió de hombros dirigiéndose al baño–. Mientras no me reten a un duelo de hechizos, estaré bien.
–Pero las luces no se encienden a tu paso –le recordó siguiéndola.
–Bueno, así desarrollaré el resto de mis sentidos, no hay mal que por bien no venga.
–¿No preferirías que… yo estuviera ahí dentro mientras te duchas? Me pongo en una esquina y no te molesto.
–Eh… –pensar que Amanda pudiera ver su carne paliducha, fofa y peluda en demasiadas partes, mientras que ella tenía ese cuerpazo, le hizo sentirse muy violenta– no.
–Pero…
–No, gracias, me las apañaré –le cortó enrojeciendo de golpe y le cerró la puerta del baño en las narices.
Sumida en la más absoluta oscuridad comenzó su odisea de encontrar el váter, bajar la tapa y dejar la ropa sobre ella. Después tuvo que dar con las toallas, que había localizado en unas baldas de la esquina antes de entrar. Las dejó sobre la ropa con sumo cuidado para que no se cayeran al suelo. A continuación, buscó el bidé, en el que amontonó la ropa que se fue quitando. Por último, recreando las imágenes en tres dimensiones en la oscuridad de su mente, entró en la bañera, corrió la cortina y giró los grifos. Tal y como se lo esperaba, tuvo que soportar con los dientes apretados que la alcachofa le rociara con agua fría al principio.
Era inquietante ducharse a oscuras, sintiéndose desnuda y desprotegida; su mente inventaba mil y un monstruos surgidos del desagüe, las paredes o de las mismísimas tinieblas, pero, al mismo tiempo, los desestimaba y creaba figuras protectoras. Por eso se sobresaltó cuando oyó unos golpes en la puerta y se encendieron las luces cegándola.
–Casandra… ¿puedo entrar? –le preguntó su compañera.
–Pasa –suspiró resignada, pero así pudo encontrar al fin el jabón–. ¿Quieres utilizar el váter? Puedes apartar mi ropa al lavabo.
Se escuchó la puerta al cerrarse, sabía que estaba dentro porque podía ver sus propias manos enjabonadas.
–No he venido por eso.
"Si fueras un hombre, ya estaría pensando en cómo arrancar la barra de la cortina y arrearte con ella, pero, por ser mujer, voy a darte un cincuenta por ciento de confianza. Puede que hayas venido a reírte de mis lorzas."
–He creído que te resultaría más fácil ducharte con luz. Aunque ya veo que lo has conseguido sin problemas.
–Me apaño bien en la oscuridad.
No hubo respuesta y Casandra continuó enjabonándose, por eso le pillaron por sorpresa las siguientes palabras.
–¿Lo haces queriendo? –preguntó Amanda, su voz sonaba afectada.
–¿Qué? –iba a aclararse la cabeza, pero se detuvo para escucharla con claridad.
–Que te quedes fría por la noche, vestir de negro, decir que te manejas en la oscuridad, que el sabor de tu sangre te gusta…
Podría haberle respondido que tenía mala circulación, que se sentía cómoda vistiendo de negro, que era demasiado inteligente, orgullosa y acomplejada como para pedirle ayuda y prefería probarse a sí misma tanteando las tinieblas, que el sabor de su sangre no le apasionaba, pero que no le hacía ascos tampoco. Podría haberle respondido todo eso y tranquilizarla, pero se sentía demasiado indefensa, desnuda, fofa y miope.
–¿Te molesta? No te tocaría anoche con las manos heladas, ¿verdad? –torció la sonrisa.
–No… estuviste muy quieta.
–¿Quieta como un muerto? –rió entre dientes.
–Eres mala.
Casandra se quedó de piedra, era la primera vez que le decían algo así, siempre la habían tenido por una niña buena y ejemplar. Una vez pasado el asombro, sonrió amplia y malévolamente, sintiéndose halagada. Pero le preocupaba que la tonta de su compañera se hubiera enfadado. Cerró los grifos y dejó que el agua acumulada en su pelo chorreara por la espalda.
–Lo siento, no volveré a bromear –"seré seria y formal, como siempre".
–No, no dejes de bromear, la risa es buena. Además, tu carácter hizo que te ganaras la aprobación de Apocalipsis. No me hagas caso, sólo estoy un poco… susceptible.
"Acojonada diría yo", pensó retorciéndose la melena para eliminar el exceso de agua.
–¿Preferirías que te dejara a solas?
–Te lo agradecería –dijo y en seguida volvió a quedarse a oscuras.
Secarse y vestirse le llevó su tiempo. No encontró la ropa usada en el bidé.
–Oye… –empezó cuando salió del baño con una toalla enrollada en la cabeza.
–He bajado nuestra ropa a la lavandería –se adelantó Amanda, sentada en una de las camas y con la vista fija en el periódico–, por la mañana la tendremos seca.
–Ah… –se llevó las manos a los bolsillos, no sabía a qué dedicarse, no tenía ningún libro en el que sumergirse y, por muy cansada que estuviera, era demasiado pronto para irse a dormir–. ¿Qué lees? –preguntó sentándose en la otra cama.
–El entretenimiento popular: El Ladrón Fantasma contra el Ladrón del Antifaz, y los dos contra la Policía, la BAMO y los FOBOS.
–Suena interesante.
–Sí, el Ladrón Fantasma es muy conocido, lleva muchos años en el negocio. Por otro lado, el Ladrón del Antifaz empezaría… –hizo memoria– hará unos cuatro o cinco años. Son los dos ladrones de guante blanco más famosos desde la desaparición de la Banda del Cisne Rojo.
–Curiosos nombres –comentó, complacida por dar con un tema que les interesara a las dos.
–Uno de ellos siempre deja un antifaz en el lugar del crimen –se sentó de cara a ella cruzando las piernas– y al otro jamás se le ha visto.
–¿Y cómo se sabe que los robos han sido perpetrados por ellos? Si nunca se ha visto al Fantasma, o cualquier otro podría haber dejado un antifaz.
–No lo creo, cada uno tiene su modus operandi y es muy difícil imitarles a la perfección. Además, no creo que nadie sea capaz de llevar a cabo un gran golpe y dejar que la gloria se la lleve otro.
–¿Por qué no? Podría ser alguien muy racional, alguien que quisiera el dinero y ya está. Además, junto con la gloria van las culpas y la condena.
–Si alguien quisiera dinero, podría buscarse otro trabajo más fácil y menos sacrificado.
–Parece que eres una experta en el tema.
–Eh… a ver si te vas a creer que me dedico a robar –rió para sí misma–. Ya te he dicho que es el entretenimiento popular. Además, me gusta estar bien informada.
–¿Y qué dicen sobre ellos? –señaló el periódico con un gesto del mentón.
–Nada nuevo –hizo una mueca de resignación–. Ninguno de los dos ha dado un golpe últimamente, por no decir que ahora todas las miradas están dirigidas al debate sobre la Ley de Control de Especies Peligrosas.
–¿De qué va esa ley? Me gustaría estar bien informada también para no llamar la atención.
–Veamos, no es que yo sepa mucho del asunto, estos temas me aburren… pero se podría decir que es una ley que permitirá mantener controladas a las especies peligrosas –dijo lo obvio.
–¿Como espíritus del bosque y los ríos? –preguntó recordando la discusión del desayuno.
–Sí, bueno, yo creo que los espíritus no deberían estar incluidos, al fin y al cabo, no conozco a nadie que se haya encontrado con uno.
–¿Y cuáles deberían estar incluidos? –desenrolló la toalla y dejó que el pelo húmedo le cayera por los hombros.
Como Amanda tenía problemas para responder, aprovechó para llevar la toalla al cesto del baño.
–¿Los monstruos del armario? –preguntó plantándose delante de las camas con las manos en los vaqueros grises que le había dado el FOBOS–. ¿O los de debajo de la cama?
EDIT: Rererevisión, menos fallos, menos gazapos... pero no os aseguro que no quede ninguno u_u Se me resisten los cabrones.

Aquí va la 1ª mitad del 3º capítulo de Lirio de Sangre.
Espero que la disfrutéis y que no se me haya colado ningún guión atravesado.

Por si alguien llega aquí sin haberse leído lo anterior, copio-pego la especie de "sinopsis" que le he hecho:

Para las pobres almas descarriadas que os de por leer esto, se trata de una historia fantástica-paranormal-realista de una quinceañera de humor corrosivo y cargada de traumas que descubre un mundo mágico.
"Bah, lo típico" podreis decir, "como en Harry Potter y otros tantos libros y películas", "como Crepúsculo" quizás añadan otros al enterarse de que hay vampiros pululando por ahí. A los primeros os diré que puede que la base suene típica, pero que al tener Casandra Montenegro una personalidad interesante, da a lugar a situaciones nuevas e interesantes. A los segundos me limitaré a golpearles hasta que retiren su comparación ^^

1º capítulo: "El visitante"

Lirio de Sangre - Odisea 1.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 1.2 [link]

2º capítulo: "Bloqueada"

Lirio de Sangre - Odisea 2.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 2.2 [link]

3º capítulo: "Arcano XIII"

Lirio de Sangre - Odisea 3.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 3.2 [link]

4º capítulo: "Mal bicho"

Lirio de Sangre - Odisea 4.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 4.2 [link]

5º capítulo: "Falsas apariencias"

Lirio de Sangre - Odisea 5.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 5.2 [link]

6º capítulo: "Pánico"

Lirio de Sangre - Odisea 6.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 6.2 [link]
Comments4
Join the community to add your comment. Already a deviant? Log In
Jamonero's avatar
Yaay :la:

Que interesante esta todo. Me mola ese chantaje-amenaza de la suite y por general todo va avanzando poco a poco pero detalladamente.

Otra cosa que añadir es que me gusta bastante el personaje de Cassandra Montenegro, esa forma de llevar las cosas seguramente nos recuerde a muchas personas que pensamos igual ^^

Con ganas del siguiente :la: (pero sin prisa xD)