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Lirio de Sangre -Odisea 2.1

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2. Bloqueada

Un tintineo agudo y chirriante la sacó de golpe de las tinieblas de sus sueños. Tenía que apagarlo antes de que le taladrara el cerebro. Buscó el maldito despertador preguntándose cuándo había cambiado la musiquita repetitiva por aquel ruido desquiciante. Tanteó y su brazo derecho se descolgó por el lateral de la cama con sorprendente ligereza.
Entreabrió los ojos y, en la penumbra, pudo encontrar el despertador causante del alboroto, un trasto grande, antiguo y de metal. "¿Pero qué…?" Se quedó mirando el reloj analógico, su mano y su antebrazo vendados en negro y una cama totalmente desconocida. "¡¿Dónde estoy?!"
Entonces recordó a Ariana Leza, el paso por la Frontera, la charla con el hombre bajito que la había dejado en la sala de espera… y el FOBOS. "¡Ay, Dios!" Apartó la sábana de tirón. Tenía el pijama en su sitio y no notaba que le faltase ningún órgano, pero no recordaba lo que había pasado con aquel hombre vestido de uniforme.
Se puso las gafas, que estaban en la mesilla, sacó las piernas de la cama y se puso en pie. El susto la había despejado por completo, no tenía dolor de cabeza ni la boca pastosa y coordinaba igual de mal que todas las mañanas. De modo que supuso que no la había drogado. "Habrá hechizos para dormir" se dijo caminando por la habitación en penumbra en busca de un baño. Para no variar, ninguna luz se encendió a su paso, así que levantó la persiana.
Lo que vio al otro lado la sorprendió. "Si estoy secuestrada, no me va a ser difícil escapar." La ventana daba a una calle ancha y atestada de gente, con puestos cada pocos metros y un denso olor a comida y cosas desconocidas que flotaba en el aire. Empezó a plantearse que, quizás, no la hubiera secuestrado, pero estaba muy aturdida por no reconocer dónde estaba.
En el baño se lavó la cara, se adecentó el pelo y se miró al espejo. Los mismos rasgos de siempre, la misma piel paliducha moteada de rojeces, el mismo pelo oscuro y desgreñado sin flequillo, la misma figura rechoncha en pijama fino, pero esa mañana sus ojos marrones brillaban por la curiosidad, el mundo se había convertido en un lugar interesante de repente.
Iba a salir de la habitación cuando reparó en la nota que estaba pegada en la puerta. "He pensado que no era justo que la primera noche que pasaras en nuestro lado de la Frontera lo hicieras en un sofá. Yo me ocupo de los gastos, no pienses que te voy a pedir nada a cambio, pequeña desconfiada." Casandra se quedó de piedra al leer. "A las once tienes una cita en el Portal, no te retrases, preséntate en el Departamento de Regulación de Transfronterizos y pregunta por A. Azogue. Espero que la ropa que te he dejado sea de tu talla y te guste. El desayuno también corre a mi cuenta, no te prives. Un aviso, incluso en una ciudad con Portal desconfían de los transfronterizos."
Muda por el asombro, bajó la vista y, en la cómoda que había junto a la puerta, vio un montoncito de ropa con un caramelo de limón encima a modo de firma. Se encontró con unos pantalones vaqueros gris oscuro, una camiseta negra de manga corta y una sudadera de cremallera y capucha del mismo color, con los bolsillos decorados con bordados de telarañas esmeraldas y otra telaraña verde partida en cuatro cuartos a la espalda, que le recordaron al sobre que le habían enviado a Leza.
El ruidoso reloj analógico le indicó que eran las diez y cuarto y que más le valía darse prisa si quería llegar a tiempo a un lugar que no sabía dónde estaba. Se vistió, sonrió al pensar que el FOBOS había elegido bien la ropa, metió el caramelo en un bolsillo de la sudadera, recogió su pijama y la bata y salió de la habitación. Guiada por el rumor de la gente encontró el comedor en la planta baja.
Los clientes estaban sentados en mesitas para dos, mesas para cuatro e incluso otras más largas en las que entraban lo menos diez. Casandra trató de que no se le transparentara el asombro cuando un cuenco lleno a rebosar de leche caliente cruzó por delante de ella para ir a aterrizar con suavidad frente a un niño, que empezó a mojar galletas con la mayor naturalidad.
–¿Montenegro? –le preguntó una mujer más baja que ella, armada con un mandil de florecitas.
–Sí, soy yo.
–Bien, por aquí –dijo echándole una mirada reprobatoria a su sudadera–. ¿Has dormido bien?
–Sí –se encogió de hombros.
–Siéntate –le indicó una mesita en un rincón–. ¿Qué vas a desayunar?
–Pues, leche con cacao… –esperó a que ella le dijera que allí no tenían de eso.
–¿Algo más?
–Em, ¿un cruasán?
La mujer repitió el pedido, que vino flotando desde la cocina.
–Gracias –dijo atacando la comida, acababa de darse cuenta de lo hambrienta que estaba.
La mujer miró a su alrededor antes de sentarse frente a ella.
–No quiero meterme donde no me llaman, pero… –se inclinó hacia ella para preguntarle con confidencialidad– ¿qué hacías en la calle de madrugada y desmayada?
–Eh… –"el hombre de los caramelos ha mentido, perfecto, ¿y ahora qué digo yo?"
–En serio, cuando apareció el FOBOS contigo en brazos a las dos de la madrugada, no supe qué pensar. Porque mira que se dicen cosas sobre los Dobermans, pero, hasta ahora, no sabía que fueran recogiendo niñas perdidas. Por cierto, ¿qué hacías en pijama?
La joven había sido previsora y masticaba meticulosamente el cruasán para no tener que responder.
–No te habrás escapado de casa, ¿verdad? –preguntó con un tono maternal, entre preocupado y enfadado.
–¿Escaparme en pijama? –negó con la cabeza–. No soy tan tonta –dijo antes de darle un sorbo al cuenco.
–¿Entonces qué pasó?
–No sabría cómo explicarlo… –se devanó los sesos en busca de una respuesta creíble que no implicara admitir que era del otro lado de la Frontera, pero no hizo falta.
–¡No me digas! –exclamó la mujer tapándose la boca–. Te echaron un hechizo aturdidor, pobrecita, seguramente para secuestrarte.
Casandra hizo un gesto ambiguo y se comió lo que quedaba de cruasán.
–Y ese FOBOS te rescató y te trajo aquí. Vaya, pensaba que esos perros sólo obedecían las órdenes de la BAMO –añadió como si le resultara incomprensible.
Asintió aceptando la teoría y se bebió el resto del cacao.
–Una pregunta… –empezó limpiándose en torno de la boca–, ¿dónde está el Portal?
–Justo aquí al lado, a la izquierda, el edificio grande y blanco –respondió la posadera frunciendo el entrecejo–. ¿Tienes que ir allí?
Ella se puso en pie y asintió.
–¿No serás… una transfronteriza? –le preguntó con inquietud.
–¿Una transfronteriza? –repitió alzando las cejas, como si le hiciera gracia, recordaba lo que había en la nota pegada a la puerta de su habitación–. El FOBOS me ha dejado indicaciones de que vaya allí –se encogió de hombros.
Después de asegurarse de que el desayuno ya estaba pagado, le dio las gracias y se despidió, cogió el pijama y la bata, cruzó el comedor esquivando los cuencos y cestillos voladores y tuvo la suerte de llegar a la puerta justo después de un joven, por lo que pudo colarse tras él y no se notó que la puerta no se hubiera abierto a su paso.
La calle era un caos de puestos, gente vendiendo, gente comprando, olores, ruidos y hechizos de la vida cotidiana. Levantó la vista y le sonrió por primera vez en mucho tiempo a un cielo azul y luminoso, acababa de ver a alguien pedaleando en una bicicleta voladora. Localizó el Portal de Niende, unos doscientos metros a la izquierda, y caminó entre la multitud con las manos metidas en los bolsillos de la sudadera y el pijama y la bata colgándole del codo. Estuvieron a punto de llevársela por delante un par de veces y las dos veces le pidieron perdón de una forma tan exagerada que Casandra no supo dónde meterse, mientras que, al mismo tiempo, captó las miradas de desconfianza de la gente de alrededor. O había personas excesivamente amables y educadas y otras, en cambio, muy hurañas; o la sudadera negra, a la que todos miraban antes de disculparse o lanzarle malas miradas, tendría algo que ver. Recordó lo que había oído de los FOBOS, no sabía a qué se dedicaban, pero sí que eran temidos y, de repente, le dio vergüenza ir vestida con aquello, como si le hubieran bordado esvásticas en lugar de telarañas verdes.
Llegó al edificio blanco y grande con las manos intentando tapar los bordados, aunque no podía hacer nada con el dibujo de la espalda. El Portal estaba en una plaza rectangular con un parque en el centro que hasta tenía un estanque, pero no se paró a contemplarlo porque suponía que tenía el tiempo justo. Entró pensando en preguntar en la recepción, pero se encontró con dos taquillas con colas kilométricas ante ellas. De modo que investigó el lugar hasta dar con un cartel que informaba de la ubicación de las distintas oficinas, pero entonces se topó con el problema de que Regularización de Transfronterizos estaba tanto en la tercera como en la cuarta planta.
–Perdón… –empezó con timidez intentando llamar la atención de una mujer que pasaba por allí, pero no le hizo ni caso–. Eh… –se dirigió a un hombre trajeado que iba tan rápido que no le dio tiempo a decir nada más.
Suspiró frustrada y empezó a notar los síntomas de una crisis de ansiedad. El corazón se le desbocó, sintió que se ahogaba y las manos le temblaban, de modo que las escondió en los bolsillos de la sudadera. Una mujer que cruzó por delante de ella le echó una descarada mirada de desaprobación. Entonces se dio cuenta de que podía utilizar la fama de los FOBOS a su favor.
–Perdone –dijo con voz entrecortada y, aún así, la mujer se detuvo en seco con un suspiro resignado–. ¿Puede decirme dónde está el Departamento de Regulación de Transfronterizos?
–En la tercera y cuarta plantas, ¿no lo ves ahí?
–Eh… –si hubiera estado en su pueblo, se hubiera callado, pero no estaba allí y sentía que la sudadera negra le daba cierta inmunidad–. Ya pero es que no sé a cuál de las dos tengo que ir.
–¿Qué es lo que buscas? –le preguntó de mala gana, con evidentes deseos de irse.
–Pues… a Azogue.
El cambio en su expresión facial fue notable, la hostilidad desapareció dejando una calmada seriedad.
–Entonces en el quinto piso –respondió antes de girar sobre sus talones y alejarse.
Casandra hizo una mueca de incredulidad, ¿cómo que el quinto piso? Según el cartel, allí había una sala de conferencias y una zona de reclusión. El reloj que había colgado sobre las dos taquillas le advirtió de que no le quedaban más de cinco minutos, así que empezó a subir las escaleras de mármol. Por el camino le repitió la pregunta a un chico que bajaba y recibió la misma respuesta: el Departamento de Regulación de Transfronterizos estaba en la tercera y cuarta planta, pero A. Azogue estaba en la quinta. Se preguntó por qué aquella persona estaba fuera de su departamento y por qué todos se ponían repentinamente serios cuando oían su nombre. Se le ocurrió que podría encargarse de los casos más graves, como transfronterizos ilegales por no llegar a la edad obligatoria que se fugaban en plena noche, y que por eso estaba junto a la zona de reclusión.
Tragó saliva e intentó convencerse a sí misma de que no era culpa suya haber pasado la Frontera sin tener la edad ni tampoco que un FOBOS con adicción a los caramelos la hubiera sacado del Portal. Reunió el poco valor que consideraba que tenía a la hora de encararse con la gente y alcanzó la quinta planta. Recorrió el pasillo donde se había topado con el hombre uniformado y jugueteó con el caramelo que llevaba en el bolsillo, pasó junto a las salas de conferencias leyendo atentamente todos los cartelitos que había junto a las puertas. Incluso pasó de largo la zona de reclusión sin que nadie se cruzara en su camino. Empezaba a pensar que le habían indicado mal, cuando, en el último despacho, al fondo a la derecha, encontró la placa que decía que aquel era el de A. Azogue. Llamó con timidez y tuvo que esperar casi diez segundos antes de obtener respuesta.
–Adelante –la puerta se abrió sola ante ella.
Casandra entró en el despacho sin ventanas, pero bien iluminado por un puñado de velas de potente llama blanca, y resultó que A. Azogue era una mujer sentada frente a su escritorio, que debía rondar los cincuenta años, con una larga cabellera gris atada en una coleta y, cuando levantó la vista de los papeles y se recostó en su cómoda silla de piel, vio que llevaba un conjunto de chaqueta y falda.
–¿En qué puedo ayudarla? –preguntó subiéndose las gafitas de montura plateada, si tenía medio siglo de edad se conservaba bastante bien, con suaves arrugas distribuidas estratégicamente por toda la cara y una piel tan fina que le daba aspecto de fragilidad. Le llamó la atención que, pese a que tuviera hecha la manicura francesa, la uña del anular derecho estuviera pintada de verde esmeralda.
–Me han dicho que venga aquí y, bueno… casi no lo encuentro.
–Llevo años pidiendo un traslado, pero siempre me ponen la excusa de que no tienen un despacho para mí –respondió con seriedad jugueteando con la pluma–. Por favor, siéntese y empiece por decirme su nombre y cuál es el asunto que la trae aquí.
Se apresuró a tomar asiento. Aquella mujer tenía algo extraño que le hacía mantenerse alerta, pero, al mismo tiempo, le transmitía tranquilidad.
–Soy Casandra Montenegro –dijo cruzando los brazos sobre el regazo.
–Oh, sí, señorita Montenegro, la estaba esperando –se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa–. Curioso caso el suyo. He estado investigando, pero aún no sabemos quién pudo poner el anónimo en la mesa de Ariana Leza con la falsa advertencia de que no iba a presentarse a su cita –reorganizó sus papeles.
–Entonces, ¿voy a volver a casa? –preguntó con una mezcla de esperanza y decepción.
Azogue tardó cinco segundos en responder.
–No, todavía no.
–¿No? ¿Cómo que no?
–Señorita Montenegro, sé que esto será confuso e injusto para usted, pero necesito que me haga un favor.
–¿Un favor?
–Sí, un encargo. Hay unos objetos que quiero, pero me temo que no vale cualquier recadero.
–¿Y por qué yo?
–¿Sabe cuántas veces me he encontrado con alguien sin magia alguna?
–Ah… –¿era por eso? Suponía que era un hecho muy raro–. ¿Pero qué tiene eso que ver?
–Sé que la falta total de magia es un aspecto muy negativo e inconveniente en este lado de la Frontera, pero también es verdad que todos presuponemos que los que nos rodean poseen magia. Anoche salió de la sala de espera del primer piso y llegó a este mismo sin que nadie se diera cuenta, ya que las luces no se encendieron a su paso y los detectores no registraron su presencia.
–¿Quiere que haga el encargo porque no me detectan? ¿No querrá que…? –"Robe", la última palabra se la tragó, había visto suficientes películas, demasiadas, y se imaginaba que a continuación Azogue podría decirle "¿No vas a trabajar para mí? Pues entonces no te necesito."
–¿Robar? ¡No, por favor! Sólo tiene que ir, decir que va de mi parte y traer de vuelta las reliquias que le den.
–¿Reliquias? –"Ay, madre, ¿en qué me estoy metiendo?"– Pero, entonces, ¿para qué necesita que no tenga magia?
–Porque esas reliquias son caprichosas y no admiten que cualquiera las lleve consigo. Como no he encontrado al sujeto perfecto, se me ha ocurrido que alguien indetectable también podría servir.
–Pero… yo tengo que volver, anoche me sacaron de la cama para venir aquí y mis padres…
–Sus padres ya están avisados.
–Ah… –"a mí no me la dan"–, ¿y qué han dicho?
–¿Qué van a decir unos padres cuando se llevan a su hija en plena noche a un mundo del que jamás habían oído hablar?
Casandra frunció el entrecejo, "¿me respondes con otra pregunta?"
–Su madre está muy preocupada, qué madre no lo estaría, le gustaría que volviera a casa, pero le han explicado la situación y…
–¿Ha aceptado? –se adelantó, no se lo creía, su madre era muy protectora.
–Les hemos asegurado que tendrá una buena escolta.
–¡¿Y han aceptado?!
–Al principio les ha costado, pero al final le hemos convencido de que estará totalmente segura.
"¿Cómo les habéis convencido? ¿Les habéis amenazado? ¿Seguro que habéis hablado con ellos?" Apretó los puños, por primera vez en una semana pudo hacerlo también con la derecha, aunque sintió una punzada en la muñeca.
–Montenegro, ¿puedo tutearte?
Casandra asintió sin darse cuenta, la ansiedad no le dejaba pensar con claridad.
–Puede que no confíes en ti misma, pero tus padres y yo sí que lo hacemos –Azogue se inclinó hacia adelante–. Necesito que vayas a por esas reliquias, por favor.
La miró a los ojos en un intento de descubrir si mentía y se sorprendió al ver que la luz de las velas sacaba reflejos azules de sus ojos marrones.
–¿Puedes hacerme ese favor? –le rogó–. Tómatelo como unas vacaciones.
"Sí, con las ganas que tenía yo de cambiar de aires, no puedo rechazarlo."
–Pero… –no conocía aquel mundo y, como Azogue había dicho, no tener ni pizca de magia era un problema allí.
–Tendrás una buena escolta, no tendrás problemas con ellos –le aseguró la mujer como si leyera sus pensamientos–. Son buena gente y muy hábiles, pero tengo que pedirte que no te plantees a qué se dedican. Será divertido, te lo prometo.
Casandra asintió. Seguro que era divertido, aquello era lo que había estado deseando tanto tiempo, ¿no? No podía desaprovechar la ocasión.
–¿Quieres conocerles? –le preguntó Azogue con suavidad.
Asintió y la mujer se puso en pie haciéndole un gesto para que la siguiera. Casandra se levantó del asiento como sonámbula, su vida había dado un giro brusco y el mundo daba vueltas. Cuando Azogue le puso una mano entre los omoplatos para guiarla hasta la puerta, la joven se estremeció y la mujer apartó la mano de inmediato. "Cada vez reacciono más violentamente cuando me tocan" se lamentó. Salieron al pasillo y, a punto de llegar a las ventanas que daban a la calle, Azogue se detuvo en seco.
–Qué cabeza la mía, tengo que volver al despacho. Pero tú vete yendo a la sala de espera del tercer piso, ya tienen que estar todos aquí.
De modo que Casandra bajó sola hasta el tercer piso y buscó la sala de espera, que resultó ser una estancia grande pero, aún así, a rebosar de gente. Se quedó plantada en la puerta, sin saber qué hacer, semejante aglomeración le provocaba pavor. Así que, esperando no meterse en un lío por ello, optó por sentarse en un banco del pasillo. Pasaron los minutos y, como nadie fue a buscarla, cogió un periódico que estaba doblado sobre el banco, junto a ella. Se puso a curiosearlo y descubrió que, a pesar de que allí los nombres fueran diferentes y siempre hubiera magia de por medio, los problemas eran los mismos. "Se desata el caos en los Portales al conocerse la noticia del asesinato del Secretario del Ministro de Frontera. Ni la Policía ni la BAMO lo han confirmado aún, pero se sospecha que el culpable es Elzay Averno Welver…" "Así que por el jaleo que ha armado este tío estoy yo aquí" se dijo recordando cómo Leza se había quejado de los documentos traspapelados. "Aparecen en Ergat los cadáveres de dos jóvenes mujeres entre los dieciséis y los veinte años. Aún no se han podido identificar a causa de las heridas faciales y amputaciones…" Casandra tragó saliva, por lo visto, psicópatas y desgraciados había en todas partes.
Estaba leyendo a cuánto ascendía el número de víctimas anuales en dicha ciudad, cuando le llamó la atención alguien que pasó por delante de ella. Al levantar los ojos reconoció el uniforme: pantalones de cuero metidos dentro de las botas militares altas, pero ésta vez la chaqueta era hasta medio muslo. Volvió a quedarse de piedra al encontrarse con gente que vistiera así. El joven debió de sentir su mirada, porque giró la cabeza hacia ella. No pudo verle los ojos, ya que la sombra que proyectaba la visera de la gorra de plato se lo impidió.
"Uf, ¿por qué no podría ser ese tío nuestra escolta?" pidió su diablillo interno.
"Cállate". Bajó la vista sin exteriorizar la turbación que sentía y siguió leyendo mientras notaba que se sonrojaba.
"Continúa adelante la propuesta de ley sobre el control de especies peligrosas". Casandra suspiró ojeando el periódico, asesinatos, política, alguna noticia de sociedad… al fin y al cabo, no había ido a parar a un mundo tan raro. Dejó vagar la vista y a su derecha vio a un hombre buscándose en todos los bolsillos hasta dar con una llave. Más allá, alguien con una larga chaqueta negra giró la esquina. El resto de la gente era tan corriente que no se fijó en ellos. La ventana que tenía en frente le mostraba un cielo azul por encima de los tejados de los edificios. Se levantó para observar Niende durante el día. Sonrió un poco al ver lo animada que estaba la plaza, podría tenerle pánico a las aglomeraciones, pero apreciaba, a cierta distancia, que la gente fuera feliz.
–Señorita Montenegro, sígame –le dijo una mujer haciéndole una seca seña, se preguntó dónde estaría Azogue.
La guiaron hasta una sala de espera mucho menor, íntima y apartada. Casandra volvió a quedarse sola, se sentó en una silla dedicándose a juguetear con la cremallera de la sudadera hasta que apareció otra joven.
–Buenas, tú debes de ser Casandra –dijo la recién llegada acercándose a darle dos besos, la aludida se sintió enferma por el contacto con una desconocida, pero, aun y todo, le sonrió con amabilidad–. ¿Todavía no han llegado los demás? –preguntó frotándose las muñecas y la quinceañera pudo fijarse en que tenía unas marcas rojas en torno a ellas como si hubiera estado atada, antes de que la joven las ocultara con la multitud de pulseras que llevaba.
–N-no, no sé ni quién tiene que venir –respondió volviéndose a sentar y se clavó los dedos en los muslos a causa de la incomodidad.
Se sentía en desventaja, no sabía nada sobre la chica que ahora se paseaba por la sala de espera, ni siquiera su nombre. "¿Es que no sabe estarse quieta?" se preguntó al ver que daba la quinta vuelta. No le caía bien, no le inspiraba confianza una chica delgada, con unos pantalones vaqueros muy ajustados y una camiseta de tirantes blanca con filigranas doradas, más pulseras en sus antebrazos que en un mercadillo y una melena castaño claro. No le gustaba que no se estuviera quieta, ni que sonriera tontamente. "¿Y ésta va a ser mi escolta?" Le recordaba a sus "amigas".
–Buenos días –saludó con sequedad un hombre al entrar.
Casandra se puso en pie para darle la mano, quería empezar bien para evitarse problemas. Le echaba unos cincuenta años bastante mal envejecidos, con el pelo más cano que castaño y unas considerables entradas, los ojos marrón oscuro estaban rodeados por unas ojeras que indicaban que no dormía bien y las profundas arrugas de la frente y las mejillas revelaban años de mal humor. "¿Pero con qué tipo de gente voy a tener que estar?" se lamentó sintiendo que el mundo se le caía encima.
El siguiente en llegar fue un joven de unos veinte años, o quizás menos, de pelo rubio oscuro y unos preciosos ojos aguamarina.
–Hola, ¿es aquí lo de la escolta? –preguntó al entrar.
Casandra se relajó al ver que estaba tan perdido como ella, pero poco duró, porque recibió un abrazo por su parte. Sintió una presión en el pecho y calambres imaginarios allí donde él la tocaba. Estaba aterrada por tanto desconocido.
El último en llegar fue otro joven, a Casandra se le escapó el asombro que sentía y le miró con los ojos como platos. Se parecía a… pero, sólo le había visto dos segundos y la visera no le había permitido contemplar sus ojos. Además, iba vestido de paisano y no tenía, ni de lejos, la máscara seria del FOBOS que se había cruzado antes por delante de ella.
–Buenos días, me llamo Víctor.
"Por fin uno que se presenta, a ver si no me olvido del nombre." No tuvo más remedio que estrechar su mano, los incómodos calambrazos fueron más salvajes de lo habitual, quizás porque se trataba de un chico mayor y guapo, con barba de tres días e irises grises como nubes de tormenta, quizás porque se lo imaginaba con uniforme negro.
–Supongo que estarás nerviosa, todo esto es nuevo para ti –continuó él sin soltarle la mano.
–Sí, es como si fuera un cuento –respondió con una sonrisa forzada, se sintió estúpida por la cursilada que había dicho y le empezaron a pitar los oídos.
"De terror" añadió el diablillo con malicia.
–Haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte.
Casandra asintió. Se habría puesto a hiperventilar de no ser porque quería mantener las apariencias y, por tanto, empezó a ahogarse. "Suéltame la mano" rogó al borde de una crisis de ansiedad. En cuanto Víctor la liberó, se derrumbó en la silla y se limpió la mano simulando colocarse bien la sudadera.
–¿Te encuentras bien? –le preguntó la joven de las pulseras.
"Maldita sea, ¿tanto se nota?"
–Sí, sólo es que he tenido una noche movidita y nadie me ha explicado nada todavía… –de repente, la ansiedad reprimida llegó al límite pasando a un estado de insensibilidad y decidió que ya iba siendo hora de sacar la artillería pesada, no quería la compasión de una petarda–. Pero eso lo hace más divertido, ¿no? –preguntó con una ligera sonrisa torcida, no iba a dejar que vieran lo perdida que estaba.
–No os acomodéis, tenemos que salir ya –dijo el de más edad.
–Ah –se puso en pie, le temblaban las manos, era hora de empezar con aquella locura y no se sentía capaz.
"¡Que te tranquilices!"
–¿Podríamos ir a desayunar? Me muero de hambre –propuso la joven y el rubio de ojos aguamarina apoyó la idea.
"Cuidado con lo que comes, a ver si deja de quedarte bien la talla treinta y seis" pensó Casandra, envenenada por la desconfianza.
–Vosotros id a desayunar, yo tengo que ir a casa a por mis cosas. Nos vemos dentro de media hora –dijo Víctor dándole una palmada en la espalda y a punto estuvo de perder los nervios.
El joven con barba de tres días se les adelantó y en seguida se perdió por los pasillos.
–Por cierto… –empezó Casandra mientras bajaban al vestíbulo–, ni siquiera sé cómo os llamáis.
–David –se presentó el de los ojos aguamarina.
–Amanda –añadió la joven de las pulseras–. Eh, tú –llamó al cincuentón que iba en cabeza y que no se había molestado en responder–, ¿cómo te llamas?
–Diego, pero podéis llamarme Capitán –dijo con sequedad sin volverse hacia ellos.
–¿Capitán? –repitió Amanda por lo bajo con tono incrédulo y burlón.
Puso los ojos en blanco. "Qué mal me cae esta tía." Salieron del Portal y pudo apreciar que la plaza se parecía sospechosamente a una de la capital que conocía.
–Aquí un desayuno nos saldrá por un ojo de la cara –gruñó Diego buscando asiento en las terrazas abarrotadas.
–No te quejes, que nos pagan los gastos –le respondió la joven coleccionista de pulseras de mercadillo.
Casandra iba a decir que ella no había recibido nada, pero David se le adelantó.
–Allí veo mucho sitio –anunció señalando una mesas y sillas bajo sombrillas color café.
–Sigue adelante –ordenó el Capitán.
Frunció el entrecejo preguntándose a qué venía tanta mala leche, cuando descubrió que los sitios libres se debían al vacío al que sometían a un hombre uniformado de negro.
–FOBOS –oyó rumiar a Diego y David pasó de largo como si aquel hombre tuviera la peste.
Casandra, por el contrario, giró la cabeza para observarle mientras pasaba. No podía verle la cara porque la visera le ocultaba los ojos y estaba bebiendo con pajita un granizado de fresa. Él debió de sentirse espiado, porque levantó la cabeza y le dedicó una sonrisa afable subiéndose la gorra con un dedo. La chica se detuvo en seco, había reconocido al de los caramelos.
–¡Tú…!
–¡Casandra! –le gritó Diego.
Amanda la agarró del brazo para tirar de ella.
–¿Le conoces? –le preguntó con un susurró la joven de pelo castaño claro.
–Creo que sí… Anoche tuve un encuentro muy raro con uno de ellos.
–Son así, les gusta burlarse de los que no pertenecen a su grupo –le advirtió tomándose demasiadas confianzas a la hora de agarrarse de su brazo–. Aunque ya suponía que conocías a alguno.
–Ah… ¿y cómo lo has supuesto?
David les hacía señas, habían encontrado un sitio.
–Por la sudadera que llevas –le respondió con un susurro apresurado antes de ir a sentarse.
Se quedó con las ganas de preguntar qué pasaba con la ropa que llevaba, aparte de recordarle al sobre negro que le habían mandado a Leza, pero, visto que era un tema tabú, prefirió dejarlo para otro momento. Pidió un pastel de hojaldre después de que el Capitán le advirtiera de que iban a salir de viaje tan pronto como pudiesen.
No solía fijarse nunca en los demás, no le interesaban lo más mínimo, pero, puesto que iba a tener que viajar con ellos, decidió observarles atentamente para saber a qué atenerse. David era un chico inquieto, jamás dejaba de mirar alrededor por el rabillo del ojo; Amanda, por el contrario, tomaba tranquila su café con leche y, cada vez que movía los brazos, las pulseras tintineaban. Pudo distinguir varios aros dorados, unas cadenitas plateadas enrolladas varias veces en torno a sus muñecas, una pulsera de abalorios en cada antebrazo, otra de las que colgaban símbolos blancos, un coletero negro, unas cobrizas de las que colgaban cristales redondos, un brazalete lleno de lentejuelas y más que no lograba distinguir de lo amontonadas que estaban. Diego, que se había pedido un café irlandés, tenía los ojos oscurecidos fijos en la mesa. "¿Con qué gente voy a tener que viajar?" volvió a lamentarse.
–Media hora… –rumió el Capitán–, ya han pasado tres cuartos de hora desde que dijo eso.
–No pasa nada porque salgamos un poco más tarde –le respondió Amanda jugueteando con la cucharilla–. Su casa estará lejos y, siendo domingo, le resultará difícil coger un taxi.
"¿Taxi? ¿Aquí hay taxis?" se preguntó extrañada.
–O puede que no nos encuentre –añadió David, su nerviosa mirada se fijó en alguien que se acercaba a la espada de Casandra.
–Montenegro –saludó el FOBOS de los caramelos levantándose un poco la visera al pasar junto a ellos–, que tengas buen viaje –le deseó antes de seguir adelante, ahora no llevaba una chaqueta por las caderas, sino que la parte de adelante le tapaba hasta medio muslo y la de atrás, llegaba hasta los tobillos.
Automáticamente, todos los clientes que disfrutaban de un dulce o un café en aquella terraza movieron sus sillas para alejarse de ellos.
–Perfecto –gruñó Diego, molesto porque les trataran como apestados–, estoy harto de tanto Doberman, a ver si Víctor viene de una vez.
–Conoces a un General, nada menos –murmuró Amanda y no pudo saber si lo decía escandalizada o maravillada.
Casandra no entendía nada y sacó el caramelo de limón del bolsillo para mirarlo con atención, no tenía nada en especial, era un caramelo normal envuelto en un cuadrado de papel amarillo. Pero el calor lo estaba reblandeciendo, de modo que lo desenvolvió y se lo metió en la boca. Estaba delicioso, sabía realmente a limón, aunque, para su gusto, se habían pasado con el azúcar.
Cinco minutos más tarde llegó Víctor disculpándose por el retraso.
–¿Esos FOBOS venían contigo? –preguntó Amanda a pesar de que el grupito estaba pasando de espaldas a ella, tres de chaqueta corta (por fin vio a mujeres) y un cuarto con la chaqueta por el muslo.
–Nos invaden –refunfuñó Diego.
–¿Conmigo? Jeh, les han mandado para que no huya –respondió con una sonrisa traviesa y Casandra se preguntó qué tipo de persona sería para que le vigilaran cuatro temidos FOBOS.
–Tenemos que ir a por los caballos –informó el Capitán haciendo un gesto a una camarera para que les trajera la cuenta.
–Os espero en las caballerizas de las afueras –dijo el recién llegado retrocediendo.
Casandra le miró pensando que quizás quisiera huir ahora que no estaban los FOBOS y vio que su cara mudaba de color.
–¡¿Víctor?! –chilló la camarera que iba a atenderles, se plantó delante de él, estupefacta y dolida, y le soltó un bofetón–. ¿Se puede saber qué haces aquí, cretino? Si vienes a por tus cosas, las he tirado –añadió con rabia dándole golpes con la bandeja.
–Bien, no esperaba otra cosa –respondió con una mirada que Casandra no supo si era de dolor o indiferencia.
Le vieron cruzar la plaza y doblar la esquina. Se había quedado de piedra, "¿pero con qué gente tengo que viajar?" David se había levantado para tranquilizar a la camarera y evitar que siguiera montando una escena.
–¿Pero con qué cabrón tengo que trabajar? –se preguntó Amanda.
–Con uno que debería estar muerto –le respondió la camarera antes de entrar en la cafetería a por la cuenta.
Después de pagar una cuantiosa cifra por unos simples cafés y algo de bollería, se encaminaron hacia las caballerizas. Casandra iba pensando en Víctor, era bastante guapo, así que no le extrañaba que fuera un rompecorazones, muy capaz de llevarse a la cama a una chica diferente cada noche y luego no molestarse en llamarlas, o quizás la camarera hubiera sido una novia a la que hubiera puesto los cuernos. Se encogió de hombros, estaba segura de que no corría peligro, ella no podía llegar a sentirse atraída ni él se interesaría jamás. Así que, mientras Víctor no fuera un depravado, le daba igual lo que hubiera pasado con la camarera. Giró la cabeza hacia Amanda, ella en cambio… Apostaba lo que fuera a que acabarían liados y que tendrían problemas por ello. La joven de las pulseras captó la mirada, sonrió y volvió a engancharse de su brazo.
–¿Qué? ¿Cómo te va? –le preguntó risueña.
–Bien –se tensó por el contacto y reprimió una mueca de asco.
–¿Es muy diferente a tu… lado?
–No, en realidad no demasiado –respondió con suficiencia, odiaba que la tratasen con condescendencia.
–Pero de magia no sabes mucho, ¿verdad? –le preguntó en tono confidencial.
–No –se le escapó un poco de la hostilidad que sentía hacia ella.
–Eh, tranquila, nosotros te protegeremos.
–Oh, qué bien –dijo con tono monocorde, deseando que la soltara de una vez, pero visto que no lo hacía, aprovechó para preguntar–. ¿Qué pasa con la sudadera?
–Para empezar, ¿quién te la dio?
–Pues… creo que el que ha pasado antes y me ha saludado.
–Éste –señaló una telaraña verde– es el símbolo de los FOBOS y ésta es una de las prendas que les dan a sus colaboradores y protegidos.
–¿Trabajas para ellos? –le interrogó David alarmado.
–Que yo sepa… no –pensó en el encargo de Azogue, no tenía muy claro para quién trabajaba ni si le iban a pagar por ello, se sintió estúpida y guardó silencio mientras callejeaban.
–Sabrás montar a caballo, ¿no? –le preguntó Diego de sopetón.
–Pues… nunca he montado –reconoció.
–¡Joder, lo que faltaba, menuda inútil! –refunfuñó el Capitán apretando el paso.
–Maldito gruñón –dijo Amanda dándole unas palmaditas de consuelo en el antebrazo–. Tú tranquila, nos las apañaremos.
Casandra dejó caer los párpados. "No quiero tu piedad, ya me las apañaré yo sola."
–¿Nunca has montado a caballo? –le preguntó David incrédulo.
–No –podía haberles explicado que para montar a caballo en su lado de la Frontera había que buscar alguna empresa que se dedicara a dar paseos con ellos o ser rico y tener uno propio, pero pasaba de hacerlo, se había puesto de muy mal humor.
Llegaron a las afueras de la ciudad y frente a las caballerizas se encontraron a Víctor esperándoles. Diego pasó de largo y entró en el edificio largo y de una planta.
–¿Y qué le pasa a ése ahora? –les preguntó cuando llegaron junto a él.
–Le he dicho que no sé montar a caballo –respondió Casandra con frialdad, dispuesta a contraatacar si él también se quejaba. Pero Víctor le aseguró que aprendería rápido y le cedió el paso al interior.
Como no tenía ni idea sobre el tema, vagó por el barracón esperando a que terminaran de comprar y le dijeran que era hora de irse. Llegó al fondo de las caballerizas y en seguida llamó su atención un cubil enrejado, se preguntó si dentro tendrían una pantera. Se asomó manteniendo una prudente distancia de dos metros, pero, al fondo del cubículo, no había ningún gran felino sanguinario, sino un precioso caballo totalmente negro. Se acercó a las rejas dando pasos cortos y tratando de no llamar la atención, pero, aún así, el animal se revolvió nervioso.
–¿Te gusta? –preguntó Víctor a su espalda y Casandra se sobresaltó.
–S-sí, es bonito.
–Diría que es una yegua –le confió él.
–Ah…
–Esa es Bestia, dudo mucho que pudierais llevárosla –dijo el dueño de las caballerizas.
"Llamándose así y teniendo las rejas, no creo que sea lo más adecuado para una inútil como yo."
–Si consiguiéramos librarte de esa loca, ¿nos rebajarías el precio de los demás? –preguntó Víctor.
"Ay, madre, no querrá dármela a mí, ¿no? Que me caigo de la silla a la primera."
–Ni hablar, a lo sumo os rebajaría a Bestia –respondió el dueño aproximándose.
–¿Seguro que no quiere rebajarnos el precio de los demás? –insistió el joven de la barba de tres días.
Casandra hizo una mueca escéptica, si creía que lo iba a conseguir tan fácil…
–Si conseguís ensillar a esa mala bestia, os daré los demás a mitad de precio–accedió el dueño–, si no, os encareceré el precio por las molestias.
"Me pregunto cuántas cabezas habrá roto a base de coces para proponer eso."
–Trato hecho –dijo Víctor sin consultar al resto de sus compañeros y se acercó mucho a Casandra–. Diría que no le gusta que la llamen Bestia, ¿no se te ocurre algún nombre?
Ella se pegó más a las rejas, le incomodaba tenerle tan cerca. Aún así, trató de concentrarse en la yegua. Era muy bonita, de un negro azabache y, según decían, una bestia…
–¿Tempestad? –propuso no muy segura.
–Suena bien –agarró uno de los barrotes–. Eh, Tempestad, bonita, ven.
Para sorpresa general, el animal se acercó con docilidad y se dejó acariciar por el joven.
–Entonces, ¿podemos llevárnosla? –preguntó sin pensar en las consecuencias, no parecía tan salvaje y loca como le habían hecho creer.
–Claro, ayúdame a ensillarla.
Víctor abrió la verja y los dos entraron en el cubil, Casandra siempre detrás, por si acaso. Pero Tempestad se mantuvo muy tranquila mientras la ensillaban, aunque bufó cuando ella quiso acariciarle el hocico. "Ojalá pudiera montarla, pero seguro que Víctor la ha cogido para él." Diez minutos después, estaban todos fuera con un caballo a mitad de precio para cada uno.
–A ver qué tal lo haces –Diego le indicó que subiera a uno de los caballos marrones.
Volviendo a echar mano de sus conocimientos filmográficos, se colocó a la izquierda del animal, apoyó el pie izquierdo en el estribo, se aferró a la silla y entonces… vio que le sería imposible subir. David se ofreció a ayudarla y, agarrándola por la cintura, le dio impulso para que pudiera encaramarse a lo alto del caballo. Cogió las riendas resoplando por el esfuerzo. Después de un par de segundos sin saber qué hacer, recordó que tenía que darle con los talones en las ijadas, pero lo hizo tan suave, por temor a hacerle daño, que el animal no dio ni un solo paso.
–Pero dale más fuerte, que parece que no tienes sangre en las venas –le dijo Diego con dureza.
Bajó la cabeza, muerta de vergüenza y asqueada con aquel viejo. Le dio con más fuerza en las ijadas y esta vez su montura sí que arrancó a andar.
–Ahora procura no caerte y romperte el cuello –gruñó el Capitán atando su equipaje a la silla de montar de su caballo.
Casandra sintió que la sangre le ardía en las venas y que su odio por él aumentaba. David le dedicó una sonrisa de ánimo y Víctor y Amanda le hicieron gestos de aprobación.
–Pues en marcha.
"¿En marcha? Pero si no tengo…"
–Eh, nosotros tres no tenemos equipaje –intervino Amanda.
–¿Cómo que no? –Diego se giró hacia ella con cara de pocos amigos.
–¿Tú has visto que alguno de nosotros tres lleve un miserable bolso? –preguntó refiriéndose a ella y a David.
–¿Y tenéis que ir a casa ahora? ¿No podíais haberlo hecho antes?
–Si tuviera que ir a casa te diría que montáramos a caballo y que nos esperarían muchos días de viaje –respondió sin achantarse.
–Sigo opinando que tendríais que haber ido antes.
–No a todos nos han avisado con horas de antelación –dijo volviéndose hacia Casandra–. ¿Vamos de compras?
"Qué remedio" se dijo, aunque no le hiciera ninguna gracia ir de compras con Amanda, le recordaba las veces que había acompañado a sus "amigas" a las tiendas pijas donde se había sentido fuera de lugar (y de talla). David las acompañó mientras que los otros dos hombres se quedaron en un incómodo silencio.
Desanduvieron una buena parte del camino callejeando por avenidas de elegantes edificios con vidrieras, gárgolas y en los que hasta los balcones eran obras de arte; y callejuelas de casas de piedra gris oscuro y madera. Casandra se encontraba muy a gusto allí. Ninguno de sus acompañantes preguntó al otro por qué estaba en Niende con nada más que lo puesto, algo que ella sí se preguntaba, pero que prefirió callarse. Entraron en lo que parecía una lonja, pero donde no sólo encontraron pescaderías, aquello era un bazar con todo tipo de objetos, una especie de supermercado estilo zoco árabe.
–No te separes de mí –le dijo Amanda enganchándose a su brazo–. Si tuvieras bolso o cartera te diría que la vigilaras, aunque no creo que muchos se atrevieran a robar a una protegida de los FOBOS –añadió con un cuchicheo arrastrándola al interior del laberinto de puestos–. Una pregunta, ¿te gusta la ropa que llevas? Toda es del que te ha saludado antes, ¿no? –la hizo zigzaguear con precisión por las callejuelas atestadas de clientes.
Casandra asintió, "eso he de suponer". Al mirar atrás se dio cuenta de que habían perdido al rubio.
–Sí… me gusta, ¿debería cambiarme?
–No hace falta, en la mayoría de los casos te servirá de ayuda, pero tú procura pasar desapercibida –la hizo detenerse frente a un puesto de ropa mayoritariamente negra–. ¿Qué me dices?
"Que ya no me das tanto asco" pensó dedicándole una sonrisa bastante real y asaltando con ilusión por primera vez una tienda de ropa.
–No más de dos –le advirtió la joven–, yendo de viaje no podemos ir muy cargadas.
Casandra suspiró resignada, era la primera vez que veía más de dos prendas que le gustaran, pero se conformó con saber que iba a poder vestir como le apeteciera. Eligió dos camisetas negras de algodón, una con unas supuestas manchas de sangre y otra con una enredadera espinosa enrollándose en torno a su pecho y el hombro izquierdo. Miró de reojo a su compañera de viaje, esperando una risita, una mirada reprobatoria o un "qué rara eres", pero, en vez de eso, se la encontró dudando entre una camiseta violeta que parecía haber sufrido cortes y sangraba en morado y otra negra con el dibujo de un montoncito de monedas de oro junto a una calavera dorada sobre la que había escrito "Tesoro Maldito". Finalmente se llevó las dos, pagó las cuatro y siguieron con las compras.
–Ahí no podíamos comprar pantalones, tenían demasiadas cadenas y enganches, no serían cómodos para viajar a caballo. Vaqueros, ¿verdad? A ver si sigue la tienda donde hay esos vaqueros tan monos…
"Vaqueros monos" repitió mentalmente dejándose arrastrar. La experiencia del puesto gótico le había subido el ánimo, pero seguía sin fiarse de una mujer que la llevara de compras. Gran error, porque en el siguiente puesto encontró vaqueros de todos los estilos y formas posibles.
–¿Qué te parece? –preguntó Amanda sacando una prenda de la apretada fila de pantalones colgados de perchas.
Se le escapó una sonrisa de satisfacción y una mirada de adoración, a los vaqueros y a su nueva amiga. Parecía que el adjetivo "mono" no se aplicaba sólo a cosas blancas, rosa pálido y azul cielo, también podían ser unos pantalones fabricados con pedazos de otros, cosidos por unas evidentes puntadas blancas y negras y unas sospechosas manchas rojas que parecían haber sido esparcidas con los dedos.
–Que… –contuvo su emoción– no sé si me valdrán.
–Puedes probártelos en la parte de atrás –dijo entregándole la prenda y se acercó a su oído para susurrarle–. Aquí la ropa tiene hechizos para agrandarse y encogerse un par de tallas.
Casandra tuvo que apoyarse contra la pared del probador cuando comprobó que los vaqueros le quedaban todo lo perfecto que podían quedar sobre sus muslos rechonchos, aquella era demasiada alegría obtenida comprando ropa, no estaba acostumbrada. Durante unos segundos comprendió a sus "amigas" y su adicción a las rebajas.
–¿Y bien?
–Me encantan –una verdadera sonrisa, con ambas comisuras estiradas, afloró en sus labios–. Pero, el dinero…
–No te preocupes por eso, me han dado más que suficiente –los pagó junto a unos pantalones de aspecto usado que había cogido para ella y la arrastró a la siguiente parada–. Supongo que necesitarás ropa interior de recambio.
–Pues… sí.
Esta vez no hubo prendas góticas, sí que había lencería negra, con encajes y puntillas, pero Casandra cogió calcetines, bragas y sujetadores de cualquier color, su plan no contemplaba exhibirlos, así que le daba igual, con que fuera cómodos, le valían.
–Ahora necesitamos una mochila donde meterlo todo y una cantimplora –dijo la veinteañera–. No sé si deberíamos coger una esterilla y un saco, por si alguna noche dormimos al raso. Se supone que siempre vamos a tener un techo bajo el que refugiarnos, pero en estos viajes nunca se sabe y mejor estar preparadas.
Asintió, su compañera de viaje le caía cada vez mejor, la llevaba a comprar ropa de su gusto y daba la sensación de que no tenía escrúpulos para dormir al aire libre.

Continúa en Lirio de Sangre 2.2
EDIT: Una nueva revisión más para este capítulo, aver si ya no queda nada >.<

Primera parte del segundo capítulo de Lirio de Sangre (Bueno, creo que eso ya quedaba claro en el título ^^;)


Para las pobres almas descarriadas que os de por leer esto, se trata de una historia fantástica-paranormal-realista de una quinceañera de humor corrosivo y cargada de traumas que descubre un mundo mágico.
"Bah, lo típico" podreis decir, "como en Harry Potter y otros tantos libros y películas", "como Crepúsculo" quizás añadan otros al enterarse de que hay vampiros pululando por ahí. A los primeros os diré que puede que la base suene típica, pero que al tener Casandra Montenegro una personalidad interesante, da a lugar a situaciones nuevas e interesantes. A los segundos me limitaré a golpearles hasta que retiren su comparación ^^


A los nuevos os doy las gracias por leer y espero que os esté gustando ^^ (y espero no estar hablándole a la nada u_u).
A los que leísteis Lirio en su día os digo que alguna cosilla ha cambiado, detalles, gazapos, faltas... Juguemos a las 7 (o más) diferencias!! XD

El dibujo ha corrido a cuenta de :iconkastarnia: Muchas graciaaaaaaas! ^3^
Aquí el original, que es bien grandote o3o [link]

1º capítulo: "El visitante"

Lirio de Sangre - Odisea 1.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 1.2 [link]

2º capítulo: "Bloqueada"

Lirio de Sangre - Odisea 2.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 2.2 [link]

3º capítulo: "Arcano XIII"

Lirio de Sangre - Odisea 3.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 3.2 [link]

4º capítulo: "Mal bicho"

Lirio de Sangre - Odisea 4.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 4.2 [link]

5º capítulo: "Falsas apariencias"

Lirio de Sangre - Odisea 5.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 5.2 [link]

6º capítulo: "Pánico"

Lirio de Sangre - Odisea 6.1 [link]
Lirio de Sangre - Odisea 6.2 [link]
Comments6
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Jamonero's avatar
Dios, este capitulo era largo xD

Muy interesante esta todo, como ya te he dicho en comentarios anteriores, me encanta como lo vas describiendo, porque aunque des muchos detalles, se va formando esa imagen mental.

Para seguir leyendo... que recomiendas esperar a que saques el siguiente de esta nueva version o leer los viejos xD