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Leccion 3.1: Bellenev

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La clase aún no había comenzado, la profesora llevaba un retraso de cinco minutos y las chicas aprovechaban para intercambiar rumores.

-Quién lo diría, yo estaba segura de que venía a por ella –hablaba una alumna de desagradable tono altanero.

-A por ella ha venido –le recordó otra, una graciosilla.

-Ya me entiendes –replicó fastidiada-. Se presenta con el uniforme de esa cárcel de locos y pregunta por Raez, era evidente lo que pretendía.

-¿Evidente? Pero si no ha venido a llevársela –exclamó la graciosilla.

-Ais, chica, que cortita eres a veces. Digo que era lo lógico. Pero, claro, parece que nada es lógico en esa familia, están como cabras –terminó con desprecio.

-Ahí te doy la razón, hay que estar muy mal para presentarse aquí con el uniforme de Redención. La Directora le va a poner a caldo –remató la graciosilla.

En la primera fila, Selene puso los ojos en blanco. “Niñata” pensó tratando de leer un texto sobre Bellenev para estar preparada para la clase. Raez le caía bien. Ella al menos, de él lo único que sabía era que trabajaba como redentor y que estaba un tanto grillado, ambos datos deducidos de haberle visto entrar en el comedor. Pero ella era maja, bastante retraída y con la capacidad de destrozar todo lo que la rodeaba, pero se notaba que era una buena chica. No le parecía justo que hablaran así de ella.

-Lo mejor ha sido el acto heroico de éstas dos –continuó la graciosilla.

-Oh, cállate –le espetó una voz malhumorada-. Tratábamos de hacer lo correcto.

-¿Lo correcto? –repitió la altanera con desdén.

-Se dicen cosas terribles de Redención –añadió una cuarta voz a la defensiva.

-Sí, como que está el hermano de Raez –tuvo que soltar la graciosilla.

-Pensamos que mandarla allí era pasarse, ¿vale? –respondió la malhumorada-. Un psiquiátrico no estaría mal, uno con pocas cosas que romper, ya sabéis –terminó, queriéndose hacer también la graciosilla.

-A mí lo que me fastidia es que hemos hecho el ridículo –se quejó la que estaba a la defensiva-. Podría habernos dicho que era su hermano en vez de balbucear como una idiota.

Selene apretó los puños hasta blanquearse los nudillos, que quedaron disimulados bajo el libro. Inspiró hondo y controló la tentación de ponerse en pie, girarse y gritarles que se callaran. “No serviría más que para empeorar la situación” se dijo dominando su furia. Pero Helena era una buena persona, y aquellas tipejas… “Quizás podría girarme con calma y llamarles la atención con educación.” Posiblemente se callaran, o bajaran la voz para continuar con sus rumores envenenados, y le clavarían puñaladas desdeñosas con la mirada en cuanto se volviera a su libro. A diferencia de lo que opinaba su madre, ella no estaba en aquel internado para hacerse “amiguitas” de cara al futuro. No le interesaba relacionarse con niñatas como aquellas sólo porque alguna, quizás, acabara en algún puesto interesante. En definitiva, no era ganarse su desprecio lo que la refrenaba, sino el hecho de que llamarles la atención fuera a ser un acto inservible.

Relajó los puños, echó un vistazo al reloj y se preguntó por qué se retrasaría la profesora. Siempre era puntual, siempre. ¿Quizás tuviera que ver con la visita del redentor? Al fin y al cabo, se había llevado a una de las alumnas de Espejo y ella no toleraba ausentarse sin un motivo muy, pero que muy bueno.

A su espalda se continuaba escuchando el cotorreo incesante de sus compañeras de clase y se descubrió aplicando las enseñanzas de los dioses más importantes de la triscadeca. Eran excelentes enseñanzas, creía ella, a pesar de que estuvieran un poco desfasadas. Otra de las cosas que la cabreaban mucho de aquellas niñatas era que ahora hablasen así después de haber sido unas cobardes en el comedor, cuando había aparecido el redentor y nadie sabía que era el hermano de Helena. Habían intentado ayudarla a huir, de acuerdo, Selene no podía negarles aquel instante altruista; pero cuando la puerta se había abierto y él había gritado que la soltaran, habían obedecido de inmediato. ¿Si estaban tan seguras de que venía para llevársela a la cárcel, si tan evidente era, como pudieron dejarla a su suerte con tanta facilidad? “Estúpidas cobardes” gruñó para sus adentros.

Sabía que, a ojos de las demás, ella también había sido una cobarde. Había permitido que aquel redentor de camisa morada, con tacones bajos que tintineaban con gravedad a cada zancada, se acercara a la pobre y desamparada Helena. Selene había tenido a tres fuerzas luchando dentro de ella. Una que había tratado de ser lógica, insistiendo en que, por muchas habitaciones que destrozara Raez, no se merecía ni de lejos ir a Redención, ni tampoco a un psiquiátrico más normal; otra, guiada por el corazón, que se negaba en redondo a que encarcelaran a Helena en un lugar del que se rumoreaban cosas terribles; y una tercera que le preguntaba qué pasaría si atacaba a un redentor de servicio y lograba huir con Raez. En medio de ese tira y afloja a tres bandas, había esperado medio incorporada a ver qué pasaba. La segunda parte le advirtió a la primera que, si escuchaba las evidencias de que pretendía detenerla, mandaría a la tercera parte a un lugar muy lejano y cargaría contra el redentor. Pero entonces se habían hablado, Helena había reconocido a su hermano, se habían abrazado para mayor impresión de los presentes y Selene se había desplomado aliviada, reabsorbiendo la maldición.

Sonrió para sí misma, había sido una escena bonita de ver. La apática y amodorrada Helena había sonreído por primera vez desde que la conocía. Lástima que aquellas petardas que se sentaban tras ella no quisieran verlo así.

Se abrió la puerta y entró Espejo con paso firme. Se hizo el silencio de forma casi instantánea. La profesora se plantó en mitad de la tarima e hizo un gesto impetuoso hacia la puerta. Segundos después y con más timidez de la habitual, Helena Raez entró en clase, bajó la vista ante la multitud y se quedó atascada en la segunda baldosa. Una mano enguantada de negro la empujó para que continuara. La clase se quedó de piedra al ver que el redentor también entraba y cerraba la puerta tras él, se las arregló para que el portazo resultara inquietante. Brotaron los rumores mientras los hermanos caminaban hacia Espejo con pasos muy diferentes, los de ella eran silenciosos e inseguros, los de él tintineaban metálicos y chulescos.

-Señoritas –habló Espejo reclamando la atención-, sé muy bien que la aparición del señor Raez ha alterado nuestra rutina, pero espero que sepan comportarse.

El hermano de Helena repasó al público con mirada descarada. No llevaba las gafas de sol ni la gorra, de modo que podía apreciarse con toda claridad su mueca maliciosa.

-Según me ha explicado, debido a su trabajo, no puede visitar a la señorita Raez tanto como quisiera. De modo que los días que ha conseguido libres quiere disfrutarlos con su hermana. Por ello le permito acudir a mi clase con tal de que ella no se pierda una lección. ¿Sí? –fijó los ojos por encima de donde estaba Selene, que se giró para ver quién había tenido la osadía de hacer algún movimiento.

-Pero… es un hombre –exclamó una compañera escandalizada.

Silva se giró rápidamente para no perderse la reacción. Él miraba desdeñoso y desafiante, Helena tenía la vista clavada en el suelo y la profesora permaneció imperturbable.

-Claramente lo es –respondió Espejo y a alguien se le escapó una risita por el fondo-. Pero no se preocupe, señorita, estoy segura de que el puritanismo de esta institución se debe al alojamiento más que a la enseñanza. Pero, para que se quede más tranquila, no le dejaré sentarse cerca de usted –terminó condescendiente y provocó una brevísima sonrisa en el redentor.

-Pero… ¿y qué hay de su trabajo? –planteó otra osada y la mueca de él se afiló maligna.

-¿Qué pasa? Ya he dicho que tiene unos días libres –respondió la profesora con seriedad y a él se le escapó otra sonrisa.

Hubo un silencio denso en el que prácticamente se podía escuchar lo que todas pensaban.

-Creo que se refiere a lo que hago en mi trabajo, redimir a peligrosos criminales –ronroneó perverso.

-Pues aquí lo más peligroso que hay es tu hermana –le soltó la malhumorada que se sentaba detrás de Selene, que se sobresaltó por el poco tacto y la mala leche.

Él crispó las manos haciendo crujir los guantes negros, reconcentró la ira y se esforzó por mantenerse templado.

-Te equivocas –gruñó un octava más grave-. Lo más peligroso aquí soy yo.

Dio un paso adelante destilando malas intenciones, por lo que Selene se tensó, pero Espejo extendió un brazo y lo interpuso en su camino.

-¿Está seguro de eso, señor Raez? –pregunto sin levantar la voz ni imprimirle ninguna nota de especial amenaza.

Él se volvió hacia ella con hostilidad, pero se suavizó al toparse con sus ojos azules y terminó sonriendo con cierta docilidad.

-¿Sabe, señora Espejo? –siseó con veneno diluido-. Me recuerda usted a mi jefa, es una mala perra.

La clase contuvo el aliento ante el insulto. Ninguna de ellas había osado jamás a decir nada ni remotamente ofensivo en su presencia, ni siquiera lejos de su presencia.

-Yo puedo serlo si le toca un solo pelo a una de mis alumnas –susurró, pero Selena, que estaba helada, pudo escucharlo.

-No espere que eso me importe si insultan a mi hermana –respondió con el mismo volumen.

La aludida dio un par de pasos hacia atrás, hasta chocarse con la mesa de la profesora. Respiraba rápido y superficial, con la mirada perdida en el suelo. Su hermano reaccionó al instante, cortó el duelo que tenía con Espejo y fue a hacer caso a Helena con un repentino cariño y cuidado que contrastaba sumamente con sus muecas perversas. La clase al completo contuvo la respiración y se tensó un poco más, cuando Helena se estresaba, las cosas a su alrededor tendían a saltar en pedazos. La profesora también se volvió hacia ella, le puso una mano en el hombro con dulzura, le susurró algo que ni los de la primera fila pudieron escucharlo y ella asintió.

-Bien, ahora siéntense –les indicó Espejo a los hermanos-. No, no es su sitio de siempre, señorita Raez. En primera fila.

-¿Quiere tenerme vigilado? –preguntó él, esforzándose por sonar chulesco pese a no haberse recuperado de la sorpresa de que la profesora hubiera calmado con tanta facilidad a su hermana.

-Puedo tenerle vigilado se siente donde se siente. Quiero evitar que mis alumnas se estén girando de continuo para vigilarle también. Bien, si dos de la primera fila les ceden su asiento…

Antes de terminar la frase, las dos que estaban a la izquierda de Selene levantaron la mano y, en dos segundos, ya habían recogido sus cosas para fugarse a las filas del fondo. Ella se quedó mirando el hueco, algo impactada por lo repentino que había sido, y su mirada se cruzó con la de otra chica, que estaba aterrada y que se apresuró a levantar la mano.

-Sólo dos huecos, señorita Faes.

-P-pero…

-Le prometo que los Raez se portaran bien –respondió Espejo no sin cierta condescendencia.

-N-no… -Faes ya estaba recogiendo sus cosas a toda velocidad.

El único hombre en la sala la miró con una mezcla de curiosidad y desdén.

-Señorita Faes –insistió Espejo, pero aquella fue una de las escasísimas ocasiones en las que una de sus órdenes no fue acatada. La alumna se escurrió filas atrás, manteniendo las distancias con él-. ¿Es por ese poder suyo?

Ella asintió y aquello llamó la atención de Helena, que la miró con cara de preguntarse qué más poderes en la sala podían torturar a sus dueños.

-Pero va a estar conociendo a gente nueva de continuo –argumentó la profesora y Faes bajó la vista, avergonzada.

-Lo sé, pero… son dos y… si ocurre ahora, no prestaré atención a su clase hasta volver a equilibrarme –musitó evitando el contacto visual con todos.

-Bien visto –aceptó Espejo-. De acuerdo, siéntese al fondo. Me gustaría empezar la clase de una vez.

Faes se apresuró a sentarse lo más lejos posible de la primera fila, mientras que los hermanos allí se instalaban. Una cohibida Helena tomó asiento a la izquierda de Selena y, más allá, su hermano con chulería.

-Me alegro de ver que la señorita Silva, aparte de tener ya el libro abierto sobre la mesa y no haber matado el tiempo con viles chismorreos –reprendió acusadora-, tiene la valentía necesaria para no huir también. Los Tres Dioses Principales estarían orgullosos de usted –añadió aligerando el tomo.

Selena enrojeció abochornada.

-Sé que lo de “viles chismorreos” iba por vosotras –acusó el invitado a las cuatro que se sentaban en la segunda y tercera fila.

-¡¿C-cómo te atreves?! –exclamó la altanera.

-Señor Raez, vista al frente.

-Sé cuando alguien tiene la conciencia sucia.

-Señor Raez –repitió con seriedad.

Él gruñó y obedeció.

-Yo también sé quién tiene la conciencia sucia o limpia, señoritas –añadió sin piedad-. Vergüenza debería darles.

-P-pero… -balbucearon por ahí atrás.

-Silencio –ordenó y lo obtuvo al instante-. Abrid el libro por Bellenev. Si no se os ha pegado nada de la sensibilidad y justicia de Dajaev, ni del honor y la diplomacia de Dajaven, quizás al menos la sabiduría de Bellenev la lleguéis a oler y sepáis que no hay que abrir la boca cuando no se tiene toda la información –añadió autoritaria y de malhumor.

Selene notó cómo Helena se relajaba, seguramente al notarse protegida por su hermano, que en ese momento maniobraba para quitarse la chaqueta del uniforme, y por la dura profesora.

-Página ciento cuarenta y siete, vamos. Tenemos que recuperar el tiempo perdido.

Selene tuvo que retroceder diez páginas para ir a la indicada. Sus ojos se desviaron a la izquierda, para ver cómo Helena buscaba el tema de Bellenev con manos torpes y nerviosas.

-Vais a leer en silencio, para vosotras mismas. Después debatiremos –terminó Espejo antes de sentarse tras su mesa y dedicarse a escribir.

Selene se lo tomó con calma, aquello ya se lo había leído en su habitación al terminar el resto de tareas. De reojo vio cómo el hermano de Helena, en mangas de camisa morada, se inclinaba para echarle un vistazo al texto. Aquel chico le producía sensaciones contradictorias: era agresivo y malicioso con todos, pero dulce y atento con su hermana. Bueno, bien mirado quizás no fuera tan contradictorio.

“Bellenev, la Diosa Sabia, es la tercera del Trío de Dioses Principales, los que llegaron al mundo y fundaron la triscadeca. El resto nacieron de la unión de Pashaev y Yaihaven, o pertenecían ya al mundo, como espíritus antiguos, demonios o humanos.”

-¿Pero qué ida de olla es ésta? –escuchó susurrar al hermano de Helena-. ¿No era una clase de Historia?

-Theudiana –le respondió su hermana rompiendo al fin el mutismo-. La Triscadeca es muy importante para comprender aquella época.

-Aaaammh. Pues nada, sigue, sigue.

“Bellenev representa la Sabiruría y la Paciencia, el conocimiento acumulado durante siglos, transmitido de una generación a la siguiente. Suyas son las antiguas enseñanzas, y por ello contrasta con Luciven, el Dios Médico, que está en constante investigación. Ambos dioses tienen un equilibrio de poder, hecho que se reflejaba en la sociedad theudiana, como ya trataremos más adelante.
Bellenev era la Diosa a la que se pedía consejo, ya que la gran mayoría de las situaciones se habían dado con anterioridad. Aun así, pese a gustar aconsejar, Bellenev no intervenía si no se recurría a ella y permitía en ocasiones que las personas cometieran errores de los que podrían sacar valiosas lecciones.”


-¿Qué miras, zorra? –escuchó cuchichear desafiante al hermano de Helena.

-Lo horrible que es tu camisa morada, idiota –le respondió la altanera.

Selene dejó de leer y se volvió con cautela. Como la profesora no interviniera pronto, allí iba a haber problemas. Se lo confirmó la susurrante risita desquiciada del “invitado”.

-El color de esta camisa indica que mi trabajo es colgar a un preso de unas caderas y golpearle con todo lo que se me ocurra hasta que se arrepienta de todos y cada uno de sus crímenes, hasta que lamente cualquier mal pensamiento, hasta las simples malas miradas –le susurró con tonillo frenético-. Tengo que destrozar, desmontar a un hombre, a alguien que una vez se creyó persona. Puedo golpearle con lo que me dé la gana, con las manos desnudas, con látigos, con más cadenas… Puedo rajarle, romperle los huesos. Siempre que no le mate ni le deje vegetal, puedo hacerle lo que me dé la gana. Si hasta tenemos cacharros que no sabemos para qué sirven, y en cada sesión los utilizamos de una forma diferente para ver si lo averiguamos.

Selene escuchaba y observaba aterrada la cara de loco de él y los rostros de espanto de las chicas de la segunda y tercera fila. Además, Helena temblaba como un conejillo asustado, con la mirada fija en el libro. Silva tragó saliva.

-E-eso no… -trató de decir la altanera, ya no tanto.

-Eso es verdad –le cortó con un susurro cada vez más alto y demencial-. Nos animan a la crueldad, nos pagan por ser peores que los criminales encerrados –continuó mientras se quitaba los guantes negros con parsimonia-. Pero, pese a todos los cachivaches, yo prefiero mis propias manos –mostró con orgullo los nudillos despellejados de ambas manos-. Me encanta sentirlo –remató con un sadismo casi masoquista.

De repente, Helena se movió y le puso una de sus temblorosas manos en el antebrazo a su hermano. No dijo nada, ni siquiera se giró, se limitó a afianzar la mano allí. Él se relajó, suavizó la posición de las manos enrojecidas, dedicó una sonrisa inquietantemente amable a las chicas de atrás y volvió a mirar hacia adelante. Se topó con la mirada fulminante de Espejo.

-¿Ha terminado ya con su numerito, señor Raez? –inquirió la profesora.

-¿Numerito? –repitió él ligeramente asombrado-. Estaba ayudando a estas agradables chicas a comprender ciertos aspectos de esta… -le echó un vistazo al libro- Bellenev.

-¿Ah, sí? Me gustaría saber cómo –dejó la pluma, entrelazó los dedos y se echó un hacia adelante para prestarle atención.

-Veamos, la mujer esta daba consejos, ¿no? Por los casos precedentes –respondió tomando palabras para justificarse con aire impreciso-. Pues yo estaba informando sobre los aspectos del oficio de un redentor, especialmente de los interrogadores. Pero, si lo prefiere, no les cuento los casos precedentes en los que alguien no se tomó en serio una camisa morada y dejo que yerren para que saquen una valiosa enseñanza de ello –terminó con una falsa sonrisa angelical.

El serio rostro de Espejo permitió que surgiera una ligera sonrisa. “Es rápido” apreció Selene.

-En ese caso, siga leyendo, señor Raez. Quiero saber su opinión sobre el resto de aspectos de Bellenev, como el estudio de las lenguas o el sistema bibliotecario –advirtió antes de continuar escribiendo.

-¡P-pero él no puede amenazarnos así! –exclamó altiva.

La profesora levantó la mirada de su mesa para clavarla en su alumna.

-¿Os ha amenazado? –repitió con gravedad.

-Nos estaba contando cómo…

-Trabajo –se adelantó él-. En ningún momento he dicho que lo fuera a aplicar con ninguna de vosotras, señoritas –les dedicó una sonrisa que se las arreglaba para ser perversa e inocente a la vez.

-No, era evidente que tú…

-Mira, cuando domines la dialéctica, hablamos. Ahora tengo un texto muy interesante que leer.

A Selene se le escapó una sonrisilla que se apresuró a disimular.

-Señor Raez, esos humos –le advirtió Espejo severa-. Y, señoritas, hagan el favor de leer y no se quejen tanto.

-Ya entiendo lo que me cuentas de estas zorras –escuchó sisear al invitado.

-Ojalá yo pudiera… -Helena se tragó las palabras y Selene volvió a concentrarse en el libro, incómoda.

“En Bellenev se centraban también la recolección, catalogación y difusión de las lenguas e ingeniería, tanto propias como extranjeras, y siempre a disposición de Luciven para su mejora y optimización. Fue a través de las escuelas de Bellenev como Theudis extendió en escasos años un idioma que era endémico de Ergat el año de su coronación. No se sabe a ciencia cierta por qué eligió revivir e impulsar de semejante modo una lengua casi extinta, pero se asume que fue una más de sus estrategias de unificación del reino creciente. Como hecho curioso hay que apuntar que no impuso el uso de este idioma, al que denominaremos ergatiano, sobre los demás, sino que impuso el bilingüismo con la excusa de que los territorios unificados pudieran comunicarse sin caer en incomprensiones y malentendidos, lo que avivó el comercio entre ciudades.”

-¿Todos los dioses de esta religión son tan majos o es este libro que los pinta tan bien? –escuchó preguntar al hermano de Helena.

-Son así de majos –confirmó ella.

-¿Una religión con dioses majos? No me lo creo.

-Theudis se la inventó.

-Pues con más razón. ¿Cómo conseguía que la gente se portara bien? ¿Con qué les metía miedo?

-Una educación basada en el respeto y…

-¡Sí, venga ya! –exclamó susurrando.

-Tenían una Muerte Justiciera, por si te sirve –terminó soltándole Helena.

-Eso ya suena mejor. Enséñamelo.

Su hermana suspiró y empezó a pasar páginas. Selene se fijó en que sus manos no temblaban ni se movían apáticas como de costumbre.

-Doscientas setenta y tres –le chivó sin pensar.

Los dos Raez giraron la cabeza hacia ella, que se tensó con lo que intentó que fuera disimulo.

-Página doscientas setenta y tres –repitió inquieta-. Cauven Hedler.

-Ah, sí –cayó en la cuenta de lo que le hablaba y acudió rápidamente a la página indicada-. Gracias –le tendió el libro a su hermano.

-Mmmh, sí, esto ya tiene mejor pinta –murmuró él apropiándose del tomo.

Helena puso los ojos en blanco un instante, y después le dirigió una breve mirada avergonzada Selene.

-Desangrar a la gente viva –exclamó Álvaro regocijándose en ello-. Suena a que este sería mi trabajo en aquella época.

-Oh, por favor –refunfuñó su hermana recuperando el libro.

Él le dio un golpecito en el hombro y después se inclinó para poder mirar a la alumna que se sentaba más allá.

-Silva, ¿no? –preguntó clavando en ella sus ojos castaños, al igual que su pelo desgreñado.

Asintió, preguntándose si iba a meterse en un lío por ello.

-¿Y de nombre?

-Selene –musitó.

-Selene Silva, eh. Qué sonoro. Me recuerda al nombre de un preso que nos acaba de llegar. No sé si habréis oído hablar de él.

-Yo no suelo estar… muy aquí –le recordó Helena con voz queda y a Selene se le hizo un nudo en el estómago.

-Kielan Kreuz. Doble K.

A Selene le sonaba de oídas, algo de un médico que no lo era. Pero, por cómo se le desencajó la cara a su compañera de clase, ella sabía algo más.

-¿El Doctor Kreuz? –preguntó y se le rompió la voz-. ¿Al final le han mandado a Redención?

-Vamos… está loco –respondió él como si fuera la respuesta a todo.

-Él arreglaba a gente –murmuró con un tono que indicaba que estaba reprimiendo las lágrimas.

La sonrisa ligera de él desapareció al caer en la cuenta de por qué su hermana, que vivía desconectada del mundo, conocía la historia del médico sin título, al que habían condenado por sus prácticas poco éticas o algo así.

-No te preocupes por él, es inteligente. Los veteranos dicen que tiene pinta de ser de los que se queda en la F para siempre –dijo como si aquello fuera un consuelo-. Una de las primeras cosas que ha hecho ha sido hacerles las curas a un compañero mío que tiene un zarpazo tremendo en la cara. Justo se jubilaba un par de días después, pero supongo que le irá bien.

-¿Que le irá ben a tu compañero jubilado o al preso? –preguntó Helena con un puntillo agresivo.

-A ambos, supongo. Kreuz ya se está ganando el favor de la Alcaidesa demostrándole que él vale más entero y en plenas facultades.

-Señor Raez, ¿tiene un problema de verborrea? –le llamó la atención Espejo.

-Ya le he dicho que llevo mucho tiempo sin hablar con m hermana –contestó sin achantarse-. Tenemos mucho que contarnos.

-Pues resérvelo para cuando finalice la clase. Ahora limítese a estar a su lado y dejarle prestar atención.

-Intercambiamos información, ¿sabe? Eso es muy de Bellenev.

-Eso no va a volver a valerle.

-¿Por qué no? Si la comunicación entre ciudades y el flujo cultural fue fomentado por los templos de esta diosa –hizo un alto cuando su hermana le siseó un par de palabras-. En parte. Los otros dos dioses principales también tuvieron lo suyo.

-Me alegro de que lo esté comprendiendo tan bien, pero deje que mis alumnas saquen sus propias sus propias conclusiones.

Él le hizo un laxo saludo marcial y cerró la boca. Selene se preguntó por cuánto tiempo, y continuó con su lectura.

“Del ergatiano no quedan en la actualidad más que tres núcleos reducidos. Uno de ellos es Ergat, naturalmente, y los otros dos son las comunidades de vanias y vampiros al norte de Dirdan, cercanos entre sí, pero lejanos del origen. Se baraja la posibilidad de que se deba al aislamiento y la tendencia conservadora de dichas comunidades.”

-Por cierto, me llamo Álvaro.

Al percibir que se dirigía a ella, Selene se giró hacia la izquierda y se encontró con la mirada fija del redentor y, para rematar, una mano enrojecida extendida hacia ella.

-Encantada –respondió cortés estrechándole la mano.

-Sé que mientes –contestó él condescendiente, lo que le provocó un estrujón en el estómago.

-Oh, vamos, cualquiera mentiría en este caso –cuchicheó Helena rompiendo el apretón de manos que tenía ante ella-. Sólo un psicópata no mentiría después de la lección que acababas de dar de cómo ser redentor.

-Cómo ser redentor interrogador –puntualizó Álvaro.

-Torturador –corrigió ella con dureza.

-Vaya, no sabía que te molestara tanto mi oficio –susurró asombrado-. Cuando te lo dije, casi hasta te pareció bien.

-Cuando me lo dijiste, yo estaba más… -apretó los labios fastidiada-. Acababa de tomarme la medicación y estaba… haciéndome efecto, ¿vale?

Él se puso serio.

-¿Es por Kreuz? –preguntó con cautela.

-Sí –reconoció Helena.

-Mientras aguante en la F, yo no tendré que tocarle. Estoy en la E.

-Eso no me consuela –le soltó un manotazo en el hombro junto con el susurro histérico-. Le van a colgar con cadenas y golpearle con lo que sea… Porque no te lo has inventado, ¿verdad?

Selene devolvió la mirada a su libro, incómoda por la conversación.

-No, no me lo he inventado –dijo Álvaro con seriedad, sin regodearse aquella vez, casi sonó hasta lúgubre-. Pero ya te he dicho que él es inteligente y se está ganando el favor de la Alcaidesa. No puede desgraciar al mejor médico que tiene la cárcel –le aseguró con tono alentador.

-No me parece justo para él –refunfuñó Helena-. Por las historias que leí, él no parecía… Sigamos leyendo.

Selene esperó que fuera de verdad y dejaran la conversación inquietante para otro momento, preferiblemente cuando ella no estuviera presente. Aunque la verdad era que estaba reafirmando su vocación en la vida.

-He visto a Loidoria –anunció el con un murmullo.

Selene cerró los ojos, no, no se iban a callar. Y Espejo parecía realmente absorta en lo que escribía. Sospechoso, dado el excelente oído que tenía aquella mujer cuando quería, rozando lo sobrehumano.

-¿L-la chica de la maldición masiva? –musitó Helena.

-Sí. Está aferrada a la F. La verdad es que lo único con lo que pueden torturarla es con bendiciones agresivas y psicología –terminó con un murmullo lúgubre y monótono. Daba la sensación que su trabajo no le hacía tanta gracia en realidad.

-Oh, por favor –gimoteó horrorizada dejando que su frente golpeara contra el libro. Ni siquiera aquel brusco movimiento captó la atención de la profesora, aunque sí el de sus alumnas, que murmuraban entre ellas por el espectáculo.

-Si te sirve de consuelo, está un poco tocada del ala –siseó él inclinándose sobre su hermana con cautela-. Quiero decir… Creo que la gente loca lo lleva mucho mejor.

-Muchas gracias –le espetó ella, quizás demasiado alto. Pero Espejo ni se inmutó. Selene llegó a la conclusión de que les estaba dejando hablar largo y tendido, siempre que no declararan la guerra a las otras alumnas.

-Bueno…

-¿Por qué has ido a trabajar justo allí?

-Ya sabes por qué –siseó él, molesto.

-¿Y qué pasará el día que yo…? –la congoja le estranguló las palabras.

-No –negó tajante-. Tu no.

Selene tenía la mirada fija en la mesa de su compañera. Unas líneas aleatorias que dibujaban espirales, zigzags y bifurcaciones estaban apareciendo en la superficie, como si un ser invisible estuviera trazándolas con un cuchillo igualmente invisible. Aquel era el poder de Helena, la versión más suave. Selene se apartó unos centímetros, tratando de ser cautelosa, pero Álvaro se dio cuenta y le clavó la mirada. “No te muevas” pudo leer en sus labios y ella se quedó paralizada.

-Yo sí. Esto cada día es peor. No lo soporto –gimoteó Helena, ahora tan bajo que Selene tuvo que suponer la mayoría de las sílabas. Mientas, los surcos se ahondaban y entrecruzaban sin control, las páginas por las que estaba abierto el libro comenzaron a arrugarse, y hubiera jurado que la madera crujía levemente-. Pero no pasa nada, porque como estoy loca, no lo llevaré tan mal.

-Tú no irás. Tú te sabes controlar –echó un brazo por encima de su hermana, pero, en vez de abrazarla, agarró a Selene por el brazo. Ella hubiera gritado si no se hubiera encontrado enmudecida. Álvaro estaba usando conjuros con ella para que no se apartara ni hiciera ningún ruido-. Aquí estoy yo. Y aquí está tu amiga Selene. Y no nos haces nada –obligó a Silva a plantar la mano en la mesa rayada, justo sobre un triple tirabuzón muy bien definido.

-Álvaro, eres perverso –le reprochó su hermano sin levantar la cabeza-. Suéltala.

-Sí, pero has dejado de hacer rayitas.

-Porque no quiero hacer daño a nadie –le chilló con un susurro y Selene crispó los dedos.

-Bien. Perfecto. De eso se trata.

-Vale… Pero ahora suéltala –ordenó-. Para empezar, para que me pueda incorporar.

Él obedeció y libró la presa. A Selene le hubiera gustado masajearse la zona estrujada. Y pensar que aquellas manos habían… ¡Era horrible!

-También el hechizo –añadió Helena con tono cansado.

-¿Hechizo, qué hechizo?

A Selene le hubiera encantado decir “el hechizo que me tiene muda y paralizada”, pero, precisamente por ello, no podía.

-¿Quieres que te deje la cara como las manos? –amenazó Helena y un par de de páginas del libro pasaron solas con un crujido.

-Vale, vale. Perdón, no sabía que fuera tan evidente –mostró las palmas de las manos en son de paz.

Selene pudo moverse al fin y reprimió las ganas de soltarle un bofetón.

-Claro, como los genios de la familia sois tú y Lucián –refunfuñó regresando a la página por donde iba leyendo-. Como yo soy la tonta desequilibrada –gruñó más bajo.

-Perdona, ¿acabas de decir que yo soy un genio de la familia? ¿De qué familia hablas tú?

-Papá y mamá saben que tienes potencial –le siseó-. Otra cosa es que piensen que sea potencial malgastado y peligroso en tus manos. Y ahora sigamos leyendo antes de que la profesora Espejo se enfade –plantó firmemente el libro.

-Sí, señora.

Selene puso los ojos en blanco. ¿Cómo que antes de que la profesora Espejo se enfadara? Por favor, pero si les estaba ignorando deliberadamente. Se frotó distraída allí donde Álvaro le había clavado los dedos para obligarla a poner la mano sobre la mesa maltratada, y echó un vistazo hacia atrás, preguntándose cómo lo estarían llevando sus… Se encontró con miradas que podía catalogar en las secciones de “Menudo par de pirados” y de “A mí que no me toque con ese poder”. Pero, al cruzarse con aquellas miradas, aparecieron una tercera y una cuarta modalidad, las de “¿Pero cómo aguantas ahí, so loca?” y “Ay, pobre, lo que está sufriendo”. Curiosamente, sintió que eran un poco exageradas. Estaba resultando una clase extraña y accidentada, sí; pero, quizás, no fuera para tanto. Bueno, por parte de Helena al menos.

-Lo siento.

-¿Eh? –preguntó dejando de mirar hacia atrás.

-Perdón por cómo… -Helena se atragantó con algo parecido a dolor-. Te estamos molestando mucho –sus ojos, que estaban teñidos de tristeza y vergüenza, se inyectaron en súbito pánico, humillación y lo que claramente era dolor. Los bajó, ribeteados ya por las lágrimas-. Perdón –repitió y sonó como si en realidad estuviera pidiéndolo por existir.

-N-no pasa nada –qué otra cosa podía decir, aquella chica estaba destrozada-. Comprendo que tengáis mucho de lo que hablar y… -“seáis unos desequilibrados”.

-Perdón por haberte hechizado, eh –añadió Álvaro con un gesto de laxa disculpa-. Pero es que era importante que no te apartaras. Helena se controla mucho mejor si tiene cerca gente que se preocupe por ella.

-Cállate –le chistó la aludida abochornada.

-Si se siente abandonada y rechazada, como entenderás, empeora.

-Que te calles. Además, ella no es mi…

-Comprendo –se adelantó Selene sin pensar-. No pasa nada –se esforzó por sonreír.

Helena se quedó cortada, con “amiga” atascada en la garganta. Su hermano la desatascó con una palmada en la espalda, instándola a leer. Selene se recompuso, buscó el párrafo en el que se había quedado y…

-Por cierto, ¿tú qué aspiras a ser?

Templó sus ánimos crispados hasta lograr una pacífica resignación. Alzó la mirada para posarla en la profesora, que seguía escribiendo lo que podía ser sus memorias de dos siglos. Hubiera jurado que sonreía para sí misma. Oh, sí, por supuesto que sonreía. Podría ser que sus memorias centenarias fueras divertidas, pero también podría estar escuchándolo todo, como era más probable dado su fino oído. En ese caso, lo que no entendía era por qué demonios lo permitía.

-Voy a estudiar la carrera de Derecho –respondió girando la cabeza suavemente para encararse a los hermanos Raez.

-¿Para abogada, jueza, fiscal…? –insistió él con la mandíbula apoyada en la mano y el codo correspondiente adueñándose de la mesa.

-Eso no lo sé. Lo que yo quiero es ayudar a los que lo merecen. Y ponerles las cosas difíciles también a los que los merecen –añadió con dignidad.

-Oh, una idealista. Salvar a los buenos y atrapar a los malos. Sí, señor –asintió.

-¿Qué tiene de malo?

-Nada, supongo, mientras no te quemes. Sí, además, seguro que tenéis un dios majo para eso.

-Dajaev –apuntó Helena de inmediato.

A Selene le hubiera gustado aclarar que lo de “tenéis” era pasarse. Ellas se limitaban a estudiar una cultura lejana en el tiempo, no profesaban la triscadeca.

-Ah, mira qué bien –exclamó él con ligereza-. Una de las Principales.

-Sí, genial –respondió algo molesta, sentía que se estaba riendo de ella. No era la primera persona que le advertía paternalista que no se pasara de idealista. Su padre, por ejemplo-. ¿Y tú, Helena? –añadió para tratar de borrar aquel sentimiento.

Ella se estremeció con la breve sacudida que solía golpearla cuando no se esperaba una pregunta directa.

-Arquitectura –musitó cohibida-. Me gustaría estudiar Arquitectura.

-Oh –replicó sin saber qué responder, la verdad era que no se había parado a pensar a qué podría aspirar la introvertida Raez-. Bien.

-¿Y es oficio qué dios tiene? –quiso saber Álvaro.

-Leihaev, la Artesana.

-Oh, bueno, no es de los Principales, pero sí de los Mayores. No está mal, hermanita.

-¿Te estás burlando de mí? –preguntó con tono acusatorio.

-Claro que no, me parece genial. Sabes que me gustan tus castillos de naipes.

-Me refiero a lo de los dioses.

-No, no, tan sólo me parece… curioso. Pero tiene sentido. No como otras religiones de las que he oído hablar –murmuró él y ella se relajó-. Como la de “Adoramos a Lucián, oh, todopoderoso, hijo nuestro. Líbranos del mal que se ha encarnado en tu hermano menor” –alzó los ojos con solemnidad hacia el techo.

A Helena se le escapó una brevísima carcajada que tenía más de salida brusca de aire que de risa. Selene no dijo nada, pero anotó mentalmente que los Raez tenían problemas familiares. No quiso creerse que fueran a dejarla continuar leyendo. Venga, seguro que no.

-Pues suerte con eso de atrapar malos y salvar a los buenos –siguió hablando Álvaro-. Procura que no sea al revés.

El tonillo lúgubre que había tenido la última frase la obligó a preguntar.

-¿A qué te refieres?

-A que no dejes que manden a Redención a nadie que no se lo merezca –su tono se revistió de aún más oscuridad.

-¿Acaso… mandan a gente inocente? –inquirió aterrada, ya lo que le faltaba después de lo que había oído de las torturas.

-¿Inocente? Todo el mundo es culpable de algo. Helena, no me mires así. Me refiero a que todos cometemos errores y maldades, la cuestión es de qué nivel. Hay algunas maldades pequeñas que se consideran inocencia, como estas zorras de aquí atrás y sus comentarios envenenados –un par de exclamaciones ofendidas y ahogadas confirmaron que Álvaro tenía más público que ellas dos. Pero él estaba centrado en seguir el trazado sinuoso de las rayas de la mesa de su hermana con aire distraído-. También están los pequeños errores que se consideran inocencia. Pero hay veces en que un gran error se castiga como un terrible crimen. Y, de acuerdo, acabar con la vida de un puñado de personas al perder los nervios y descontrolarse será terrible, ¿pero por ello hay que ponerla al mismo nivel de asesina que acabó con un puñado de vidas por placer? No sé, quizás me pase de idealista, pero no le veo sentido a torturar a Loidoria, ¿qué van a sacar de ello si lo hizo sin querer? Otra cosa son los cabrones que te miran a la cara, te sueltan una sarta de mentiras y se quedan tan anchos después del horror que han causado. Con esos sí que se puede hacer algo, quizás sólo que se arrepientan de vivir o que te supliquen. Pero… Loidoria no… -su mirada se perdió en un cruce de tajos en la mesa.

Helena se había quedado pálida como el papel. Selene no sabía qué poder letal tenía aquella tal Loidoria, pero estaba claro que su compañera se identificaba con ella hasta el punto de que temía acabar dando con sus huesos en Redención.

-A veces…conectan la megafonía –murmuró él, perdido en las líneas retorcidas con los ojos abiertos sin pestañear-. Así todos podemos escuchar… en toda la cárcel… lo que hacen en las salas de… tortura –Selene le miró espantada, pero el rostro que él desvelaba el lento horror que le estaba infectando-. O de las Cámaras… Hay una por cada piso cada piso y la de la F es la peor con diferencia. Eso gritos… no son humanos.

Helena reaccionó de repente, le rodeó con los brazos y le estrujó con instinto protector.

-Tienes que dejar ese trabajo –le susurró arrullándole.

-No puedo, he firmado un contrato por dos años –respondió Álvaro con fastidio y, después de haberse dejado abrazar unos segundos, la apartó con suavidad-. Y en la letra pequeña hay una clausula que advierte que, si se rompe, la penalización será una visita a la F, y no como redentor, no.

Selene parpadeó con fuerza un par de veces, ¿aquello era una cárcel o el mismo infierno?

-Demonios, Álvaro, ¿no había otra forma de cabrear a papá y mamá?

-La idea no era cabrearles, era demostrar que valgo para algo, era… No, en realidad la idea era… Sabes que siempre me han considerado un demonio. Así que… no sé, se me ocurrió que… así les demostraría que… Que soy un completo gilipollas –terminó cabreado-. Resulta que en esa cárcel hay el mismo número de sádicos fuera y dentro de las celdas.

-¿No se podría haber algo para anular ese contrato?

Selene se dio cuenta de que Helena se dirigía a ella. “Por favor, he dicho que quiero estudiar Derecho, no que ya fuera una experta en temas laborales en el infierno.”

-Bueno, para empezar, habría que ver qué pone en ese contrato –improvisó-. ¿Podríamos tener, esto… acceso a él? –añadió para que sonara más creíble que quisiera ayudar.

-Jah, si pido una copia del contrato, esa mala perra me “penalizará” con algo desagradable.

-Maldita sea, Álvaro, ¿en qué pensabas a ir allí?

-Pensaba… Pensaba que el mundo es una mierda y que ojalá pudiera darles una lección a papá, a mamá y al perfecto Lucián. Hacer sufrir a criminales me pareció un sustituto aceptable. Y pagan de lujo, así no podrán decirme que soy un vago –hizo una mueca de fastidio-. No me mires así. Me dio uno de mis prontos, ¿vale? –gruñó.

-¿Y también te ha dado uno de tus prontos esta mañana cuando has decidido presentarte aquí con el uniforme? –le reprochó ella.

-Sí –refunfuñó-. Si lo odio. Es molón, no lo niego, pero después de haber visto a las ratas sádicas que lo llevan… Por no decir que a veces habría que llevar un buzo en vez de uniforme, por lo que llega a salpicar.

Helena le dio unas palmaditas de ánimo a su desmoronado hermano y se volvió hacia Selene.

-Cuando le da uno de sus prontos, no piensa en las consecuencias –le explicó con la resignación de quien piensa “sí, estamos locos de atar, no lo podemos solucionar”.

-Ya… -se humedeció los labios e hizo algunas muecas raras con ellos. Tenía una pregunta quemándole en la lengua-. Esto… para que me haga una idea… ¿lo de antes ha sido…?

-¿Uno de mis prontos? –terminó él caustico-. No, créeme que no.

-Se nota bastante bien cuando se le va –asintió Helena.

-Lo dijo la de las crisis destruct… -un guantazo le acalló-. ¡Eh! ¿Te he pegado yo cuando le has explicado a tu amiga lo mal que estoy yo? –la agarró del codo.

Atónita, Selene asistió a cómo forcejeaban como críos peleándose por un juguete.

-Señor Raez, ¿tiene algún problema? –intervino al fin Espejo.

-¿Eh? No, qué va. Mi hermana quiere pasar la página porque está ansiosa de continuar leyendo, pero yo quiero releer un fantástico párrafo, nada más.

“¿Pero cómo puede ser tan descarado?” exclamó internamente Selene, observando cómo, mientras su hermano había salido con aquello, Helena enrojecía terriblemente.

-¿De modo que la está retrasando?

“Anda, que ésta tampoco se queda corta. ¿Qué pretenderá?”
Sí, lo sé, no tengo filtro. ¿Cómo se llamará la verborrea pero por escrito?

La cuestión es que, ya que estaba, quería presentar personajes, desarrollarlos, atar cabos... Por ejemplo, si no fuera por las lecciones theudianas, Faes no tendría poder; ha sido interesante escribir a Álvaro antes de que se volviera Dämon, hurgar en el pasado de las chicas, hablar de presos recién llegados a Redención, plantear unas cuantas incógnitas más sobre Espejo...

Os recomiendo leeros "Una Terapia Peligrosa", que va sobre Helena Raez ocho años después de esto; y los relatos de Redención, para que sepáis de lo que habla Álvaro y sobre quiénes. Todos los encontraréis en la "Línea temporal de Lirio de Sangre" cirkadia.deviantart.com/art/Li…

Si tenéis alguna duda de cuál es el mejor camino para avanzar por los relatos paralelos, no dudéis en preguntar ^^

Espero que disfrutéis (con la primera parte de esta Lección. Me temo que Álvaro se ha excedido parloteando(pero es tan majoooo >.<)).

P.D: Por leer la saga de Mundodisco, de Terry Pratchett, se me está pegando el usar muchas más comillas y la cursiva. (Dato aleatorio)

Lección 1: Dajaev cirkadia.deviantart.com/art/Le…
Leccion 2: Dajaven cirkadia.deviantart.com/art/Le…
Lección 3.1: Bellenev cirkadia.deviantart.com/art/Le…
Lección 3.2: Bellenev cirkadia.deviantart.com/art/Le…
Lección 4: Leihaev cirkadia.deviantart.com/art/Le…


Este relato es parte del universo de Lirio de Sangre.
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