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Eres leyenda I

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Cirkadia's avatar
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Escuchad con atención, porque voy a contaros una historia increíble que os juro que es cierta.
Una fría noche de finales de año, un carro negro como el carbón, adornado con filigranas plateadas y tirado por caballos azabaches, cruzaba el páramo helado a toda velocidad. No tenía cochero que lo guiara, pero los animales galopaban con toda seguridad hacia una inquietante mole que se alzaba en aquel lugar remoto. En la fortaleza se dieron cuenta de la llegada y salieron a recibir a una mujer de porte elegante y cabello blanco como la nieve.
-¿Qué la trae a nuestro infierno, señora? –preguntó la Alcaidesa de Redención.
-Vengo a traeros un demonio –respondió sacando a una muchacha encadenada del interior del carro-. Espero que tengáis una celda de máxima seguridad para ella.
-Todas nuestras celdas lo son –aseguró altiva-. Su cara no me suena, ¿cuál es su crimen?
-No todos los monstruos salen en los periódicos –respondió sosteniendo con una sola mano a la chica de pelo revuelto que, envuelta en cadenas, parecía dormir-. Induce al suicidio, espero que sus hombres estén preparados para su presencia.
-Lo están, aquí nos hacemos cargo de los peores elementos de la sociedad.
-Nunca como éste. ¿Se harán cargo a pesar de ello? –la miró fijamente con unos ojos azules desgastados por los años.
-Por supuesto –aceptó el reto con orgullo-, ¿señora…?
-Silversmith –respondió dejando que dos redentoras del nivel F, Pimeys y Adamaris, le pusieran unos arneses a la cautiva para poder tirar de ella.
-Síganos, por favor, señora Silversmith –dijo la Alcaidesa ordenando que la transportaran a la torre de los presos-. ¿De cuánto es su condena?
-Toda la eternidad estaría bien –respondió la mujer con frialdad.
-Estoy de acuerdo en que la mayoría de la escoria que custodiamos no debería volver a ver la luz del sol, pero se supone que nuestro trabajo consiste en hacerlos arrepentirse por sus crímenes y devolverlos rehabilitados a la sociedad.
-En ese caso, me conformaría con que la retuvieran siete años.
-¡Hervé, ¿lo estás apuntando todo?!
-Sí, Alcaidesa –respondió un chico con una libreta en las manos.
-¿Y nos recomienda alguna precaución en especial? –continuó la ama de la prisión.
-Que, en la medida de lo posible, no la escuchen.
-No hacemos caso a los presos.
-Me refería a que se taponaran los oídos, grita mucho.
-Aquí nos encanta hacerlos gritar –respondió con sadismo.
-Sospecho que cambiarán de opinión cuando la conozcan.
-No nos subestime, señora Silversmith.
-Si lo hiciera, no habría acudido a ustedes.
Cruzaron el abismo. Aquella noche la niebla se arremolinaba en el fondo, dándole aspecto de río espectral que separaba al mundo de la torre de los condenados. Entraron en ella y descendieron hasta el nivel F, donde todos los nuevos comenzaban su suplicio.
-¿Qué hechizo o pócima ha utilizado para dormirla? –preguntó la Alcaidesa-. Nos conviene saber cuándo y cómo despertará.
-No he utilizado ningún hechizo ni pócima, tan sólo he esperado el momento adecuado.
-Explíquese –alcanzaron el pasillo de las celdas, los presos dormían.
-El punto débil de este monstruo es que por estas fechas siempre cae profundamente dormida durante siete días.
-¿Lo dice en serio?
-Le juro que no la miento –clavó en ella una fría mirada que hizo estremecer a la ama y señora del Infierno.
Pero la Alcaidesa era una mujer dura, por lo que no se achantó con tanta facilidad.
-¿Y qué garantías me da, señora Silversmith, de que ésta que me trae es una verdadera criminal?
-Podrá comprobar cuando despierte, dentro de dos días, que es un demonio peor que cualquiera que haya llegado a conocer aquí, recluso o redentor.
La Alcaidesa frunció el ceño, ofendida por la acusación que hacía de sus subordinados, aunque fuera cierta.
-¿Se quedará usted aquí hasta que eso ocurra?
-Me temo que no. A pesar de la confortable hospitalidad que pudiera llegar a brindarme esta fortaleza, tengo asuntos que atender.
-Ya, claro –respondió escéptica.
La recién llegada la miró con gravedad antes de volverse hacia Hervé.
-Joven, ¿me dejarías tu libreta?
El redentor esperó la confirmación de su jefa antes de cedérsela. Silversmith escribió una dirección con letra pulcra y anticuada.
-Si tiene algún problema, ya sea que la consideren inocente o acepte que su maldad es excesiva para ustedes, acudan allí y yo los atenderé.
-¿Piensa que…?
-Le doy mi palabra –le cortó con sequedad y aplomo, sus pupilas se clavaron en las de la Alcaidesa- de que si acuden allí, me encontrarán.
Tras un tenso duelo de miradas, la redentora jefa cedió.
-De acuerdo. A dentro con ella.
Las dos cuidadoras obedecieron al instante, libraron a la cautiva de las cadenas y la desnudaron allí mismo para vestirla con un pantalón de tela negra y una camisa de fuerza de cuero.
-Venga conmigo a formalizar el ingreso, señora Silvermith.
Así fue cómo Redención tuvo una nueva presa, con una insólita llegada y una estancia en la cárcel que dejó huella.
Se dieron varios amaneceres artificiales y la nueva no despertó. Los inquilinos del nivel F comenzaron a especular sobre su estado catatónico, quizás se hubieran pasado con los maleficios aturdidores. Hasta que un día, cuatro o cinco jornadas después…
-¡Kla!
-La nueva ha despertado –anunció Diana, una mujer de terrible temperamento.
-¡Klaklakla! ¡Dos mil ciento treintaiséis!
-¿Y sólo dice eso? –se preguntó extrañado Uriel, un joven con cara de ángel y mente de asesino.
-Puede que le lleve un tiempo acostumbrarse, acaba de salir de un coma –opinó el Doctor Kielan Kreuz.
-¡KLAaaaAAaA!
-¡Qué pulmones! –exclamó Riss, antiguo redentor del piso E caído en desgracia-. Será interesante escucharla cuando la torturen.
-Decidme, ¿está buena? –preguntó Bufo, un hombre de piel azul verdosa, pelo blanco y lujuriosos instintos.
-¡Cállate, puto pervertido! –le espetó Diana.
Un nuevo compañero significaba un cambio en sus rutinarias vidas, aunque no hablara. Riss tuvo toda la razón al opinar que sería interesante escucharla cuando la torturaran, ya que cuando los redentores la sacaron de la celda para darle la bienvenida a la cárcel, la chica no profirió ni un solo quejido, no lloró ni suplicó, se limitó a gritar a pleno pulmón con alegría la única sílaba que parecía conocer, durante toda la sesión.
-Qué extraña, qué extraña –se deleitó el Doctor Allistor Blackbridge, un loco de trepanación fácil-. Cada vez tengo más ganas de abrirla para ver sus engranajes.
Klakla, como la habían apodado por motivos evidentes, no se mostró preocupada lo más mínimo por los deseos de Allistor, Bufo o Riss, que quería escucharla chillar de dolor o miedo a toda costa. Con escalofriantes sonrisas perpetuas y miradas fijas empezó a inquietar hasta a los redentores, que a duras penas conseguían hacerla sangrar.
La Alcaidesa, terrible mujer, no podía tolerar semejante tomadura de pelo a la temida cárcel y organizó un duelo en el Coliseo con intención de remediarlo. El oponente de aquella loca irreductible fue Riss, que conservaba la sabiduría como torturador, estaba motivado y no tenía las restricciones de los redentores en tema de mutilaciones. El antiguo guardián estaba bastante desgastado por los años y la mala vida, pero compensaba su falta de agilidad con una pérfida paciencia que había aprendido como preso.
Klakla, que ya había demostrado ser resistente hasta el delirio a pesar de no aparentar ser gran cosa, hizo gala de su jovialidad al estar corriendo y esquivando a su adversario durante soporíferos minutos. Cuando estaban a punto de interrumpir la pelea, si es que se le podía llamar así, ella se acercó corriendo a Riss, saltó para aplaudir pillando la cabeza de él entre las palmas y se alejó con la misma celeridad. La incredulidad del principio dio paso a las carcajadas porque hubiera atacado al experto combatiente con una treta tan infantil. Pero el asombro y la admiración se extendieron, incluso un susurro de terror, cuando Riss cayó desplomado con ambos oídos llorando sangre. Le había reventado los tímpanos, lo había dejado sordo, privándole de su sádica droga: los alaridos de los demás.
Kielan, pese a ser un preso, tuvo que actuar en calidad de médico, como tantas otras veces, para fijar el tratamiento que devolviera el oído a su compañero de piso.
Transcurrieron un par de jornadas sin mayor novedad, hasta que una vocecilla cascada rompió el silencio que se había impuesto al no tener los presos más hazañas que contarse.
-Habéis hecho cosas para estar aquí, cosas malas…
-Anda, pero si sabe hablar –exclamó Diana.
-Sí, sí, sí, cosas malas. Salieron en los periódicos. Klaklaklaklakla. Cosas muy malas.
-Eso ya lo sabemos –intervino Bufo-. ¿Quieres que te demuestre mi especialidad?
-Muertes, muchas muertes, klaklaklaklaklakla –continuó, ignorándolo y rodando por el suelo-. Cadáveres por el suelo, muertos, secos, con los ojos desorbitados y sin posibilidad de escapar. ¡Klaklaklaklaklakla!
-Se lo merecían –le respondió Diana dándose por aludida.
-No, no, no, sin sangre, sin cortes, sólo secos. Klaklaklakla. Secos porque alguien no se controló.
Se escuchó un sollozo contenido. Loidoria, una silenciosa presa de buen corazón pero de letal naturaleza, estaba en un rincón de su celda, acurrucada, distorsionándose en la niebla maldita que la conformaba. Klakla no dijo nada más con sentido en toda la jornada, dejando a su compañera sumida en la culpabilidad de su crimen y gritando de vez en cuando “dos mil ciento treinta”.
Con el siguiente amanecer artificial llegaron más palabras de la nueva.
-Una vez estaba en la calle –dijo simplemente.
-Ahí hemos estado todos, guapa –le respondió Bufo.
-Era un lugar muy malo, sucio, violento…
-¿Ergat? –probó Uriel.
-No lo sé, hay tantos lugares así… Iba caminando cuando escuché gritos –hablaba con seriedad, como si hubiera recobrado la cordura durante un momento-. Me asomé a un callejón y vi como dos hombres arrastraban a una muchacha.
-Ah, entonces no era yo, siempre he actuado en solitario –intervino el hombre azul verdoso.
-Le habían arrancado la ropa y la estaban violando entre los dos, ella gritaba muy alto y desgarrado, pero sólo al principio, después se calló para sollozar por lo bajo.
-¡¿Y no hiciste nada?! –le gritó Diana.
-Es que un par de edificios más allá obligaban a prostituirse a unas niñas y…
-¿Sabes lo que hubiera hecho yo? ¡¿Sabes lo que hubiera hecho yo?! –la eliminadora de violadores aporreaba y arañaba el cristal de su celda-. ¡Hubiera degollado a esos dos! ¡Les habría abierto en canal como los cerdos que son! ¡¡Se las hubiera cortado en rodajas por hacerle eso a una mujer!!
-Seguro que ella iba muy provocativa –la picó Bufo.
-Algún día te sacaré los intestinos y te ahorcaré con ellos –le gruñó con ronquera reconcentrando su odio, antes de estallar de nuevo-. ¡Y a los del prostíbulo les hubiera acuchillado, ahogado en su sangre! –le costaba respirar, pero siguió dejándose la garganta en sus gritos-. ¡Hubiera alfombrado la casa con sus entrañas! –inspiró hondo, espumeaba como un perro rabioso-. ¡Para salvar a esas chicas!
-¡Kla! Una lástima que no estés ahí fueeeeera –se lamentó mientras giraba sobre sí misma-, salvando a esas chiiiiicas, todas las que están siendo violadas ahora mismo, las centenares que son obligadas a prostituirse una y otra vez, una y otra vez.
-¡Dejadme saliiiiiir! –chillaba Diana fuera de sí, golpeándose contra las paredes-. ¡TENGO QUE SALIR A MATARLES!
-Una y otra vez, klaklakla, una y otra vez, klaklakla…
Los redentores acudieron al escuchar el jaleo y, al ver el percal, decidieron sacar a Klakla para hacer el enésimo intento de hacerla sufrir. Pero, como siempre, lo único que lograron fue cansarse de golpear y llegar al borde de la locura por escuchar tanto “klaklakla” ininterrumpido.
-Ya veo cuál es tu juego –dijo Uriel en la siguiente jornada.
-¿Kla?
-Encuentras el punto débil de cada uno y pinchas ahí –añadió con su habitual fachada amable.
-¿Kla?
-Primero dejaste sordo a Riss, que disfruta con los alaridos ajenos –intervino Kielan.
-Después supiste cuál fue el crimen de Loidoria, que fue un accidente y que se deprime cada vez que se lo recuerdan –la cara de ángel maltratado no varió ni un ápice al acusarla.
-Y lo último ha sido provocarle una crisis a Diana –continuó el Doctor.
-¿Qué será lo siguiente?
-¿Klaklakla?
-No sé para que lo intentáis, tíos, hará lo que le dé la gana –dijo Bufo.
-¿No te preocupa lo que pueda pasarte cuando la Alcaidesa decida que toca uno de tus espectáculos? –preguntó Uriel con tono inocente.
-Lo único que me preocupa es si podré tirármela.
-¡Klaklakla!
-Te mataré… maldito depravado… -murmuró Diana, debilitada por los violentos arranques de ira.
-El doctor le tiene mucho aprecio a sus manos, ¡Kla! –dijo con una amplia e inquietante sonrisa-, le dolería mucho que le quedaran inutilizadas, como a esa mujer del nivel E… Rotterdam.
-¿Cómo sabe eso si es nueva? –se extrañó el hombre azul verdoso.
-Se lo habrá oído a algún redentor –opinó Uriel.
-Y al dulce asesino le gustan los trabajos bien hechos, ¿kla? ¿Qué pasaría si no consiguiera cumplir uno?
-¿Me estás contratando?
-¡Kla! Te reto a que me mates. ¡Klaklakla!
-¿Va en serio? –la frialdad rezumó por los pozos helados que eran sus ojos y cubrió su rostro.
-Totalmente –dijo con seriedad antes de empezar a dar vueltas por su celda.
Los presos no fueron los únicos que sufrieron la puntería que tenía Klakla para encontrar los puntos débiles.
-Dieter, ¿cuándo piensas retirarte como redentor? –le preguntó con ese tono serio que precedía a una de sus locuras.
-Dentro de el tiempo suficiente para hacer de tu vida un infierno –respondió dando la orden de que la sacaran de su celda.
-Qué malo –se quejó poniendo morros-, qué malo para ti y tu libido, klaklakla.
Hubo risas en todo el piso, que el redentor aguantó sin inmutarse.
-Qué poco original –accionó la palanca que suministraba las descargas eléctricas y ella cayó fulminada.
Pimeys se acercó con las cadenas para sacarla, pero se quedó quieta como una estatua.
-Venga, que no tenemos todo el día –exigió el redentor.
-Que lo haga Adamaris –respondió la cuidadora y se pudo notar la vacilación en su voz.
-¿Y eso por qué? –inquirió Dieter, pero le hizo un gesto a la otra cuidadora, que rondaba cerca de allí, para que se encargara de Klakla antes de que despertara.
Pimeys no respondió.
-¡Está helada! –exclamó Adamaris tomándole el pulso a la presa-. Ha… muerto.
-Tú átala fuerte, por si acaso –le recomendó el torturador-, hace menos de un minuto que estaba hablando.
-Algo grave le pasa… -murmuró la cuidadora sin decidirse a atar al aparente cadáver.
-¡Kla! –exclamó incorporándose de un salto y estrangulando a Adamaris con una de las mangas de la camisa.
Dieter actuó sin demorarse un segundo, sacó las navajas de barbero que llevaba consigo y cortó la manga liberando a su compañera. Pimeys salió de su inactividad, electrocutó a la presa y la metieron de nuevo en la celda a empujones. Todo bajo la atenta mirada de los reclusos, ávidos de un amotinamiento.
-¡Te dije que la ataras!
-Es que… -Adamaris tosió- parecía que estaba muerta…
-¡Klaklakla! –gritó librándose del aturdimiento-. Ujiji, si me quedo quieta, Pimeys no me ve, ¡kla!, y si parezco muerta la buena de Adamaris duda. ¡Klaklaklakla!
-Serás zorra… -masculló malhumorado, había pinchado al mismo tiempo en los puntos débiles de dos de sus compañeras.
-¿Por qué eres tan duro conmigo, Didi? –preguntó Klakla con lástima-. El otro día me trataste con más delicadeza… y me tocaste en sitios que ningún chico me había tocado antes –gimió.
Un coro de murmullos se extendió por el pasillo.
-¿Pero qué dices, loca? –se giró al escuchar el tintineo de unos tacones de aguja de acero.
-Seguro que le tocaste el culo, como a mí –intervino Diana fulminándolo con la mirada.
-Y en sitios más íntimos –confirmó Klakla, dando aspecto de fragilidad de repente.
-Sucia mentirosa…
-¿Qué es lo que oigo, Dieter? –preguntó Violet con dureza y frialdad.
-No les hagas caso, se lo están inventando –trató de defenderse.
-Así que por eso aguantaste tanto tiempo a solas con sus gritos –dijo Uriel desde el fondo de su celda.
-Y por eso hace varios días que no folláis vosotros dos –añadió Bufo.
-¿Tú que sabes lo que hacemos y dejamos de hacer? –le gruñó el redentor, fuera de sus casillas.
-Se le nota en su cara de necesitada. Eh, Violet, ya sabes que yo aguanto todas las veces que tú quieras.
Así aconteció el rarísimo hecho de que, tan sólo con palabras y un poquito de violencia, los presos consiguieron que los guardianes se marcharan sin torturar a ninguno de ellos. Klakla lo celebró con uno de sus estridentes gritos, que por una vez no molestó a sus compañeros, que celebraban la efímera victoria.
No tardó en llegar el día (o la noche) vaticinada por Uriel. Llevaron a todos los presos a los cubículos que hacían las veces de gradas del Coliseo, dejando a Bufo y Klakla para el final. Él se dio cuenta enseguida, se había convertido en un experto del funcionamiento de la cárcel.
-¡Loca! ¿Qué pasaría si la pelea fuera entre nosotros? –preguntó para tantearla.
-¿Quieres pelear contra mí? ¡Klaklaklaklakla!
-Pelear, pelear… Quiero arrancarte la ropa y follarte –respondió sin delicadeza alguna, pero ella no se inmutó por la amenaza.
-Uuuuuuuyuyuy, qué cochino –continuó riéndose con sus peculiares y monosilábicas carcajadas.
-No lo sabes tú bien, loca.
-¡Dos mil ciento ocho! –gritó ella.
Los llevaron a ambos al Coliseo sin demasiados problemas por el camino, teniendo en cuenta quiénes eran. Las apuestas estaban muy reñidas. Klakla había demostrado ser un demonio incansable e inquebrantable, y todos sospechaban que se guardaba un puñado de ases en la manga. Por otro lado, la apariencia simple, descarada, pervertida y obscena de Bufo escondía una habilidad innata para evaluar acertadamente a sus oponentes en poco tiempo, y ya había sobrevivido a combates contra Rotterdam y Diana.
La pelea comenzó tal como se preveía, ella dando vueltas y él pringando el suelo con su veneno para acorralarla. Pero entonces se descubrió uno de los ases más sorprendentes de Klakla, junto con el de que pudiera regular su temperatura corporal a voluntad, era inmune a la droga lechosa de su oponente. Al ver que a Bufo tan sólo le quedaba la fuerza bruta, algo de lo que ella no carecía, las previsiones se tornaron favorables para la loca. Pero, entonces… empezó a desnudarse.
La conmoción fue general cuando Klakla le dio justamente lo que él quería, convirtiendo la pelea a muerte en una orgía. Sin tapujos y bajo la atónita mirada del público, retozaron como adolescentes en celo, mientras el terrible enfado de la Alcaidesa se cernía sobre la cárcel como una sombra espeluznante. Por suerte para todos, exceptuando al tipo azul verdoso, aquella especie de broma de mal gusto acabó con la mutilación de la extremidad más peligrosa de Bufo.
Para los poco observadores, aquella jugarreta tuvo una única y merecida víctima, el sapo violador. Pero los más avispados contabilizaron cinco, incluyéndolo a él. No podía decirse que la alcaidesa estimara a Bufo, pero era una de sus piezas más valiosas, que no permitiría que muriera, así que hizo llamar al mejor cirujano de Redención, Kielan Kreuz.
-Han contenido la hemorragia, pero quiero que se la vuelvas a coser, que vuelva a estar totalmente operativo y sin infecciones –ordenó con frialdad-. En el caso de que no lo cumplas… -sacó un botecito y una jeringuilla de un cajón de su escritorio-. ¿Sabes lo que le pasará a tu sistema nervioso si te inyecto esto?
El joven doctor leyó la etiqueta y ocultó su inquietud.
-Dependiendo de la dosis, debilitarlo o destrozarlo –respondió con profesionalidad.
-Exacto –extrajo unos mililitros del botecito-. A ojo, esta cantidad en un tipo como tú…
-Se quedaría sin doctor, señora –le recordó.
Ella sonrió de lado, para sí misma, y se puso en pie jeringuilla en mano. Apoyó la punta sobre el cuello de Kielan, que estaba atado con su camisa de fuerza, y le respondió con frialdad:
-¿Crees que me resultas más útil que Bufo?
-A la hora de torturar a las presas no, pero he salvado la vida a varios de sus hombres y a sus presos preferidos –dijo sin dejar escapar el miedo.
-Por eso preferiría que siguiéramos con nuestra simbiosis, doctor –se retiró y se sentó en la mesa-. Hazlo bien y no te dejaré el pulso de un carnicero.
-Si lo hago mal, puede destrozarme el pulso –accedió como si le hiciera un favor-, pero si lo hago bien…
-¿Qué quieres a cambio, Kreuz? –la Alcaidesa estaba acostumbrada a las pequeñas concesiones hacia él.
-Continuar estudiándolo.
-Ya tenemos el antídoto.
-Pero no la vacuna ni la droga sintetizada.
La mujer sonrió con malicia.
-Qué lisonjero eres, Doctor. De acuerdo –dejó la jeringuilla sobre la mesa-, te concederé unas semanas de investigación, pero sólo si lo dejas como nuevo… y no te tiembla el pulso.
-Me parece justo –respondió con un leve asentimiento.
Llevaron a Kielan Kreuz a la enfermería y lo encerraron junto con el paciente y todo el instrumental necesario. Se le quitó la camisa de largas mangas para que maniobrara mejor y se le dio una bata blanca. Sin perder más tiempo, él se dedicó a salvar el aparato de Bufo. La operación duró más de cinco horas, en las que no lo dejaron descansar ni un segundo.
En las jornadas siguientes, Kielan se encargó de las curas del postoperatorio. No le molestaba tener que tratar la entrepierna de un violador, pero la presión a la que estaba sometido era excesiva, tenían la jeringuilla preparada para el momento en que descubrieran que no funcionaba como debía. Además, durante aquellos días ocurrió que un redentor de la E se puso furioso con el doctor por temas personales y lo atacó en plena consulta.
Mientras, Uriel hizo el recuento del resto de víctimas. Tras la extraña… pelea, Klakla se había quedado atascada en sus gritos monosilábicos y no respondía a ningún estímulo. Se barajó la hipótesis de que el veneno le hubiera afectado de alguna manera, le suministraron el antídoto y dejaron pasar las jornadas sin resultados positivos. Al final la bajaron al nivel E, que era la siguiente etapa de los presos al degradarse mentalmente. Así fue como casi quedó fuera del alcance del asesino con cara de ángel, casi porque las peleas contra otro nivel eran poco frecuentes, aunque podían llegar a darse. Además, Klakla se había marchado de la F sin hacerles absolutamente nada a Allistor Blackbridge y a la redentora Miranda, que tanto ansiaban la fama, la atención y la gloria; se libraron sin depresiones, crisis, mutilaciones o retos de trabajos irresolubles, aparentemente se habían salvado, pero es que ni siquiera había dirigido una palabra a unos egos tan grandes como los suyos.
Una de las cualidades de Bufo era reponerse prontamente de las hemorragias, Kreuz decía que era a causa del torrente de testosterona que corría por sus venas, por lo que no tardó más que unas jornadas en despertarse.
-No… he muerto… -fueron sus primeras palabras.
-Me he encargado de que no –respondió el doctor mientras manipulaba unas placas de muestras.
-Oh… joder, Kielan, otra vez tú.
-Yo no, la Alcaidesa, ya sabes lo que te quiere.
-A esa le demostraba yo lo mucho que la quiero… -gruñó tratando de incorporarse-. Eh, hablando de eso, no me siento de cintura para abajo.
-Estás anestesiado, es una cicatrización delicada –respondió metiendo algunas muestras en el frigorífico.
-Entonces… ¿esa zorra me la cortó?
Kreuz asintió.
-Joder –masculló dejándose caer sobre la almohada.
-¿Qué ocurre? –preguntó el doctor con la centrada calma que lo caracterizaba-. No es tan grave. Las fracturas causadas por Rotterdam fueron más difíciles de curar y Diana te provocó una hemorragia mayor.
-Ya… pero Klakla ha ido a cortar donde más duele –dijo con una sonrisa amarga.
-No pareces muy animado por haber sobrevivido.
-¿Y haber vuelto al Infierno? Estoy harto ya.
-Pues para desear salir de aquí, luchas con todas tus fuerzas.
-No lo puedo evitar, lo llevo en la sangre, tú me lo dijiste. No puedo rebajarme a ser un cobarde. Aunque… en estos casos deseo que sea la definitiva…
-Mientras demuestres esa garra, la Alcaidesa no te dejará morir.
Bufo suspiró.
-Estoy cansado… muy cansado…
-¿Vas a rendirte, Chris? –le picó Kreuz tomándole una muestra de sangre.
-Para ti es fácil decirlo, te torturarán, pero te dejan hacer lo que más te gusta: investigar.
-Y a ti te dejan mantener relaciones sexuales –echó unas gotas del líquido escarlata en las probetas.
-A que te meto una hostia, Kielan –amenazó incorporándose a medias-. Nos conocemos desde que estamos aquí, así que no me vengas con que lo que hago en el Coliseo es por gusto. Soy la puta marioneta de la Alcaidesa para torturar a las tías, preferiría que corriera de mi cuenta, como antes, y no que me obliguen a cometer el crimen por el que he acabado en el Infierno –refunfuñó.
-Deja de quejarte, no sirve para nada.
-Cierto, cierto… Debe de haberme dado un bajón de testosterona…
-Tus niveles se están restableciendo, tienes algo de anemia, pero, conociéndote, en unos días estará resuelto.
-Ah… ¡Oye! –exclamó de repente señalándolo-. ¿Qué le ha pasado a tú pelo? ¿Te has vuelto viejo de repente? –añadió en referencia al pelo blanco que le cubría ahora la coronilla, se derramaba por la nuca y se extendía hacía la frente sin lograr conquistar el flequillo negro.
-¿Acaso tú eres viejo desde los dieciséis años?
-No, pero lo mío es porque… Espera, ¿está relacionado? –empezó a reírse-. No me digas que estabas investigando y… -se interrumpió al notar molestias por los puntos.
-Casi, pero no. Estaba aislando componentes endémicos, por llamarlos de alguna forma, de tu cuerpo, cuando un redentor de la E vino y me estampó un erlenmeyer en la cabeza.
-¿En serio? –exclamó atónito.
-En serio. El vidrio me hizo algunos cortes y el líquido me ha destruido toda la melanina de la zona. Me pregunto si será temporal o no.
-¿Y ahora echas veneno por la nuca? –se cachondeó.
-El cuero cabelludo no se me ha vuelto azul, por lo que asumo que no he desarrollado las glándulas venenosas.
-Pues lo siento por ti, tío, no sabes lo útil que puede llegar a ser. Oye, lo que no entiendo es que ese redentor te golpeara así como así, al doctor preferido de la perra que lleva esto, ¿algún paciente al que le cosiste los dedos del revés?
-Me acusa de un accidente –se encogió de hombros mientras lo destapaba-. Voy a hacerte las curas, te aviso que tiene una pinta horrible, muy hinchado, por si prefieres no mirar.
-¿Más hinchada que de costumbre? –preguntó con una sonrisa sarcástica y dejó al doctor hacer su trabajo.
Aunque la herida cicatrizó a buena marcha y los niveles de hierro y testosterona ascendieron, Bufo no levantó cabeza. Estaba deprimido y cínico, por mucho que tratara de disimularlo con sus habituales salidas de tono. La Alcaidesa bajó a la enfermería para asegurarse de que su marioneta funcionara como le interesaba.
-Si lo que quieres saber es si se me empina, sí, lo hace. ¿Te interesa por algo en particular? –preguntó él lanzándole una mirada lasciva.
-Sí, tenemos una nueva presa.
Bufo puso mala cara.
-¿Qué pasa, sapo? –inquirió con fiereza-. ¿Esa loca te ha cortado la virilidad?
-Aún tengo los puntos de la operación, no querrás que se me suelten y se la deje metida, ¿verdad?
La Alcaidesa rió con la crueldad que la caracterizaba.
-Pues no estaría mal, sapo. ¿Pero no será que tú última pelea te ha vuelto un cobarde inútil?
-Sigo queriendo follarme a todas las tías, incluida tú. ¿Cuándo dejarás de organizarme peleas para recrearte y vendrás directamente a mí? –las dos últimas palabras las pronunció con dificultad, pues la Alcaidesa lo estaba estrangulando con una mano enguantada de cuero y él no podía impedirlo por hallarse atado.
-Escúchame bien, sapo infecto –dijo con un susurro aflojando un poco la presión-. Si la próxima vez que tengas un duelo, la zorra no acaba llorando humillada, te arrepentirás de ser hombre –terminó con marcado sadismo.
-Que me arrepentiré de ser hombre –fue la repuesta de Bufo cuando estuvo liberado, interrumpida por la tos-. ¿Qué clase de amenaza es esa? –le preguntó con desdén para ocultar la inquietud que le producía la incertidumbre.
-Si resulta que te has amariconado, lo descubrirás –dijo antes de marcharse.
Bufo permaneció confinado en la enfermería hasta que se hubo repuesto por completo. Mientras, Klakla ya estaba desquiciando a los habitantes del piso E y sus redentores, con sus estridentes gritos y su puntería a la hora de pinchar justo donde más dolía.
EDIT: Ya era hora de darle un repaso y arreglar los fallos que ahora sé identificar. Además de apañar un gazapo.


Bueno, siguiendo con el ciclo de Redención (algún día cambiaré de registro, lo prometo XD), aquí llega la primera parte de "Eres leyenda", primera parte de... ¿tres? ¿cuatro? A saber ^^;

Klakla es majísima, adorable, ¿a que sí? XDDD

El dibujo es de :iconrachelmon:, aquí tenéis el original rachelmon.deviantart.com/art/r…
Visitadlo, comentadlo y favorieadlo :iconfearmeplz:
Ejem... que seguro que os interesa, cuenta cosas sobre los presos de una forma muy... particular XDD

De arriba abajo, los criminales son Bufo, Klakla, Loidoria (esta pobre mujer no es una criminal ;__; ), Riss, Uriel "El Ángel de la Muerte", Diana "Matahombres", Allistor Blackbridge, Kielan Kreuz y... ¿Casandra Montenegro? Noooo, yo, la peor de todas, peor que la zorra de la Alcaidesa :mwahaha:

Que lo disfruteeeeeeiiiiis ^___^ :evillaugh:

1ª parte de Eres Leyenda
2ª parte de Eres Leyenda cirkadia.deviantart.com/art/Er…
3ª parte de Eres Leyenda cirkadia.deviantart.com/art/Er…
4ª parte de Eres Leyenda cirkadia.deviantart.com/art/Er…
5ª parte de Eres Leyenda cirkadia.deviantart.com/art/Er…
6ª parte de Eres Leyenda cirkadia.deviantart.com/art/Er…
7ª parte de Eres Leyenda cirkadia.deviantart.com/art/Er…
8ª parte de Eres Leyenda cirkadia.deviantart.com/art/Er…
9ª parte de Eres LeyendaParte A cirkadia.deviantart.com/art/Er…
9ª parte de Eres LeyendaParte B cirkadia.deviantart.com/art/Er…

PD: Le he puesto mature content por el vocabulario del que hacen gala algunos personajillas malhablados XD

Cómo no, esto es parte de LIRIO DE SANGRE
Comments52
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pilarika-rr's avatar
Qué rica klakla con eso de desquiciar a cualquiera xD